En el momento de nacer, además del impactante pasaje hacia la respiración a través de nuestros pulmones que se llenan de aire, pasamos también de un ambiente húmedo a uno seco, experimentamos un descenso de temperatura en el ambiente, y además los sonidos ya no están amortiguados. Para colmo, sufrimos un cambio radical en la postura; ya no estamos boca abajo, sino que estamos acostados, o con la cabeza más alta que el resto del cuerpo, pero en buenas condiciones podemos soportar e integrar estas nuevas sensaciones con serenidad y placer.
Durante millones de años, los bebés recién nacidos hemos mantenido un estrechísimo contacto corporal con nuestras madres y aunque en los nuevos siglos, los bebés estamos siendo privados de esta invalorable vivencia, cada bebé que nace espera encontrarse en ese mismo lugar: en brazos de su madre. Si no encontramos refugio y confort en el cuerpo materno, la situación nos resultará dramática y la hostilidad en el medio ambiente será muy difícil de confrontar. ¿Qué pasa si no obtenemos el nivel de confort que necesitamos?
Todos los bebés sanos lloramos para avisar que no estamos bien. Por suerte, los seres humanos desde el nacimiento contamos dos herramientas indispensables para la supervivencia. En primer lugar, el instinto de succión, que nos permite obtener leche, y por otra parte el llanto que nos sirve para avisarle a nuestra madre que la necesitamos.Si los adultos comprendemos que los bebés no pueden resolver nada por sus propios medios, vamos a tener que aceptar que si el bebé llora es porque precisa ser atendido. La pregunta que podemos hacer es si damos prioridad a las necesidades de nuestro bebé o si le otorgamos prioridad a nuestras propias necesidades.
Tengamos confianza en que si el bebé recién nacido se siente seguro, amado, sostenido, estable y va confirmando que cada vez que necesita algo, lo va a obtener, las cosas se van a facilitar en la vida cotidiana con el bebé. El bebé va a ir organizando una fuerte seguridad interior y les aseguro que ese es el regalo más preciado para el desarrollo de su vida futura.
Si tuvimos un embarazo espléndido, es posible que nos sorprenda el puerperio, ¿sabes por qué? Porque durante el embarazo, el bebé nos acompaña a nosotras, pero en el puerperio, somos nosotras las que tenemos que acompañar al bebé y eso es mucho más trabajo.
Si somos mujeres identificadas con la autonomía, la libertad, el manejo del dinero, la libre circulación, la independencia, es obvio que cuando aparece el bebé, nos vamos a sentir prisioneras, vamos a tener ganas de escapar a cada rato de esa demanda incesante del bebé, y claro, cuanto más sienta el bebé sienta que nosotros queremos escapar, más el bebé va a llorar por las dudas, pidiendo que nos quedemos ahí. ¿Quién tiene razón, la mamá o el bebé?
Siempre podemos dejar a un bebé llorar, en algún momento va a parar. Sin embargo, esto no significa que el bebé haya recibido los cuidados que estaba reclamando, al contrario; solamente entendió, que llorar no sirve para nada, y algo peor, el bebé para obtener cuidados maternos va a desplazar sus manifestaciones sobre otro pedido que pueda ser escuchable por la mamá. Por ejemplo, se va a enfermar, y la mamá va a mirar la enfermedad, en lugar de mirar el bebé necesitado, y ahí ya tenemos la primera equivocación.
¿Hasta cuándo somos bebés? ¿Hasta los 6 meses, 1 año, 1 año y medio, 2 años, 3 años? ¿Qué importa? Mientras el bebé pida brazos, teta, calor, mirada, presencia, permanencia, juego, lo va a pedir, y en la medida en la que nosotras se lo podamos ofrecer, simplemente el bebé se va a sentir bien. Cuando se sienta seguro, no lo va a pedir más porque nadie pide lo que no necesita. Simplemente los tiempos de los bebés no son iguales a los tiempos de los adultos.
En todos los casos, todos los bebés lloran, todas las mamás lo pasamos mal, todos los papás lo pasamos mal. Sin embargo, nos diferencia la intención, la firme intención de hacer algo para comprendernos más, y para comprender al bebé que algo interesante nos está diciendo, por eso ¡pidamos ayuda!Conectemonos con el bebé, que algo nos está diciendo.
¿Qué pasa si a pesar de acunar al bebé, de abrazarlo, de alimentarlo, de cobijarlo, igual el bebé sigue llorando? Ahí tenemos que comprender que es momento de preguntarnos que me pasa (a la madre/cuidador del bebé), en lugar de qué le pasa (al bebé).
Madre y bebé compartimos el mismo territorio emocional, podemos decir que sentimos lo mismo. Es verdad que cuando el bebé nació, nos hemos separado físicamente a través del corte del cordón umbilical, pero en un plano más sutil, no estamos separados. A este fenómeno lo vamos a llamar fusión emocional (mamá y bebé, los dos viven la misma realidad).
Ahora viene la parte más difícil, el bebé expresa especialmente todo el material emocional que las madres no registramos, que hemos relegado a la sombra. Es decir, manifiesta justo eso en lo que hemos puesto tanto empeño en olvidar: situaciones confusas de la infancia, secretos, soledades, abandonos emocionales, pérdidas afectivas o dolores sin nombre.
Por eso, cada vez que el bebé llora, además de acunarlo, abrazarlo, alimentarlo, protegerlo, tomemos contacto con eso que nos duele, pidamos ayuda, conversemos con las personas más cercanas afectivamente sobre eso que nos pasa o que nos pasó. Asumamos nuestros conflictos y busquemos la manera de encararlos con mayor madurez.
(Añado yo: si esto no es suficiente, el hablar con personas de nuestro entorno, si necesitamos un apoyo externo, pidamos ayua a un recurso profesional, que nos acompañe y guíe en el proceso de elaboración de esos conflictos no superados).
Y si todavía, todavía sigue llorando, busquemos compañía. NO ATRAVESEMOS TODO EL DÍA SOLAS CON EL BEBÉ EN BRAZOS. Pero cuidado, buscar compañía significa estar junto a personas que no nos juzgan, sino que simplemente tienen la capacidad de acompañarnos y dispuestas a escuchar nuestras necesidades emocionales, nuestras, las de las mamás. Las madres y los bebés nos lo merecemos.
Fuente: CENTRO PSICOLOGÍA GESTALT