La casa del corazón dejé en ruinas con mis manos.
Y supe que en las ruinas el tesoro está.
Rumi (poeta místico persa, s. XIII)
Recientemente uno de mis clientes, que está viviendo una transición importante en un área de su vida, se quejaba de que a pesar de poner todo de su parte para impulsar el cambio hacia lo nuevo y mejor, las cosas no parecían salir. “¡Parece como que nunca llego!» se quejaba. Cierto es que había dado pasos pequeños, grandes, y algunos de ellos, gigantescos y retadores para él, y la evidencia de los resultados parecía ser lenta. Reflexionando acerca de esta situación y de otras similares que he vivido en mi propia vida en las que, aparentemente, he puesto todo lo que he sabido de mi parte, y he recibido un aparente silencio inicial por respuesta de mi universo, recordé una anécdota que comparto con ustedes ahora.
Hace muchos años, en mi época de universitaria en Londres, una de mis compañeras de carrera me invitó a compartir un almuerzo navideño con su familia, una singular mezcla de italiana, irlandesa e inglesa. Recuerdo en esa comida que el tradicional
Christmas pudding[1], postre que tiene su origen en la Inglaterra medieval, fue el mejor que había probado en toda mi vida.
“¡Qué maravilla de Christmas pudding!”, comenté mientras me deleitaba en todos los aromas, sabores y texturas que recogía mi paladar. Cuando concluyó ese inolvidable almuerzo horas más tarde, me aventuré a pedirle la receta, y digo me aventuré porque es un tema delicado. Algunas de las recetas de
Christmas pudding han ido pasando de generación en generación y no se comparten con extraños. Ella me llevó a la despensa y extrajo de un oscuro rincón una antigua lata de galletas. La abrió, y allí vi, envuelto en un paño de lino, su tesoro. En la tapa de la lata, por fuera, estaba anotada la receta, con la fecha de elaboración del
Christmas pudding que sostenía en sus manos. Me quedé boquiabierta al comprobar que la había elaborado en enero (estábamos a diciembre). ¡El
pudding había estado macerándose todo un año!
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Christmas pudding |
Una de las paradojas más inquietantes que nos toca vivir por el mero hecho de habitar este planeta, son las etapas de transición. Toda nuestra vida está recogida en una transición, que transcurre desde que nacemos hasta que morimos, y ese mismo espacio es escenario de múltiples transiciones. Cada día, cada hora y cada minuto que pasan son transiciones a otro momento, la vida es un entramado de comienzos y finales, con muchos entremedios.
Lo fascinante de esto es que nuestra atención se centra sobre todo en los extremos de las transiciones: en los finales (y toda transición, paradójicamente, comienza por un final), porque la sensación de pérdida y el apego “a lo que era y ya no es” nos conecta con la tristeza, la confusión y la incertidumbre; y en los principios porque son exhilarantes y nos conectan con el optimismo y la emoción de lo nuevo. Pero existe otra área importante que necesitamos habitar en cualquier período de transición que es esa etapa intermedia, esa zona neutral, donde poco parece suceder. Y esta etapa es determinante, pero la menos apreciada en el proceso porque no parece estar ocurriendo mucho en ella, por más que hagamos.
Las antiguas sociedades tribales se cuidaban mucho de educar a sus integrantes en estos períodos «entremedios». El antropólogo Arnold van Gennep, que fue quien acuñó el término “rito de paso” describe cómo en determinadas ceremonias se separaba al inidividuo del grupo, y se le aislaba para que viviera una muerte simbólica, por ejemplo se le enviaba al desierto o a habitar alguna zona inhóspita (los aborígenes australianos en su walkabout enviaban al adolescente a vivir 6 meses solo en terreno salvaje) y, pasado el período de aislamiento y una vez integrados los cambios, se le rehabilitaba y reinsertaba en el grupo.
En nuestra sociedad, desafortunadamente, estos importantes períodos de contemplación, se consideran vacíos porque los vivimos desde la óptica de la carencia, de la ausencia de algo, y por ello terminamos abandonando o sustituyendo proyectos, planes de futuro, parejas y libros a medio escribir, porque los resultados no son inmediatamente visibles.
Por otra parte, en esta misma zona neutral donde nada parece suceder en el plano físico, algunas personas notan cómo surge en ellas un anhelo por aislarse unos días, irse a una casa de campo prestada, irse de retiro o incluso separarse temporal o definitivamente del círculo de amistades asociadas a una etapa obsoleta de sus vidas. Este, al igual que el embarazo, es un período de gestación, absolutamente necesario para que emerja el ser de esta nueva etapa, completo, congruente y con un nuevo sentido de propósito en la vida. Es importantísimo, si aún anhelamos esa transformación, no abandonar y mantenernos en la espera activa.
De modo que si estás en esa zona neutral, en este momento, con la sensación de haber movido todas las fichas que has de mover, quizás sea momento de permitirte vivir plenamente ese período intermedio, para que, como dice Rumi en su poema, surja de las ruinas el Tesoro anhelado. En resumidas cuentas:
1. No tengas prisa. Aprovecha para disfrutar de lo aparentemente insignificante: el canto de un pájaro, la elaboración de un plato, el trayecto matutino.
2. Acepta la incomodidad. Sé consciente de que no siempre entenderás todo lo ocurrido, ni que recibirás respuestas claras y contundentes a tus preguntas. Todo período de aprendizaje va precedido de un período de confusión.
3. Utiliza este período de gestación para deleitarte en ti, a la vez que sigues dando los pasos necesarios para crear lo nuevo.
Es en este mismo espacio donde, al igual que el Christmas pudding de Verónica, irán macerando todos esos deliciosos ingredientes que hemos ido añadiendo a nuestros proyectos, a nuestras relaciones, a nuestros sueños. ¿Para qué? Para que emerja el ser que nos permitirá encaminarnos y atraer aquello que más vibre con nuestra energía y nuestros valores actualizados. Fue en ese mismo pudding macerado en el que, por vez primera, encontré una moneda de oro macizo, augurio de fortuna para el nuevo año que comenzaba.
Mucha Luz en tu camino. Y gracias por tu compañía.
[1] Postre navideño, de origen británico, que consiste en una elaboración compuesta de frutos secos, melazas, azúcares, zumos de fruta y brandy, entre otras cosas. Tradicionalmente a uno de los comensales le tocará encontrar una moneda oculta en el mismo, signo de fortuna para el año venidero.