La naturaleza, de la cual somos parte y que es la expresión de Dios, siempre es simplemente lo que es y basta. La existencia es relajada porque cada cosa que la compone se acepta tal cual es, y no trata de cambiarse: tiene confianza en Dios.
Por esto podemos hablar de perfección también frente a manifestaciones como los huracanes, los terremotos, las ratas y todo lo que la mente lógica tiende a juzgar como fallas de Dios.
Pero a diferencia de la naturaleza, los humanos son los únicos que tratan constantemente de cambiarse por algo diferente de lo que son. No confían en lo que Diosito ha hecho, convirtiéndose en el único elemento discordante de este planeta.
Esto no era así al principio. Fue hasta que los alquimistas «al revés» intervinieron con sus ideas contrarias a la armonía cósmica, donde el laurel está contento de serlo y no puede imaginar ser un roble; la rosa es eso y no desea ser mariposa.
De niños éramos relajados y orgullosos de ser quiénes éramos y no podíamos concebir la idea de que para vivir teníamos que convertirnos en alguien más. Los primeros años de vida nos la pasamos peleando para defender el derecho a ser simplemente quienes somos.
«Cualquier pinche perro callejero con pulgas, sarna y garrapatas tiene más dignidad que cualquier ser humano. Al menos el perro es relajado en ser un pinche perro. Nosotros, al contrario, vagamos en la incertidumbre, sometiéndonos a la humillación de adaptarnos a lo que los demás quieren de nosotros».
Existe un momento de la vida del niño donde comienza la neurosis, un momento de rotura de finitiva en la integridad del ser humano. En palabras mexicanas sería el momento en que «ya se chingó el asunto». Sucede más o menos entre los 4 y los 6 años, cuando nos damos cuenta de que así como somos no hay forma de obtener el cariño, el amor, el respeto y el reconocimiento que necesitamos para vivir. Cuando se «chinga el asunto», el niño opta por la dualidad, la esquizofrenia. Tú eres alguien pero actúas como si fueras otro; porque si dejas ver tu verdadera naturaleza (divina), recibirás un castigo de los alquimistas «al revés» (padres y educadores «civilizados»).
¡Me Vale Madres!, 43-44
Fuente: Gestalt Terapia