Los ojos de los seres vivos poseen la más sorprendente de las virtudes: la mirada. No existe nada tan singular. De las orejas de las criaturas no decimos que poseen una «escuchada», ni de sus narices que poseen una «olida» o una «aspirada».
¿Qué es la mirada? Ninguna palabra puede aproximarse a su extraña esencia. Y, sin embargo, la mirada existe. Incluso podría decirse que pocas realidades existen hasta tal punto.
¿Cuál es la diferencia entre los ojos que poseen una mirada y los ojos que no la poseen? Esta diferencia tiene un nombre: la vida. La vida comienza donde empieza la mirada. Amélie Nothomb – La metafísica de los tubos
La mirada. Una de mis expresiones favoritas. Habla de una manera específica de utilizar los ojos, pero va más allá de la vista. La mirada revela nuestra particular manera de dirigir la conciencia, de percibir eso que llamamos realidad y que asumimos está fuera, más allá de los límites demarcados por nuestra piel. Cada mirada crea su enfoque particular y es capaz de evocar en quien la proyecta todo tipo de percepciones y sensaciones, influyendo incluso en la percepción del tiempo, de los ritmos, de los movimientos, de las audiciones y, sobre todo, en las sensaciones internas, en eso que llamamos “emociones”.
Si la mirada tiene tanto poder, ¿cómo es que no aprendemos a dirigirla conscientemente? ¿Cómo es que elijo adoptar miradas como “yo nunca podría…(sustitúyase el espacio en blanco por todo aquello que anhelamos ser, hacer o tener, pero que no nos permitimos: crear más tiempo para nuestro esparcimiento y bienestar, tocar a puertas para pedir lo que necesitamos – trabajo, ayuda, apoyo, dinero para un proyecto, compañía, escucha, cambios…)”. Seguramente porque no hemos aprendido a hacerlo, no hemos recibido entrenamiento en cómo dirigir nuestra consciencia, y si lo hemos recibido, ha sido mínimo. ¿De qué manera se transformaría tu vida si comenzaras a entrenar tu mirada para crear una percepción de la realidad más acorde a tus necesidades, y también a tus anhelos y deseos más profundos, para tu bienestar y el de las personas que te rodean?
¿Cómo diriges tu mirada en tu vida, en tus diferentes ámbitos y hacia las diferentes personas con las que te relacionas? La mirada no es prerrogativa de las personas videntes, sino de todo ser humano, de modo que ¿por qué no entrenarnos AHORA para dirigirla de una manera más benévola, con el fin de crear resultados que nos conecten con la felicidad que llevamos dentro, con más frecuencia?
¿Qué es esa fuerza misteriosa (o conjunto de fuerzas) que se oculta tras la mirada? Una de las fuerzas que se oculta tras la mirada, influye continuamente en ella, y la determina, son las creencias, esa especie de «andamio mental» [1] que armamos, basándonos en experiencias del pasado, y que nos permite dotar de certidumbre a nuestra realidad.
Sería ridículo tener que reaprender cómo abrir una puerta cada vez que me encuentro con una. El cerebro es una máquina de predicción que generaliza el aprendizaje de unas pocas experiencias y lo convierte en creencias: “una puerta se abre así”…, hasta que nos encontramos con una con picaporte diferente o con las bisagras cambiadas, con lo cual tenemos que readaptar la creencia, generalización, o mirada y reaprender. Eso quiere decir que podemos cambiar de mirada según el contexto y las circunstancias, ¿no? ¿Por qué no flexibilizar y hacerlo? ¿Por qué asumir, por ejemplo, que el hecho de haber «fracasado» UNA vez (o más) en algo (relación de pareja, relación familiar, trabajo, creación de proyectos, cualquier iniciativa) significa que siempre va a ser así y por lo tanto he de evitarlo? Esta mirada sería un ejemplo de cómo nuestra manera de enfocar convierte a la creencia en una fuerza constrictiva, al estar fuera de cuestionamiento y considerársela como verdad absoluta. ¿Podría adoptar una mirada diferente, como por ejemplo, “Esto (en lugar de «fracaso»), es un aprendizaje que me indica que aún necesito (y valga aquí la redundancia) aprender algo más en este contexto”?
En el libro “El camino de la sabiduría” de Deepak Chopra, el rey Arturo le explica a su esposa Guinevere lo que Merlín le ha explicado a su vez a él, acerca de la naturaleza de la realidad, y lo hace con un ejemplo: le pide a su mujer que salga de la cámara y que no regrese hasta la medianoche. Así lo hace ella, y cuando llega, se encuentra el aposento sumido en la oscuridad.
Arturo le indica que está al otro lado del aposento, y le pide que camine hacia él describiendo los objetos que hay a su paso. Guinevere, extrañada, le sigue el juego y, a la vez que camina con cautela para no tropezar en la oscuridad reinante, va describiendo todo lo que hay a su paso: que si el lecho, que si un cofre, que si un candelabro, y así sucesivamente. Cuando termina de describir los contenidos del aposento, Arturo enciende, tranquilamente unas velas, con lo cual Guinevere comprueba, atónita, que la cámara está vacía. Ante su confusión, Arturo explica:
“Todo lo que habéis descrito era una especie de expectativa de lo que este aposento contiene y no de lo que realmente había en él. Pero la expectativa es potente. Incluso sin luz visteis lo que esperabais y reaccionasteis de acuerdo con ello. ¿No habéis tenido la impresión de que el aposento era el mismo? ¿No habéis andado con tiento donde temíais tropezar con algo?” Termina diciendo: “Toda experiencia se basa en la continuidad, a la cual nutrimos recordándolo todo tal como era el día anterior, la hora anterior o el segundo anterior”.
En otras palabras, nuestra “realidad” es un conjunto de momentos presentes a los que los seres humanos dotamos de continuidad a través de una serie de creencias que se nutren de un pasado obsoleto.
Vayamos ahora al coaching transformador y examinemos nuestras diferentes miradas en nuestros diferentes ámbitos de actuación. Detente unos segundos o minutos después de leer cada pregunta, cierra los ojos, respira y contesta con el corazón en la mano:
¿Qué creo acerca de mí?
¿Qué creo acerca del dinero?
¿Qué creo acerca de mis posibilidades en tal o cual contexto?
¿Qué creo acerca de la vida – de MI vida?
¿Qué creo acerca del amor y mis relaciones?
¿Qué creencias mantengo actualmente que se nutren de un pasado ya obsoleto?
¿Qué me aportan realmente dichas creencias?
¿Qué me impiden ver / hacer / tener / ser esas creencias obsoletas?
¿Cómo afectan a mi mirada en el presente?
Las creencias son como unas gafas que tiñen nuestra realidad y nuestra manera de reaccionar ante ella, y si no lo crees así, imagínate que vas a una entrevista de trabajo con la creencia “No tengo nada que aportar” y nota cómo actúas en ella y cómo percibes a tus entrevistadores (y ellos a ti). Ahora imagina que adoptas una creencia más útil para dirigir tu mirada y tu experiencia en el contexto: “Tengo todo que aportar: soy una fuente inagotable de vivencias, experiencias, aprendizajes y sabiduría interna”. Percibe las diferencias. Cuestión de quitarnos unas gafas y ponernos otras. Requiere entrenamiento, pero permítete experimentarlo.
Termino esta entrada de junio compartiendo una anécdota familiar con ustedes. Mi hijo de 10 años invita a un amigo de la misma edad a pasar este último fin de semana con nosotros. Es la noche de la Champions. Están los dos sentados ante el televisor, listos para ver el partido. Me detengo en seco. Algo no encaja. ¡Aaaahhh! Ya veo… Ambos están pertrechados con camisetas del Barça cuando son ávidos fans del Real Madrid. Algo extrañada, lo dejo pasar, sus motivos tendrán. Primer gol: del Barça a favor de España… vitorean. Segundo gol: del Manchester United, a favor de Inglaterra… ¡vitorean! Tercer y cuarto gol: del Barça a favor de España… vitorean. Ya no aguanto más y los desafío. Mi inflexible mente de adulta necesita comprender este chaquetismo. “¡Eh, chicos! ¿Cómo es que – pregunto suavemente – ustedes son del Real Madrid, llevan puestas camisetas del Barça, vitorean al Barça y además vitorean al Man United?” Me devuelven una mirada paternalista (lo más paternalista que se puede a los 10 años): “¡Oh! El Barça juega por España, así que los vitoreamos cuando marcan, pero no dejamos de ser del Madrid, de modo que si Man United marca al Barça, nos alegramos también y vitoreamos”.
¿Qué pasaría si nosotros, los adultos, adoptásemos la flexibilidad de los niños y asumiéramos creencias de manera contextual (y ecológica, claro), para generar una conciencia ampliada, un mayor disfrute de nuestras vidas, y una mirada más acorde a la consecución de aquello que deseamos crear en nuestras vidas, en armonía con el universo ?
Mucha Luz en tu camino. Y gracias por tu compañía.
[1] Halligan, P. (2007) – Belief and iones. The Psychologist, vol 20, Nº6:358
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