Su trabajo era humilde, y de extenuantes horas a la intemperie.
No tenía el dinero para pagar a sus maestros, ni ningún tipo de conocimientos.
Además tenía otra gran limitación: era tartamudo, si efectivamente, era incapaz de articular una frase completa seguida sin pararse a repetirla constantemente. Su poca pericia en el habla venía de su forma de ser quizá en gran medida avalada por su entorno familiar.
Demóstenes sabía que la persistencia y la tenacidad hacen milagros y, cultivando estas virtudes, pudo asistir a los discursos de los oradores y filósofos más prominentes de la época. Hasta tuvo la oportunidad de ver al mismísimo Platón exponer sus teorías.
Ansioso por empezar, no perdió tiempo en preparar su primer discurso con mucho coraje y valentía.
Su entusiasmo duro poco: la presentación fue un absoluto desastre. Fue un gran fracaso. A la tercera frase fue interrumpido por los gritos de protesta de la audiencia, muy acostumbrada a grandes oradores.
– ¿Para qué nos repite diez veces la misma frase? dijo un hombre seguido de las carcajadas del público.
– ¡Hable más alto! -exclamó otro-. No se escucha, ¡ponga el aire en sus pulmones y no en su cerebro!
– Pero quién te has pensado qué somos, ¿Para qué público has preparado el discurso?
Las burlas acentuaron el nerviosismo y el tartamudeo de Demóstenes, persona insegura de por si, quien se retiró entre los abucheos sin siquiera terminar su trabajado discurso.
Y Demóstenes en vez de sentirse desanimado, tomó esas afirmaciones como un desafío, como un juego que él quería ganar a base de constancia y perseverancia, sabía que podía ser capaz de hacerlo tan bien como cualquier otro orador.
Usaba la frustración para agrandarse, para llenarse de fuerza, para mirar más lejos. Sabía que los premios de la vida eran para quienes tenían la paciencia y persistencia de saber crecer y siguen el camino de sus sueños.
– Tengo que trabajar en mi estilo, se decía a sí mismo todos los días.
Así fue que se embarcó en la aventura de hacer todo lo necesario para superar las adversas circunstancias que lo rodeaban y llegar a ser un experto en ese arte al que amaba con todas su fuerzas.
Se afeitó la cabeza, para así resistir la tentación de salir a las calles. De este modo, día a día, se aislaba desde el amanecer hasta el atardecer practicando fráses que pocos podían articular.
En los atardeceres corría por las playas, gritándole al sol con todas sus fuerzas, para así ejercitar sus pulmones y garganta.
Más entrada la noche, se llenaba la boca con piedras y se ponía un cuchillo afilado entre los dientes para forzarse a hablar sin tartamudear, cuando ya le salía mejor usaba un palo para articular con esfuerzo y poder vocalizar sin tartamudear.
Al regresar a la casa se paraba durante horas frente a un espejo para mejorar su postura y sus gestos.
En esta ocasión la seguridad, la elocuencia y la sabiduría de Demóstenes fue ovacionada por el público hasta el cansancio.
Demóstenes fue posteriormente elegido como embajador de la ciudad.
Su persistencia,
Al igual que Demóstenes,
sólo siendo perseverante,
harás tus sueños realidad
y los vivirás.
Un abrazo. Mari Cruz
Fuente: Cruz Coaching