Recientemente he leído un artículo que me resultó muy interesante su lectura pues auna mis dos pasiones en relación al mundo de la Psicología: la Terapia Gestalt y el análisis del desarrollo de la personalidad del bebé desde su nacimiento (que identifico formando también como parte intregrante de la Psicología Perinatal). Está escrito por Antonio Sellés, en Cuadernos Gestalt (Revista de estudio y reflexión sobre Terapia Gestalt) y lo titula «El poder del NO». Os dejo con el artículo y os invito a compartir conmigo vuestras reflexiones a partir del mismo. El subrayado y el texto resaltado en lila es mío, igual que las notas que añado.
El ser humano accede automáticamente al «si«, su trabajo vital es la construcción del «no«.
Venimos al mundo muy indefensos y dependientes, el bebé que fuiste no tenía otra opción para sobrevivir que el SI.
En efecto, todos venimos en un estado primordial, ideal, de plenitud, es el estado intrauterino, un lugar y un tiempo en el que todo está completo, nada hace falta, no existe siquiera la posibilidad de necesitar algo, todo está dado y disponible en el mismo momento en el que aparece el mínimo desequilibrio que requiere una regulación. En estas condiciones el SI es algo consustancial, no hay otra posibilidad.
Al nacer, el bebé sigue con esa inercia y todo lo que los adultos hagamos con él será recibido, no tiene ningún poder para resistirse, es la estrategia de la evolución, lo contrario pondría en serio peligro la supervivencia. El primer matiz lo empezamos a vislumbrar con el llanto: una respuesta bastante indiscriminada, sirve para todo (cualquier desequilibrio se revela con él) y como contrapartida, no sirve para nada, no ofrece una resistencia adecuada, pero ya es una mínima definición de quién es el individuo y de qué quiere. Muy pronto el bebé aparta la cara hacia los lados cuando ya no quiere mamar más, es un reflejo (quizás más biológico que voluntario), pero señal de que algo empieza a empujar en ese pequeño, para poner claro que sabrá negarse.
(Nota: considero erróneo que el bebé recién nacido esté inhibido/incapacitado para el no, para resistirse,sino que desde recién nacido está dotado para comunicar con sus «NO».De hecho estas primeras manifestaciones de llanto le transmiten a una madre o figura maternante sensible a esta comunicación,que hay una necesidad no satisfecha en el bebé, y que debe ser atendida, por tanto, poniendo énfasis en su capacidad de comunicarle algo, desde su estado de fusión emocional con su madre. Por ejemplo cuando el bebé sigue llorando tras darle su mamá de mamar, sin ser esta la necesidad que muestra el recién nacido, éste sigue manifestando que algo no funciona bien, con su llanto, hasta que la madre da con la necesidad de su bebé y la satisface. Es decir, tiene la capacidad de transmitir, con su «NO, mamá sigo llorando porque esto no es lo que me pasa, lo que necesito», que no cualquier estímulo o cuidado le vale, que es otra su necesidad la que debe ser vislumbrada y atendida).
Ahora bien, el niño empieza a desarrollar una mínima autonomía, puede caminar, alcanzar lo que quiere, escapar, empieza a controlar sus esfínteres o a discriminar lo que come. Así, poco a poco, va descubriendo que puede negarse y que este acto, el «no», le afirma frente al otro, los padres por ejemplo. Una afirmación personal (a partir de la negación hacia el otro), que el niño desarrollará con intensidad en una etapa que suele ser bastante incómoda para los padres, cerca de los 2 años, ya que cualquier propuesta será recibida con un «no» contundente y exasperante.
Es el poder del NO. Empieza una etapa crucial para el desarrollo de la personalidad del niño y para permitir su capacidad de explorar el mundo y de relacionarse con los demás. Pero también es una etapa difícil, el niño todavía no sabe, no tiene autonomía, depende en mucho de los padres y otros adultos y su actitud de negarse lo confronta con ellos. Para los padres, ante el «no» del niño, surge un automatismo, como si fuese la única conducta posible: oponerse, mantener los criterios del adulto, doblegar esa rebeldía incipiente del pequeño. Es el «no» del adulto, su propia rebeldía, al servicio de la educación.
(Nota: considero imprescindible añadir que en el planteamiento del «no» del adulto, es básico que se dé inicialmente una escucha auténtica/empática de la necesidad que el niño/el bebé incluso, le está queriendo comunicar a la madre, al padre, o adulto de referencia. Es decir que el adulto esté pendiente de analizar qué esté sucediendo para que el niño diga no, qué hay tras éste: una señal de cansancio, una necesidad de atención que debe ser respetada quizás a través de la satisfacción de su demanda real sea ésta de cariño, de descanso, … Es decir, no es un «no» indiscriminado, de yo gano y tú pierdes presentado/vivenciado en forma de lucha de poder, sino que es importante que se atienda a cada situación concreta en que, por ejemplo, el no del niño aparezca modo de «rabieta»).
Pero es una confrontación desigual, si el adulto no lo cuida, aplastará el «no» del niño, creando un niño y, probablemente, un adulto sumiso, acabará con sus capacidades de elegir, de saberse distinto, de salir de la norma impuesta, de pensar por sí mismo… Pero si el adulto se inhibe, el niño crecerá sin el límite de los demás, sin la resistencia que hará crecer su propia fuerza. He aquí el dilema: educar y ajustar o liberar y permitir. Y este dilema continuará en el adulto.
Muchas de las formas adultas de posicionarse frente a los demás y sus demandas, están apoyadas en el resultado de la interacción que el niño y los adultos han vivido en esos momentos, de la forma de resolver el dilema. Necesitamos mantener el «poder del no» y aprender a compartirlo con el «si»: negociar, adquirir habilidades, elegancia, cuidado del otro, etc. Pero sin perder la claridad del mensaje: un «no» debe seguir siendo un «no», claro, identificable, comprensible.
El «no» pasa a ser, así, un modo de definirse, de diferenciarse valientemente de la fusión primordial y regresiva; un modo de ex-istir, vivir afuera, en el mundo. El poder del «no», es el posicionamiento propio, frente a los demás, en el espacio público; un modo de aparecer y quedar expuesto. Requerimos del poder del «no» para habitar ese espacio-tiempo que, en toda relación, está entre el tú y el yo: un lugar y un momento que se mantiene en tensión para hacer posible el contacto y para limitarlo.
Cuando el «no» está desprovisto de poder, cuando es sólo una impostura, una simulación, la frontera-contacto es débil, los límites se difuminan y tan fácilmente nos quedamos cortos, no estamos verdaderamente con los otros y ellos con nosotros; como invadimos o nos invaden, quedando demasiado exhibidos en lo social. De cualquier modo, el resultado es frustrante, hay decepción, soledad…
Este momento es también tu momento: “llorar”, protestar, quejarse, para señalar que algo no está bien; apartarse cuando ya es suficiente o no queremos lo que se nos ofrece; explorar lo desconocido que hay justo en la frontera de la norma; desafiar lo que se espera o se recomienda; definirse frente al otro, mostrar lo que se es y lo que se tiene. Asumir riesgos. El poder del “no”.
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Fuente: CENTRO PSICOLOGÍA GESTALT