Prácticamente todos los días, desde la aparición de la web en mi vida, recibo un sinfín de correos, powerpoints, películas y artículos sobre grandes héroes y heroínas, personas que han realizado acciones descomunales, que han creado imperios y emporios, que han salvado parte de la humanidad o que han creado corrientes y artefactos que impactan en nuestras rutinas diarias. Héroes y heroínas merecedores de nuestra admiración, claro, pero inasequibles, desconocidos y lejanos. Seres bidimensionales que apreciamos en imágenes, ya sean quietas o en movimiento.
Desde tiempos remotos, a los seres humanos nos han encantado los héroes y heroínas, esos personajes que hacen lo difícil o imposible y que nos inspiran a hacer lo mismo. Quizás también representan para nosotros el anhelo secreto a ser rescatados de nuestras dificultades por una fuerza mayor, sin tener que arriesgarnos a perder nada, pues “ellos” no sólo saben lo que hacer, sino cómo hacerlo también. Pero es precisamente esta esperanza casi ciega en las acciones de alguien fuera de mí que tiene las respuestas, lo que nos ha conducido a esta crisis mundial que estamos experimentando.
Estas navidades viajé a pasar unos días en compañía de mi familia británica. Entre preparativos, visitas, juegos y celebraciones, los días transcurrieron en una especie de trajín armónico, con diversos trasfondos de conversaciones serias y otras más cómicas y superficiales. Participando activamente en estas interacciones con miembros de la familia y algún amigo o amiga que se sumó a las celebraciones, pude constatar una vez más cómo en este grupo de personas se manifiestan un sinfín de virtudes, cualidades y destrezas (sombras también, claro) que me sirven de referente, especialmente para áreas o tendencias de mi vida en los que necesito más refuerzo.
El desprendimiento y la generosidad de una (que por cierto hay que tener cuidado con lo que le dices, pues si le dices “¡qué bonita falda llevas!”, se la quita y te la da – ¡verídico!), la tolerancia de otro, la ecuanimidad de la otra, la intuición de aquella, la capacidad organizadora y de liderazgo de esta, la entrega y lealtad de aquel, todo ello en un reducido espacio familiar, y contenido en personas con cara, nombre, e historias de vida, algunas de ellas espeluznantes e inspiradoras, de forma que no necesito ir a internet para encontrar héroes y heroinas cercanos que me inspiren, porque están al alcance de mi mano, de mi vista y, por encima de todo, de mi corazón.
Fue durante esta estancia que decidí subir al desván, donde están almacenados algunos de nuestros “tesoros” personales (fotos, libros, cartas) y donde encontré un libro de poemas por el poeta americano William Stafford. Hojeando el libro, en medio del desván, mi vista se posó sobre un breve poema titulado “Allegiances” (“Lealtades”) cuyo pimer verso, traducido, dice: “Es hora de que todos los héroes se vayan a casa”.
Sentada en la penumbra, entre cajas y paquetes y con un frío que pelaba (es la única zona de la casa que carece de calefacción), volví a pensar, agradecida y enternecida, en las personas de carne y hueso de mi entorno personal y profesional que me han brindado inspiración, apoyo, amistad, solidaridad, consuelo, alegría, e incluso bienes materiales, que me han abierto caminos y que abren caminos que otras personas ajenas a ellos transitarán…
Y también pensé en esas personas en las que ponemos nuestras esperanzas, a las que dotamos de responsabilidad y poder para que resuelvan los problemas que hemos creado entre todos y todas, los que tienen una visión de futuro a menudo excluyente, en lugar de integradora, y releí el verso: “Es hora de que todos los héroes se vayan a casa”.
Porque esta crisis que nos aflige de cerca y de lejos, y de la que nos quejamos a diario, abre las puertas a una nueva especie de héroe que no son ni nuestros políticos, ni nuestros dirigentes ni, por muy admirados, nuestros líderes espirituales. Esta nueva estirpe de héroe y heroína está aquí ahora mismo, escribiendo y leyendo estas líneas. Son los héroes y heroínas que necesitan salir de sus casas. Somos tú y yo.
Mi visión para el 2012, y me arriesgo a compartirla, es crear comunidad. Creo que estamos llamados a solidarizarnos. La solidaridad, la visión comunitaria, el anhelo de pertenencia hicieron caer los muros de piedra en la década de los ochenta, y lo están haciendo de nuevo con los muros virtuales de nuestra visión limitada y limitadora (el 15M es un ejemplo de ello), creando nuevas tendencias, nuevas economías sostenibles y nuevas formas de trabajar y de expresar nuestros talentos. De hecho ¡ya está ocurriendo! En mi propio entorno veo personas que están creando nuevas ocupaciones (que aún no tienen nombres formales), clientes y amigos que abandonan (¡sí!, has leído bien) trabajos «seguros» y bien remunerados para manifestar la expresión de su Alma, como decía una cliente.
¿Y cómo contribuir a la transformación comunitaria? Potenciando las relaciones. Todo lo que existe en nuestro planeta, por no decir el universo, existe por la interacción de dos o más seres u organismos. Todo está en relación. Tú y yo nos necesitamos, somos interdependientes. Y a la vez estamos interconectados con otros seres vivientes. Potenciemos nuestra mutua presencia, nuestras experiencias, nuestras virtudes y nuestros talentos. Debatamos de manera ética en mesas redondas cómo podemos transformar esta situación, aprendiendo de ella, y actuemos en conjunto. Creemos un nuevo tipo de liderazgo resiliente basado en la colaboración, potenciando así lo mejor de nosotros y de nuestros entornos. Aunque no veamos el resultado inmediato, las generaciones venideras se beneficiarán de nuestras acciones. ¡Feliz 2012!
Fuente: El coaching transformador