Buen humor, paso 4

– Sonreir a pesar de nuestras propias limitaciones. A pesar del duro panorama con que nos agobian los medios de comunicación.
– Sonreir a pesar de las absurdas restricciones que nos imponen costumbres, reglamentaciones y censuras que nos limitan, aunque no recordemos haberlas aceptado.
– Sonreir para actuar con más tino y no para renegar de los problemas o escapar de ellos.
– El buen humor nos previene de tomar las cosas demasiado en serio.
Cuando mayor seriedad exija un problema, en esa medida y en el polo opuesto se requiere del buen humor.
– La risa es una de las tres formas en las que el cuerpo es capaz de producir endorfinas. Estas sustancias poseen un increíble efecto sanador: reconstituyente, analgésico y antiinflamatorio.
¿Será por eso que nuestro cuerpo asocia naturalmente el buen humor con la evolución, con el nacimiento de lo nuevo y con la vida. El chiste, la anécdota y el humor siempre nos enfrentan con lo inesperado (Cfr. lo mismo se dice de un buen relato) y representan en nuestra mente un desafío a lo lógico, lo regulado y lo repetido.
– (Hablando de los relatos) «…Después de muchos maestros, aprendí que los personajes en realidad éramos nosotros mismos los que, simbólicamente, debíamos liberarnos, rescatados por nuestras actitudes más nobles y heroicas»… y que el buen humor es un héroe «que se enfrenta al desafío de rescatarnos de las prisiones de la cordura y de la coherencia, para volver al hogar de lo espontáneo, el castillo de la ingenuidad y la frescura de la infancia.»
Relato: El magnate blanco que odia a los negros y cómo Luther King defiende a uno de ellos.
Dicen que sucedió en la época de los peores enfrentamientos raciales de la historia de Norteamérica.
La época de los salvajes ataques del Ku Klux Klan, el fundamentalista grupo blanco ultraderechista, que perseguía, agredía y mataba a los ciudadanos de raza negra, y también de la lucha de los Black Panthers, el grupo de resistencia de la gente de color.
La anécdota comienza cuando un humilde campesino negro conduce su carreta tirada por un par de viejos bueyes, hacia su minúscula granja en algún lugar del sur de Estados Unidos.
Un kilómetro antes de llegar a la desviación que lo llevará hasta su casita, el carro es alcanzado en la angosta carretera lateral por una ostentosa limusina, donde un poderoso petrolero viaja custodiado por dos motos, de camino a su rancho.
Fastidiado porque el carro le impide pasar, el magnate ordena a su chofer que haga sonar la bocina para que el campesino se aparte y deje pasar a su automóvil.
Quizá por una coincidencia, quizá por el susto de los animales ante la estridencia del claxon, los bueyes forzados por el campesino a aprtarse, dejan caer en el pavimento sendas tortas de excrementos, que terminan bajo las ruedas de la limusina.
El poderoso ranchero manda detener el vehículo y se baja del automóvil
para confirmar lo que sospecha, la hedionda boñiga de los animales pegada en los negros neumáticos. El magnate odia a los negros, de hecho, todos saben quem aunque nunca nadie lo admite públicamente, es uno de los hombres más ricos que mantienen económicamente al grupo radical del KKK.
Con los ojos inyectados por la furia, manda a sus policías privados que traigan al campesino ante su presencia.
-Negro de mierda- le dice cuando lo tiene frente a él-, ¿Cómo te atreves a ensuciar con el estiércol de tus bueyes las carreteras de Estados Unidos de América? ¿Eso es lo único que hacen con su presencia, ensuciar, arruinar, destruir y dañar todo lo que tocan con sus pestilentes manos.
El campesino se da cuenta de que debe ser cuidadoso. Muchos de su
raza fueron apaleados haeta morir por intentar defenderse en enfrentamientos
como éste y, por lo tanto, baja la cabeza e intenta resolver el problema.
-Lo siento mucho señor…Lo que pasa es que los animales se asustaron
con la bocina…
-¡Lo único que fataba!… ¡Que ahora pretendas echarle la culpa a mi chofer!
-No, señor, no es eso…La culpa es de los animales…Le prometo que los castigaré en cuanto llegue a mi granjita.
– Eso…, a los animales hay que castigarlos, para que aprendan. Y como tú no eres más que una bestia igual que tus bueyes, tú también deberás ser castigado por esto.
El pobre negro intenta frenar la paliza que los guardias ya se aprestan a darle con los negros palos que están sacando de su cinto.
-No haga que me golpeen, señor. Yo limpiaré las heces de la carretera y la dejaré como estaba, se lo prometo…
-Promesas…No sirven las promesas de los de tu raza…Pero es buena idea. Ése será tu castigo. Tú ensucias, tú limpias.
-Sí, señor…, muchas gracias. Traeré un poco de paja de mi carreta y me ocuparé de dejarlo todo en condiciones, le doy mi palabra.
-Yo me ocuparé de que así sea, yo también te doy mi palabra -el hombre sonríe con malici pensando en lo que se le acaba de ocurrir-; dado que tus animales cagan lo que se comen de mi suelo, tú te comerás del suelo lo que ellos cagan. Es lo justo, ¿verdad?
Al pobre hombre le cuesta creer lo que escucha, pero sabe de sobra que no tiene opción; obedece o es molido a golpes antes de decir una palabra más. Así que hincado de rodillas se dispone a cumplir la orden.
En ese momento, dos coches se detienen detrás de la limusina y de uno de ellos baja el mismísimo reverendo Martin Luther King, Jr. Como era costumbre en sus últimos años, el reverendo King viajaba por toda la Unión Americana haciendo campaña contra el racismo, esgrimiendo contra la violencia los argumentos pacifistas del amor y la tolerancia mutua.
También los recién llegados viajan con una guardia privada, pero no es una comitiva armada con pistolas o rifles, sino una serie de reporteros que toman notas de cada evento y sacan fotos de cada presentación del reverendo King.
-¿Qué sucede? -pregunta King al hombre blanco que lo ve venir impávido.
El sureño sabe perfectamente quién es el reverendo King, su fama y su influencia, pero no está dispuesto a dejarse intimidar por el pastor negro ni a mostrar debilidad delante de sus hombres, así que, redoblando su apuesta, lo encara con prepotencia.
-Sucede que este «negro» -dice recalcando el calificativo para hacer saber el desprecio que siente por él- ha dejado que sus animales ensucien con su estiércol las pulcras carreteras de este país. Por lo tanto, dado que en nuestro país el que rompe paga y el que ensucia limpia, se está ocupando de dejar las cosas tal como las encontró.
Con mucha calma, el reverendo King lo mira y con voz muy suave intenta mostrar su oposición.
-No me parece que haya sido él quien ha ensuciado la carretera, en todo caso fueron sus bueyes, y por otra parte, no creo que esté bien que usted y sus policías tengan que humillarlo o amenazarlo para pedirle que «limpie lo que ensució».
-Yo te conozco y sé muy bien qué pretendes -dice el hombre blanco-, pero a mi no me vas a impresionar con tu tono pastoral. Él y sus animales son lo mismo, bestias que conviven con los humanos.Los bueyes, él y tú, todos son animales y serán tratados como tales. Todos son iguales.
-Me alegro que lo diga -acota el reverendo King, con una paz asombrosa-; hace muchos años que predico tratando de hacer entender esto que usted tan bien resume. Los animales, él y yo somos iguales… Y le digo algo más, también usted es igual a nosotros, sobre todo a los ojos de Dios, aunque algunos hombres todavía no lo sepan. De todas maneras, le doy las gracias por recordármelo…Todos somos iguales…y por lo tanto…si él come, yo también como.
Y después de decir esto, se acerca al campesino, y arrodillándose frente a él, hunde también su cabeza en el estiércol…
Los fotógrafos empiezan a registrar en sus cámaras la imagen de lo que sucede, ante la desesperación del magnate y su séquito. No hace falta ser muy inteligente para saber que esas fotograftas de Martin Luther King de rodillas comiendo estiércol, custodiado por su guardia policial privada podrían destruir para siempre su
imagen pública y, con ella, terminar de forma definitiva con cualquier pretensión política que tuviera.
El hombre llama a su escolta y le da instrucciones claras. Deben velar todos los rollos y retirarse inmediatamente.
Así lo hacen. Arrebatan con violencia sus cámaras a los fotógrafos, quienes casi no se resisten. Luego, mientras todos ayudan a los dos hombres de color a ponerse de pie, los uniformados huyen a toda velocidad detrás de la limusina que ya se perdía en el horizonte.
-¿Estás bien? -pregunta el reverendo King-, ¿Quieres que te escoltemos a tu casa, hermano?
-No. No. Estoy bien… -dice el campesino-, gracias. reverendo.
-Agradece a Dios, hermano, a Dios.
Los hombres se estrechan las manos y, un segundo después, cada uno está otra vez en camino. Uno a sus conferencias en Dallas, otro a su pequeña granja a un kilómetro de distancia.
Cuando el campesino Ilega a su casa, trae todavía una gran sonrisa dibujada en su rostro.
-Hola -le dice a su esposa apenas la ve, y corre a darle un abrazo mucho más efusivo que el de todos los días.
-Bueno… bueno -le dice la mujer-, parece que el día de hoy debe de haber sido muy especial… ¿A qué se debe esa cara de alegría y esa efusividad? Creo que nunca te había visto tan contento…
-Es que… si te cuento con quién desayuné hoy… no me vas a creer.
Jorge Bucay, 20 pasos hacia adelante

Fuente: Gestalt Terapia

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