Guerrero, anciano, templo y sable

A continuación cito este cuento recopilado por Jodorowsky en su obra “El dedo y la luna”, de Ediciones Obelisco. Todo el libro es bellísimo. Y este cuento me ha parecido interesante en la situación actual, con la gente en lucha, por la huelga, por ideología política, económica, por demostrar que uno es mejor que el otro…
Un poderoso guerrero, a la cabeza de su ejército, invadió un país vecino.
Precedido por su reputación, nadie se atrevía a hacerle frente y mientras él avanzaba, atravesaba regiones desiertas. Todo el mundo huía a su paso.
Un día, en un pueblo, penetró en un templo y descubrió a un hombre de edad indeterminada, sentado, impasible, en la posición del loto. El guerrero, interpretando la presencia inmóvil del anciano como un desafío, furioso, desenvainó su sable.
-¿Sabes delante de quién te encuentras, desvergonzado vejestorio? Podría traspasarte el corazón con este sable sin pestañear.
Sin sombra de preocupación, el anciano le respondió:
-Y tú, ¿sabes delante de quien estás? Yo puedo dejar que me traspases el corazón sin pestañear.
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  • ¿Cuántas veces he sentido que estaba delante alguien como ese guerrero, y me he defendido de él, porque no he podido quedarme impasible? ¿Y cómo me he sentido después? (me paro un momento y recuerdo)
  • ¿Cuántas he sido como el guerrero, necesitando demostrar mi fuerza a alguien para poder sentir que soy poderoso, y para que el mundo lo sepa, -como si al mundo le importara esto-? (me paro y recuerdo)
  • ¿Cuántas veces me he quedado como el anciano, dejando que el otro haga lo que quiera hacer, quizás ejercer algún tipo de violencia sobre mí? Sabiendo que mi valor y mi ser no cambian, aunque otro me quiera apartar, ridiculizar, incluso eliminar. Sabiendo en sentido amplio quién soy, qué quiero. (me paro un momento, recuerdo. Si aún no lo pude hacer así, me pregunto: ¿con quienes me atrevería a empezar a practicar esto?)

Somos todos los personajes del cuento: el anciano, el guerrero, el templo, el sable…
El anciano es nuestra parte que sabe que existo, sin etiquetas. La parte de mi mente que está más profundamente anclada en el existir. La sensación de estar vivo, de existir, de ser completo, sin necesidad de que hagamos nada frente a los demás para conseguirlo…Aunque nadie lo vea, yo sí. Aunque nadie me lo diga, yo lo sé, en mi fuero interno, porque lo estoy notando.
El guerrero, representa las ideas que tenemos sobre nosotros. Nos esclavizan porque para que sigan siendo ciertas, acabamos actuando de una manera y no de otra. Si creo que soy un guerrero invencible, ya sé lo que me toca en esta vida…
El templo, para mí es nuestra capacidad de estar en paz, estar atento y centrado. Cuando el guerrero entra en el templo se encuentra con el anciano, y allí pueden dialogar. Pase lo que pase en mi vida, si me centro y busco un estado de paz mental (por ejemplo meditando, respirando) hago que este templo aparezca en mí, y las partes que hay en conflicto en mi interior podrán dialogar.
El sable, representa para mí la potencia de nuestras acciones. Nuestra energía en acción. Un sable puede ser manejado para construir, o manejado para destruir. ¿Hablamos para construir, o para destruir? Miradas hechas desde el respeto, o hechas desde el odio.
Jodorowsky para mí dice, que quien está en el guerrero necesita mantener su imagen frente al mundo. Es lo que se llama “estar en el ego”. Su identidad de guerrero invencible no es real, no es más que una idea. Juega un rol, se comporta como tal. Para seguir siendo «guerrero invencible», se ha condenado a ganar una y otra vez, y para ganar tiene que buscar enemigos, y vencerlos. Es esclavo de su idea de si mismo.
El anciano, como dice J. tiene “el don de sí”. De estar en él. No necesita mantener una imagen. En el cuento (los cuentos lo llevan todo a los extremos porque así nos enseñan más) el anciano está dispuesto a no defenderse…y morir.
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Esto, si me lo llevo a mi día a día, me recuerda a cómo en una conversación con alguien que quiere “ganarme” puedo elegir no entrar en lucha. No luchar por mi imagen, por demostrarle al otro que también sé, que sé incluso más que él, en mi opinión. Que está equivocado… En lugar de hacer eso, no me defiendo, me quedo en mí, no lucho. No me siento más que él por hacer esto, simplemente lo hago porque no necesito defender una idea de cómo soy delante de nadie.
Paradójicamente, respondiendo como el anciano podría producir más efecto en el otro que si discuto con él por tener la razón. Pero no es mi objetivo. Quizá el otro, a la mañana siguiente, cuando vuelva a intentar ganar, sienta que ese día no tiene tanta necesidad de hacerlo. Quizá no.
Lo mejor de esto es que, cuando uno se va acercando al estado de SER, vive más feliz, ahorra energía, la utiliza en lo que quiere, se realiza.
¿Qué hará el guerrero, cuando ya no tenga fuerza para levantar el sable?

Quizá se quiera sentar al lado del anciano a ver la puesta de sol…y quizá por un día relajará su mano crispada, y suspirará.

Fuente: Gestalt y Vida

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