Por Pilar Alberdi
«no hay alegría sin dificultades, no hay placer sin dolor»Elisabeth Kübler-Ross
La tolerancia a la frustración es algo que todos los padres deberían facilitar a los hijos. Vemos que no siempre es así, pero de esa pequeña serie de frustraciones que supone que no nos van a dar un caramelo en cualquier momento, ni les vamos a comprar cuanto sea bonito o esté de moda, más un largo etcétera, que no tiene porque suponer castigo, sino límites o normas que intentaremos sean sobre todo coherentes y aplicables en todo momento por las personas que mantienen la autoridad en la familia, nace el aprendizaje para la vida. Pero aunque nos hagamos con ese doloroso escudo que es la «tolerancia a la frustración», y que podríamos definir de un modo único como «la aceptación de lo que es», el dolor no por ello deja de hacerse presente, y viene definido en cada persona de un modo único como única es esa persona y las experiencias de vida que ha tenido.
El concepto de «aceptar lo que es» está bien explicado en Constelaciones Familiares. Esta es la realidad que tengo en mi vida, y seguir adelante, sea cual sea esa realidad, significa aceptarla. Que esperaba un día de sol y tengo lluvia, pues haré el camino con lluvia. A los terapeutas se nos pide que seamos capaces de «ver lo que es» y de decirlo siempre y muy especialmente cuando percibimos que las fuerzas más inconscientes de la persona que tenemos delante se inclinan hacia el lado de seguir a los que ya han partido o anteponerse a los que van a partir pero sin consciencia de lo que se está haciendo a niveles profundos de la mente-cuerpo.
La aceptación es también concepto que está muy presente en algunas creencias religiosas. La aceptación no nos libera del peso de lo acontecido pero nos da una tregua, pero llegar a la aceptación, y es algo que deberíamos permitirnos, nos da un respiro para seguir adelante.
La frase conque he comenzado este artículo es de una autora, médica y psiquiatra, que ha trabajado mucho el tema de la muerte. Ha publicado numerosos libros y entre ellos uno titulado «Sobre el duelo y el dolor» que aquí en España se puede encontrar bajo el sello de la editorial Luciérnaga. En ese libro señala las «cinco etapas del duelo: negación, ira, negociación, depresión, aceptación», y que, generalmente, se aplican también a la enfermedad. Esta mujer pensaba que nuestras creencias sobre lo que hay o no después de la muerte también marcan el rango de nuestro duelo. Acaso, me atrevería a señalar que nuestras creencias sobre el dolor o de cuánto sea nuestro dolor como medida de los sentimientos propios o ajenos con relación a un suceso o hecho, también. Y es en temas como los que acabo de señalar, en los que deberíamos meditar. ¿Mis creencias me impiden la asunción de un hecho al punto de impedirme seguir adelante? ¿La medida del dolor que yo entiendo deben expresar los demás no está a la altura del dolor que yo siento? ¿Es que tiene que estarlo? ¿Es que su vara de medir no puede ser distinta? ¿Es que su aceptación o no aceptación debe ser igual a la mía? Creo que las preguntas en este sentido o parecido, podrían ser muchas. Por ejemplo, ¿en qué medida valoro mi propia vida? ¿De qué modo estoy haciendo de ella algo útil? «Las lamentaciones —señala esta autora— siempre pertenecen al pasado». Recordemos que la depresión tiene que ver con algo sucedido en el pasado, mientras que la ansiedad lo es con relación a hechos futuros.
Los niños deberían ser preparados para las separaciones. No siempre ocurre así. Muchas veces creyendo que se los salva del dolor lo que se impide es una preparación para ese dolor, e incluso hay personas que evitan llevar a sus hijos o nietos a lugares como hospitales o residencias para mayores porque hay enfermedades, vejez y muerte. No es nuevo. Buda fue educado de ese modo en un hermoso palacio. Pero un día al salir solo a la ciudad descubrió perplejo que la enfermedad, la vejez y la muerte existían y despertó a la comprensión de lo que era la vida que le habían ocultado. A los jóvenes o a los adultos nos ocurre como a los niños. Necesitamos ese tiempo doloroso para la preparación de la partida que será aún más dolorosa. Cuando no es posible la preparación (muertes súbitas, accidentes, catástrofes naturales, falta de conocimiento de los hechos…) la perplejidad aún es mayor. Por eso se dice que, aunque uno crea estar haciendo un duelo, por ejemplo, ante una persona que enferma gravemente, no es el mismo duelo que sobrevendrá después, cuando ya no esté esa persona presente físicamente, entonces sobrevendrá otro duelo, el de la ausencia, porque de repente, unas flores, un determinado lugar de la casa en que tomaba el sol, o la hora en que nos hacía una llamada teléfonica y ya no la hace, o el día de la semana que le gustaba salir a pasear o aquel restaurante al que se acudía en familia o cualquier otra circunstancia nos la recuerdan constantemente, como lo pueden hacer también los aniversarios, las fiestas de origen social o familiar, etc.
La teoría de Constelaciones Familiares se suma a las teorías transgeracionales hacia los que otros autores, además de Hellinguer, ya habían apuntado, recordándonos la unidad con todos los seres que han sido y serán. Valen tanto e importan tanto para mi presente los seres de mi familia cercana y extensa que ya no están como los futuros a los que yo con mis comportamientos también dejaré algo. Los que ya hemos tenido hijos lo comprendemos, pero los que, además, hemos tenido nietos lo comprendemos mejor, y nos hace revalorar la vida de nuestros padres, abuelos, bisabuelos, etc., y sus circunstancias.
Como ustedes saben me gusta escribir y leo sobre ese tema. David Mamet, director de teatro decía que el drama es siempre el descubrimiento de una mentira. Ese es el drama. ¿Pensábamos que todo iba a ser de una manera establecida? ¿Creíamos que los hechos eran de un modo y resultaron de otro? De repente aparece la verdad: inesperada, feroz, y surge el drama. La escritora Colette, lo dijo aún más claro. A sus cuarenta años era imposible para ella dejar de ver las rosas marchitándose en su jardín… Algo que quizá, no miraba del mismo modo en su juventud. Recuerdo a la actriz Lucía Bosé que en una lejana entrevista para la revista semanal de un periódico mostraba como ella dejaba sobre el mantel o el espacio en el que estuviese colocado un jarrón con rosas o con otras flores, los pétalos que iban cayendo y muriendo. Yo misma, me recuerdo un día de mi juventud, sorprendida ante el descubrimiento de que con la vida que di a mis hijos también les había dado la muerte. Creo que ésta es una de las comprensiones más dolorosas para los padres y por eso es tan difícil para un padre aceptar que un hijo fallezca antes que él, porque de algún modo también se rompe el orden previsible de la vida y, me atrevería a decir, también el orden del dolor. Porque es más fácil dejar marchar a quien ya estaba a la mitad o al final de su camino que a quien está en su comienzo.
No sé si cuanto he dicho pueda servir a alguien. El dolor es tan difícil de acompañar… Es como un personaje invisible, como una sombra, como alguien que va en medio de nuestras relaciones, que se interpone entre nosotros y el resto de seres y cosas. Es así de tal modo, que nos impide saborear una comida, admirar un paisaje, disfrutar de un baño en el mar, el calor del sol o una amistad… Por eso, no olviden que el dolor hay que hablarlo hasta gastarlo, repetirlo hasta la saciedad, es una de las formas que tenemos de dominarlo.
Fuente: PSICOLOGÍA.