¡Por fin primavera! Los días son más largos, los árboles florecen tras las heladas del frío invierno, volvemos a ver color en las calles, en los escaparates de las tiendas, en los rostros de quienes felices pasean por el pueblo. El calor poco a poco irá entrando en nuestro cuerpo, alterando los sentidos. Vuelven las sonrisas, las giras y ferias… Sin embargo yo estoy demasiado negativa para ver el lado positivo de la belleza que la primavera acarrea. Vuelve la primavera, estación endemoniada para los alérgicos. Vuelven las flores y con ella los insectos, que para mí se traduce en picadura, ronchas y salpullidos. Viene lento el calor, y el obligado cambio de ropero, y ahora chicas, nadie podrá ocultar esos kilitos de más que pusimos este invierno, con la complicidad de capas y más capas de toneladas de gruesa ropa. Ahora no hay cómplice que oculte nuestro pecado capital. Las piernas quedan al descubierto, libre de medias asfixiantes que dejan ver el lastimero casi enfermizo color nuestra piel. Las elegantes piernas enfundadas en espuma negra se convierten en dos lánguidas, blanquecinas piernas, llenas de picaduras y de pelos que, ahora sí, deberemos quitar cada 15 días.
Los días son más largos y de esta manera nosotros, los parados, gozaremos de unas cuantas horas más de luz solar para darle vueltas y vueltas en la cabeza a qué hacer con ese gran excedente de tiempo y morir preguntándonos qué va a ser de nosotros.
Vuelven los escaparates inundando color, que algunos no podemos ni pararnos a mirar, mientras desempolvamos los colores de otros años pasados, rezándole al cielo porque la moda no haya cambiado, o incluso más importante todavía, porque sigamos entrando en la misma talla.
Vuelven las mismas fiestas, giras y ferias que otros disfrutarán… y las sonrisas quedaron perdidas en los confines de la felicidad.
Definitivamente este año la primavera no me altera.