Es cierto. Hay veces que parece que el universo infinito esté predispuesto de cierta manera para que algo te ocurra a ti y nada más que a ti. Mucho más aún. En ocasiones, en nuestro afán de protagonismo, nos creemos los elegidos: Vemos una oferta de empleo, leemos los requisitos a cumplir y pensamos, “este trabajo está hecho a mi medida”. Si te vas a casar, el día que la novia se compra el traje dice: “!Ya tengo el traje, parece que me lo hubieran hecho a media, era justo lo que quería!”. Buscamos un piso y justo vemos uno que “era el nuestro”, escuchamos una canción que nos hace sentir cosas y “es nuestra canción” porque realmente parece que un día alguien que me conoce mucho la compuso. Y no digo cuando conoces a la persona con la que quieres pasar el resto de tu vida, “es justo lo que yo quiero”… Este acto de egolatría, de creernos reyes por un instante, no hace más que acentuar lo iguales que somos todos. Seguro que miles de personas pensaron lo propio al ver la misma oferta de empleo, al probarse el mismo vestido de novia, al entrar en el mismo piso, al escuchar la misma canción, y, por su puesto, al conocer a tu mismo novio… Pero bueno, esto no es una propuesta firme de celos. Yo, gracias a la vida, ya superé eso hace años (son las consecuencias de tener un novio rabiosamente atractivo). Lo digo porque ayer mismo llegó a mis manos, gracias a una amiga (Princesa), una buena oportunidad para una escritora novel como yo, y, leyendo todos los requisitos y menesteres que precisaba el concurso, yo era, sin lugar a dudas, la persona que están buscando para premiar con tan suculenta beca. Cumplo a rajatabla los pormenores de tan exhaustivo concurso y, siendo franca, supongo que, al igual que yo, habrá otros cientos de miles de talentos ocultos que ansían ser descubiertos, pensando lo mismo.
Ahora que me doy cuenta de lo vulgar de mi excelencia, sólo me queda decir, una vez más: ¡Que haya suerte!