«Para educar a un niño hace falta toda la tribu»
(Proverbio africano)
Esta sencilla frase me hace pensar en cómo no es suficiente la educación que padres y madres en solitario dan a sus hijos, o la que reciben de sus abuelos, de los profesores, u otras instituciones sociales…, sino de la importancia del conjunto de los mensajes que toda la sociedad le transmitimos a los niños, desde que nacen, incluso antes de nacer.
Un ejemplo de esto último es la cuestión que me planteo: ¿nuestro hijo necesita la cuna, el carrito último modelo, todos los últimos avances que hay en el mercado para los bebés, los pañales marca, doscientos juguetes antes de venir a este mundo…?. O ¿son necesidades que nos hemos creído/creado a través de la publicidad, de ver lo que otras madres tenían o tienen, … y que finalmente si no las cubrimos adquiriendo todo ello, nos sentimos defraudadas, pues lo vivimos como que no le damos todo lo que nuestro hijo «se merece» y supuestamente va a necesitar?. ¿O realmente no necesita tantos adelantos, alguno superfluos, y sí que necesita más abrazos, más sostén y contención a sus emociones, límites sanos que les protejan de algunos peligros …?
¿Qué queremos enseñarles y transmitirle a nuestros hijos, con cada uno de nuestros actos? que les sirven de ejemplo. Esta es una pregunta que considero BÁSICA realizarnos, ante la conducta que mostramos, con nuestros pequeños, con cada gesto importante en su educación, y de ésta depende, como decía, no sólo lo que le hacen llegan los padres, profesores, figuras de autoridad … a nuestros hijos en desarrollo.
¿Qué le transmitimos a estos niños cuando les mostramos que lo importante es la marca de los zapatos, que tras buscarse sus mecanismos emocionales, para «tocarnos» dónde más difícil nos resulta llevar, como padres, como figuras de autoridad, finalmente les damos aún habiéndole dicho varios «no», antes, con «la boca pequeña»?.
Recuerdo el anuncio publicitario, que actualmente está en plena campaña de promoción, de una marca de refresco que quiere hacerse pasar por un zumo (cuyo contenido en zumo de la fruta en cuestión, relamente es mínimo y no se parece en nada a un zumo recién exprimido de naranjas fresquitas sacadas de la nevera), que comienza diciéndote que «siempre he dicho que no haría tal o cual cosa, y finalmente lo hago» (porque descubro que eso que no he dicho presenta «grandes virtudes»: » en el caso del refresco, pretenden vender que es muy sano, porque tiene 5 vitaminas»)…, e igual ahora con mis hijos: «decía que no le iba a dar esto y finalmente se lo doy».
Cuando veo éste u otro anuncio que pretende venderme algo y crearme una necesidad, me pregunto: ¿me ha de decir la televisión lo que he de comprar: debo dejarme engañar y hacer que mi hijo se crea esta mentira y manipulación de la realidad?, ¿le ha de enseñar la publicidad lo que es bueno que tenga para supuestamente estar sano, o para ser feliz o «guay» antes sus amigos…?.
¿Qué hacemos vendiéndoles estas ideas a nuestros pequeños?: diciéndole constantemente qué necesitan para ser felices: un ipod, un mp3, y luego cuando se ha pasado de moda un mp4, un ebook de tal marca, un móvil última generación con internet, y a cambiar en cuanto nos cansamos de lo anterior,… un, un…, más un, y otro un o una …). Me llega una necesidad de «llenar vacíos personales, emocionales, familiares, sociales …», con tanto objeto y tanta supuesta necesidad material de cosas que ¿realmente necesitamos para vivir, tantas?.
¿Dónde está ese ejemplo de valorar el esfuerzo, de conseguir las cosas a través de él, o del ejercicio de la responsabilidad, de asumir las consecuencias de nuestros actos, de pensar y reflexionar con los pequeños de estos valores, y de no decir a todo sí?.
Sucumbimos a nuestras propias dificultades, de adultos (en lugar de buscar cómo hacernos fuertes en esto que nos cuesta), de darnos cuenta de saber qué necesitan realmente nuestros chicos/as, y qué no, además de actuar con AUTORIDAD (que no autoritarismo) y poder afrontar la respuesta, la reacción emocional de nuestros hijos, cuando les decimos un NO para protegerlos de que no lo pueden tener todo (y menos sólo con pedirlo, sin aprender el valor de que las cosas se consiguen con esfuerzo). Si así actuamos, les estamos favoreciendo desarrollar esa creencia irreal de «si lo quiero, lo pido y lo tengo«, que luego les imposibilitará para afrontar las frustraciones de la vida diaria de adultos, cuando sean ellos quiénes deban dirigirse, y llevar su propia vida (lo que los adultos que ahora les educamos, les estamos enseñando, para guiarles en ese camino de llegar a ser adultos autónomos). En realidad, nuestro hijos, no nos damos cuenta, necesitan que les digamos «no, esto no puedes tenerlo», o «esto no lo necesitas», o «esfuerzate y busca cómo conseguirlo».
El NO les da a los niños y adolescentes, la oportunidad de poder «pelear con los adultos significativos» en la creacción de su propia identidad, de sentir que estos mayores van a estar como personas fuertes, que pueden aceptar la pelea de su hijo (no romperse internamente con éstas), llevarla emocionalmente en su relación con él, y seguir ahí, presentes para ellos, con afecto. Y eso, parece que lo hemos olvidado, si se hace con afecto, con ternura, ese NO firme es algo que los menores necesitan.
Lo anterior se puede aplicar a cualquier temática que incumba en la educación:
*¿Qué le estamos enseñando a nuestros hijos cuando conducimos saltándonos las normas de conducción?. Por ejemplo,cuando la sociedad le resta importancia a ponerse en el lugar del otro, con cómo su propia conducta afecta a los otros: – al ir a la mayor velocidad posible conduciondo (coches que corren a 220km/h): para qué, si deberíamos no sobrepasar ciertas velocidades para prevenit accidentes?.
O cuando nuestros hijos nos ven hablar por el móvil conduciendo, etc.
Incluso de la necesidad de «castigar» (o la necesidad de sanciones económicas/administrativas, retirada de puntos, consecuencias legales…) para que entendamos el mensaje de la necesidad de conducir con precaución, ser responsables y no conducir si se ha bebido, respetando al otro y no pegándose al coche de delante ¿para qué, para meterle prisa?, etc, … e incluso para «hacer pagar las consecuencias de su irresponsabilidad» (quiero decir obligar a asumir) cuando estos mensajes no han sido interiorizados por la persona infractora o responsable de un grave accidente.
*¿Qué le transmitimos a nuestros menores si no le hablamos de la importancia de no dar por hecho la educación que tienen ahora, sin más?, en lugar de resaltarles que es un derecho que sus padres y abuelos se ganaron para ellos y las generaciones futuras.
*¿Qué les decimos a los padres e hijos cambiando las leyes educativas con cada cambio político que tiene lugar en este país?: ¿es buena esta inestabilidad para ellos y para los profesores?. ¿Por qué no nos paramos a pensar entre todos y ver qué es realmente bueno para los menores a los que buscamos educar y enseñar?. ¿Ahora sí «Educación para la ciudadanía», ahora no?, etc.
…
Considero que sería muy saludable, para TODOS LOS CIUDADANOS, pensar, repensar, la sociedad en la que estamos, y hacia la que nos dirigimos, si hay aspectos importantes que deberían ser reflexionados pues INFLUYEN EN LA EDUCACIÓN DE NUESTROS HIJOS, y recuerdo la frase que me llevó a plantearos estas preguntas anteriores: «para educar a un niño es necesario toda la tribu» (la participación de la sociedad al completo, de la que forma parte).
Todo lo anterior me lleva a recordar un texto escrito por Tolba Phanem, una poetisa africana, y traducido del portugués por G.Leone, en el que habla de la forma de hacer de una tribu africana. Os lo reproduzco a continuación:
La Canción de los Hombres
Cuando una mujer de cierta tribu de África sabe que está embarazada, se interna en la selva con otras mujeres y juntas rezan y meditan hasta que «aparece la canción del hijo«.
Saben que cada alma tiene su propia vibración que expresa su particularidad, unicidad y propósito.
Cuando nace el bebé, la comunidad se reunen y le cantan su canción. Las mujeres entonan la canción y la cantan en voz alta. Luego retornan a la tribu y se la enseñan a todos los demás. Entonces, el pueblo se junta y le cantan su canción.
Más tarde, cuando el niño comienza su educación, el pueblo se junta y le canta su canción.
Cuando se inicia como adulto, la gente se junta nuevamente y canta.
Cuando llega el momento de su casamiento, la persona escucha su canción.
Finalmente, cuando el alma va a irse de este mundo, la familia y amigos se acercan a su cama e, igual que para su nacimiento, le cantan su canción para acompañarlo en la transición.
En esta tribu de África hay otra ocasión en la cual los pobladores cantan la canción. Si en algún momento, durante su vida, la persona comete un crimen o un acto social aberrante, se lo lleva al centro del poblado y la gente de la comunidad forma un círculo a su alrededor. Entonces le cantan su canción.
La tribu reconoce que la corrección para las conductas antisociales no es el castigo; es el amor y el recuerdo de su verdadera identidad.
Cuando reconocemos nuestra propia canción ya no tenemos deseos ni necesidad de hacer nada que pudiera dañar a otros.
Tus amigos conocen tu canción y te la cantan cuando la olvidaste. Aquellos que te aman no pueden ser engañados por los errores que cometes o las oscuras imágenes que muestras a los demás. Ellos recuerdan tu belleza cuando te sientes feo; tu totalidad cuando estás quebrado; tu inocencia cuando te sientes culpable y tu propósito cuando estás confundido.
No necesito una garantía firmada para saber que la sangre de mis venas es de la tierra y sopla en mi alma como el viento, refresca mi corazón como la lluvia y limpia mi mente como el humo del fuego sagrado.
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