Por: Pilar Alberdi
El otro día vi en facebook una página que se titulaba «El abuelo». Imagino que hay otras con nombres como «La abuela», «Mamá», «Papá»…
En la página que indico cientos de adolescentes reflejaban sus sentimientos hacia sus abuelos fallecidos. Expresaban lo mucho que los extrañaban, los recuerdos que tenían de ellos, la tristeza.
Sentí de repente que esa página llena de sentimientos y oraciones era una especie de lugar de recogimiento, y no dudé ni un segundo en compararla con un templo al que se acude para ponerse en contacto con aquello que nos une al universo o acaso al sentido de una vida.
Probablemente haya muchas cosas malas en Internet. Sin embargo, yo siempre he puesto mi mirada en las buenas: una noticia que escapa a las censuras habituales, un pueblo que se organiza para reclamar su libertad o como es mi caso para comunicarse con la familia y los amigos o para publicar lo que escribo.
Generalmente, cuando alguien fallece se tiende a hacer un silencio posterior, porque el dolor es tan grande, que se tiende a callarlo. Sin embargo, es necesario decir, expresar, y me alegra saber que hay sitios como el que he citado dedicado a personas que uno ha amado. Esas oraciones bien pueden compararse a rezos, pero también recuerdan la complicidad con el amado, con el recuerdo grato y generoso que ha dejado.
Quizá, a raíz de esas lecturas, y pensando en la Declaración de los derechos humanos y en las del niño, ambas tan tardías (mediados del siglo XX), reflexioné que sería bonito que el primer derecho que figurase en la de los niños fuese: «Todos los niños tienen derecho al amor». Esos niños que hablan tan bien de sus abuelos lo han tenido, al menos, con esa figura familiar. Porque hay veces, tantas, en las que la compañía, el derecho a una vivienda digna, unos padres, no garantizan el amor. Y el amor, es lo primero.
Fuente: PSICOLOGÍA.