Desde una lentitud pasmosa, desde un insoportable desgano doblo la ropa que voy a lavar. Tengo el fastidio metido en la piel. Allí, doblando franelas, boxers y suéteres rompo en llanto. La tristeza siempre me asalta en el momento más inesperado con lágrimas que no tienen contención. Me restriego los ojos para poder seguir doblando la ropa que luego me pondré a lavar. Pero no puedo. Debo aprender a continuar con este vacío. Apoyo la frente en la pared y cierro los ojos para ver si encuentro calma. La angustia se va aquietando y empiezo a recobrar la respiración. Poco a poco. Los pensamientos vuelven otra vez al mismo carril después del desahogo, aunque la zozobra de que la tristeza va a llegar en cualquier instante es una sensación siempre inminente.
José Roberto Coppola
Fuente: Terapia de piso