Un ejercicio práctico de respiración

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1. Nos tumbamos boca arriba sobre una esterilla, con los ojos cerrados, los brazos en cruz y relajados, las manos en posición supina, las piernas flexionadas para que las plantas de los pies toquen la superficie del suelo y los pies separados un poco más que el ancho de nuestras caderas.
2. Dedicamos unos minutos a procurar que la totalidad de la espalda entre en contacto con el suelo mediante suaves reajustes. Podemos hacerlo aproximando los pies y levantando un poco la pelvis para luego recolocarla de nuevo en el suelo.
3. Permanecemos todo lo inmóviles que podamos sintiéndonos cómodos y sin tensar músculo alguno. Nos concentramos en el rostro para relajar la expresión facial, sin apretar los párpados ni mover los globos oculares.
4. Hacemos una inspiración larga por la nariz, llevando el aire al bajo vientre, imaginando que por todos los poros de nuestra piel entran millones de gotas frescas de agua .
5. Retenemos la respiración nueve segundos. Luego soltamos el aire por la boca, despacio y abriéndola poco a poco como si empezáramos pronunciando O y termináramos diciendo A. Cuando expulsamos el aire, imaginamos que por los poros de toda nuestra piel salen millones de gotas de luz que se expanden hacia el infinito.
6. Trabajamos este ejercicio durante diez minutos. Antes de abrir los ojos y ponernos de pie, procuramos volver a sentir la inmovilidad, la sensación de no tener necesidad de hacer nada y nos levantamos sin prisa.
Respiramos de un modo diferente y sentimos paz y tranquilidad.
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