Recuerdo el día en que viniste al mundo y la emoción que sentí al tenerte entre mis brazos por primera vez. Eras tan pequeño, tan indefenso… te había adivinado de todas las maneras del mundo y de ninguna. ¡Cuántos planes tenía para ti! La gente me paraba por la calle para decirme lo bonito y lo gracioso que eras. Todos querían verte la carita de niño malo y reírse contigo. Decían que ibas a llegar muy lejos.
Ahora sin embargo, la cosa es bien distinta. No sales de casa, no haces nada, no te encuentro salida, me haces gastar mucho dinero y no me das más que problemas mientras que yo me paso el día pensando en tu futuro.
Ya sé que las cosas no van bien, que es muy difícil buscarse un hueco ahí fuera, que hay muchos y mejores que tú en las mismas circunstancias, pero eso no debe echarte atrás. Quizás tú no tengas la culpa de todo lo que te sucede. Yo admito mi responsabilidad. Sé que no lo he hecho todo bien y te he fallado en algunos momentos. Perdóname, es justo lo que nos pasa a las madres primerizas que un día sin esperarlo se enteran de que están engendrando una criatura dentro y no se dan cuenta del nivel de responsabilidad al que se enfrentan de por vida. No te cuidé demasiado. Apenas pensé ni en tu nombre. Tampoco yo sabía nada de esto antes de que tú aparecieses en mi vida.
Estoy desesperada, ayúdame a seguir adelante, porque sinceramente no sé que voy a hacer contigo, y ahora mismo eres lo único que tengo, mi queridísimo libro. Tú y yo solos ante el mundo, mientras que el mundo parece girar en contra de nosotros. Seguiremos luchando hasta donde lleguemos.