Todo ser humano es irrepetible y se siente llamado a realizar una tarea que es la suya. En esto consiste el ser persona. La formulación kantiana del imperativo categórico que exige obrar «de modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin y no meramente como un medio», es un reconocimiento de la dignidad privativa de todo ser humano, que, por otro lado, nunca es un ser aislado. En el análisis de uno mismo, se encuentran los propios deseos, las propias voluntades y las propias esperanzas; sin embargo, el ser humano es no sólo lo que él hace de sí mismo, sino también lo que los demás le han hecho. Por eso, toda soledad está acompañada, aunque sea de recuerdos: los “otros” siempre están ahí de alguna manera, para lo malo y para lo bueno.