Solté el teclado de la computadora, me levanté de la silla. Abrí la puerta de la oficina, tomé el pasillo, doblé a la derecha, luego a la izquierda y caminé por el largo corredor hasta llegar al ascensor. Esperé a que llegara. Marqué mezzanina. Me monté hasta que se abrió en mi piso. Me salí y luego de caminar un poco más, dejé atrás la recepción. Abrí la puerta y salí a la calle. Caminé una media cuadra, una cuadra, dos cuadras. Mis pasos tenían una automática pasividad. La luz del sol era de un amarillo opaco. Llegué a un punto en que me detuve. No pude seguir. Miré hacia adelante. Miré hacia atrás y vi todo lo que había caminado. Me di la vuelta para ir de regreso al trabajo. Había logrado huir por unos minutos. Era sólo un entrenamiento, una prueba. Ya llegará el día.
Fuente: Terapia de piso