Me explico. Escuché una noticia sobre un pueblo, ha sacado su propio diccionario. Villa conquense, Portalrubio, para ser más exactos.
En los artículos que comentan la noticia dicen que utilizan por ejemplo palabras con acepciones diferentes a las que se usan habitualmente, como «aliño», que para los portalrubieros significa desorden; «encalar», colar algo en un sitio de difícil acceso, o «felpa», que es una paliza.
Tiene poco de particular que unos utilicemos unas palabras en un contexto cuando para otros significa algo totalmente distinto. Podemos recordar perfectamente que la palabra “coger” nada tiene que ver en España como en algunos países sudamericanos.
Como escribo muchas veces, son diferentes mapas del mundo. Ahora bien, lo realmente interesante es la capacidad de atarnos a esas palabras, códigos que sólo representan una mínima parte de nuestra capacidad comunicativa. Es nuestro lenguaje no verbal quien marca la pauta. Vuelta a la rueda de molino, ¿quién tiene la razón?
¿Qué provoca en mí esta reflexión? El tan traído y llevado “pensamiento positivo”. Son dos palabras en lugar de una, provocan emociones y llenan páginas con opiniones encontradas, reorganizadas o interpretadas. Un ejemplo muy bien argumentado es el libro Sonríe o Muere de Barbara Ehrenreich. Y, en mi opinión, la mayoría de las veces son sesgados.
Yo trabajo desde el pensamiento positivo, me guío en mi vida desde el pensamiento positivo y fomento su uso.
Cuando digo por ejemplo: El Pensamiento Positivo mejora tu capacidad para afrontar tu día a día. Si hago esta afirmación, sin más, sin añadidos, resulta bastante evidente que dejo lugar a la interpretación y subjetividad de quien lo lee. Resulta bien distinto decir que utilizar el pensamiento positivo como una herramienta más dentro del proceso de crecimiento y mejora de una persona para afrontar cambios en su vida. Y que ese proceso tiene como estandarte la acción porque sin ésta cualquier pensamiento (positivo o no) queda en agua de borrajas. Cuando matizo, es entonces que la percepción cambia un poco.
Comparando, imagina el siguiente mensaje que puede decir un médico o encontrarte en muchas páginas de salud: Masticar bien mejora la digestión de una persona. También sería una parte del todo, puesto que el proceso de alimentarse lleva implícito que además de masticar es necesario deglucir el alimento para después ser digerido por nuestro estómago. Y, sin embargo, aunque dijese la primera frase no creo que se escribiesen postulados a favor o en contra de masticar. Porque, aunque con dificultad, es posible tragar sin masticar. Eso si, con el correspondiente peligro de ahogarse.
Es decir, hablar de “pensamiento positivo” en un artículo en muy pocos casos querrá decir, piensa bien y acuéstate a ver qué sucede. Muchos menos dirán que “todo” el tiempo “hay que” ser positivo. Primero porque estaríamos negando la naturaleza humana, tener emociones de muchos y variados tipos.
El quiz está en la respuesta a esta pregunta, ¿cuánto dura una emoción? Esa emoción verdadera, intensa y sin duda temporal. Es breve, apenas unos segundos, como ya explicó Daniel Goleman en sus estudios sobre Inteligencia Emocional. Y una emoción lleva asociado mensajes corporales (que se pueden esconder más no negar). Forman un equipo, emociones+corporalidad.
¿Y qué hace el pensamiento, la mente? Toma esa sensación y decide si quiere dejarla pasar o darle una y mil vueltas. ¿Fue antes el huevo o la gallina? ¿Fue el pensamiento generador de la emoción (positiva o negativa) o al revés? Quizá necesitaríamos llegar a nuestra primera experiencia de logro para saber qué sucedió. Y si la propia emoción de bienestar generó sentirnos bien o sentirnos bien originó la emoción positiva. Algo improbable de confirmar si partimos de la idea que un bebe en el vientre materno puede sentir esas emociones aunque no sabemos qué piensa.
Llegados a este punto indagar en qué sucedió entonces parece de poca ayuda, ¿no sería más efectivo determinar qué podemos hacer ahora? Podemos esperar a reconocer una emoción positiva para sentirnos bien partiendo de primero hacer aunque sea desde una premisa de pensamiento negativo y después esperar que el logro nos devuelva el bienestar. ¿Funcionará? Para unos más que para otros. Dependerá mucho de la perseverancia en hacer y del gasto energético. También podemos fomentar ese “pensamiento positivo” aunque nos encontremos en una emoción negativa. Nos costará un poco salir de ese pensamiento, aunque con la costumbre llevará menos tiempo. ¡Ah si! Y además jugamos con una ventaja, ¡la emoción duraba sólo unos segundos!
Sea cual sea la naturaleza de una emoción apenas abarca un pequeño espacio de tiempo, se genera de forma natural y automática, junto a reacciones físicas. Mientras, los pensamientos son fruto de nuestra interpretación, duran todo el tiempo que queramos tenerlos, ya que están bajo un mayor control de la persona.
Es cierto que se habla mucho en algunos foros de pensar en positivo como la panacea para resolver problemas. Como decía anteriormente, también este punto de vista me parece algo sesgado.
En mi opinión, creo que se hace necesario poner conciencia tanto cuando escribimos sobre este asunto como cuando leemos sobre ello. Sobre todo, con la responsabilidad de ser claros con aquellos que nos leen.
Un pensamiento genera una emoción determinada. Ahora bien, la forma de hacer realidad un pensamiento es llevarlo a la acción. Para cambiar algo es importante poner estos elementos a trabajar juntos.
Para concluir te comparto un artículo que escribí hace tiempo de una experiencia muy personal con ello. Y ahora elige tú qué tipo de pensamiento quieres.
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Susana García Gutiérrez – Coach Profesional
1ª Coach de Familias Monoparentales