La transformación: una definición

La transformación: una definición
El término transformación posee significados interesantemente paralelos aplicados a las matemáticas, a las ciencias físicas y al cambio humano. Literalmente, transformación significa cam­bio de forma, reestructuración. Las transformaciones matemáti­cas, por ejemplo, reformulan un problema en términos nuevos, de modo que pueda ser resuelto. Como veremos más tarde, el cere­bro mismo opera sobre la base de complejas transformaciones matemáti­cas. En las ciencias físicas, una sustancia, al transformarse, adopta una naturaleza o unas características diferentes, como cuando el agua se convierte en hielo o en vapor.
Y, por supuesto, hablamos de transformación, aplicada a la gente; en concreto, hablamos de transformación de la conciencia. En este contexto no se entiende por conciencia el simple hecho de estar despierto y alerta. Se refiere aquí al estado de ser consciente de la propia conciencia. Uno se da cuenta, con nitidez, de que se está dando cuenta. Efectivamente es una nueva perspectiva que permite ver otras perspectivas: es un cambio de paradigma. El poeta E. E. Cummings se alegraba en cierta ocasión de haber encontrado «el ojo de mi ojo…, el oído de mi oído». Viendo cómo ves, decía el título de un libro. Ese darse cuenta del darse cuenta constituye otra dimensión.
Las antiguas tradiciones describen la transformación, de modo significativo, como un nuevo ver. Emplean metáforas de luz y claridad. Hablan de intuición1, de visión. Teilhard decía que la evolución tiende a conseguir «unos ojos cada vez más perfectos en un mundo en el que hay siempre más que ver».
La mayoría de nosotros pasamos las horas de vigilia dándonos apenas cuenta de los procesos del propio pensamiento: cómo se mueve la mente, qué teme, a qué presta atención, cómo se habla a sí misma, qué es lo que barre a un lado; cómo son nuestras sospechas, nuestros altibajos, nuestras falsas percepciones. En la inmensa mayoría de los casos, comemos, trabajamos, conversa­mos, nos preocupamos, esperamos, planeamos, hacemos el amor o vamos de compras, todo ello pensando mínimamente en cómo pensamos.
El comienzo de la transformación personal es absurdamente fácil. Lo único que tenemos que hacer es prestar atención al propio flujo de la atención. Con ello, hemos añadido, inmediatamente, una nueva perspectiva. La mente puede ahora observar sus mu­chos estados, sus tensiones corporales, el flujo de la atención, sus alternativas y patrones, sus dolencias y deseos, y la actividad de los diversos sentidos.
En la tradición mística se da el nombre de Testigo a esa mente oculta tras las bambalinas, la instancia que observa al observador. Este centro de atención, al identificarse con una dimensión más amplia que la conciencia fragmentada ordinaria, es más libre y está mejor informada que ésta. Como hemos de ver, esta más am­plia perspectiva tiene acceso a universos de información procesa­dos por el cerebro a un nivel inconsciente, reinos en los cuales de ordinario no podemos penetrar a causa del carácter estático o del control ejercido por la mente superficial, a la que Edward Carpenter llamaba «el pequeño yo local».
La mente no consciente de sí misma, la conciencia ordina­ria, es como un pasajero de un aeroplano, atado a su asiento, con un antifaz sobre los ojos, que ignorase la naturaleza del trans­porte, las dimensiones del aparato, su alcance, el plan de vuelo y la proximidad de otros pasajeros. La mente consciente de sí misma es el piloto. Este, realmente, es sensible a las reglas de navegación aérea, se siente afectado por el tiempo reinante, y sabe que depende de toda una serie de ayudas a la navegación, pero, aun así, es mucho más libre que la mente «pasajera».
Todo cuanto puede introducirnos en un estado reflexivo y vigilante tiene el poder de transformarnos, y cualquiera que tenga una inteligencia normal puede emprender ese proceso. De hecho, la mente, que está de suyo preparada para deslizarse a nuevas dimensiones sólo conque no se lo impidamos, es el vehículo de su propia transformación. Los conflictos, las contradicciones, los sentimientos encontrados, todo ese huidizo material que de ordi­nario revolotea en torno a los bordes de la conciencia, puede ser reordenado en niveles cada vez más elevados. Cada nueva inte­gración facilita la siguiente. Algunas veces, a esa conciencia de la conciencia, a ese nivel de Testigo, se le designa como una «dimen­sión más alta», expresión que con frecuencia ha sido mal enten­dida. El psiquiatra Viktor Frankl señalaba que este nivel no implica juicio moral alguno:
«Una dimensión más alta es simplemente una dimensión que abarca más. Si tomamos, por ejemplo, un cuadrado bidimensional y lo exten­demos en sentido vertical hasta convertirlo en un cubo tridimensional, podemos entonces decir que el cuadrado está incluido en el cubo… Entre los distintos niveles de la verdad no puede haber una mutua exclusión, ni una verdadera contradicción, ya que lo más alto incluye lo más bajo».
En El País del Plano, el Cuadrado intentaba explicar su reali­dad a los habitantes del País de la Línea como una «línea de líneas». Más tarde la Esferase describía a sí misma como un «círculo de círculos». El proceso transformativo, como veremos, una vez que comienza es geométrico. En este sentido, la cuarta dimensión consiste justamente en eso: en ver las otras tres con ojos nuevos.

Ferguson, La conspiración de Acuario

Fuente: Gestalt Terapia

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