La quietud no es un hacer y no es un estar en blanco, un estar «volando», sino más bien lo contrario; la quietud es un estado en que se es muy consciente de lo que está ocurriendo, sin apegarse ni dejarse atrapar por ello. Es más un estado de testigo.
La quietud no es algo que nosotros hagamos. Es ser, en el centro de nuestra verdadera identidad. Este centro aquietado está en todos nosotros; lo compartimos con el Universo mismo. Este centro es dinámico. En la quietud no hay sufrimiento. En la reconexión con el centro se produce el final del padecimiento. Por lo tanto, la función de la curación es restablecer la quietud.
Cuando somos conscientes nos damos cuenta de que nos hemos visto llevados hacia el apego a algún pensamiento o sentimiento, sea de agonía o éxtasis; como el hámster que corre en la rueda. Entonces simplemente notamos «eso» y nos convertimos en testigos de ello, en lugar de castigarnos por habernos desviado del camino. La tendencia a castigarnos cuando no somos perfectos es precisamente el tipo de energía que nos mantiene atrapados en la reactividad de la insatisfacción.
Contactar con la quietud no es un logro o una habilidad especial. Ya es algo inherente. Simplemente hemos dejado de poner obstáculos y ello permite la revelación de lo que es la fuente de nuestro Ser.
El propósito de escribir estos conceptos es examinarlos experimentalmente; ver cómo nos debilitamos a nosotros mismos por los hábitos que seguimos mostrando; ser más conscientes de a qué aspectos del pasado y del futuro estamos apegados y de cómo nos impiden estar presentes. Y, al hacernos conscientes, permitirnos que despierte la posibilidad del cambio.
No hay ningún lugar adonde ir, todo está en su lugar, sólo hace falta despertar.
La silla vacía
Fuente: Gestalt Terapia