Lo primero de todo: para ponerse la chapita(widget) del Camino de Santiago en tu blog, mira este artículo.
Mi historia con el camino de Santiago no ha terminado todavía. Creo que nunca termina para los que hemos caminado por esos senderos. Nunca termina ni siquiera para quien lo ha completado, como para alguien como yo, que todavía no he llegado a Santiago.
Hace tres años y medio ya, hay que ver cómo pasa el tiempo, empecé a andar el Camino. Partiendo desde Roncesvalles, junto con una amiga – que luego pasó a ser mi novia, a vivir juntos y actualmente a ser mi amiga de nuevo. No nos conocíamos casi, pero ella iba a hacer el camino y yo no tenía nada que hacer ese verano, durante esas fechas. Ella iba a caminar hasta Burgos, así que me acoplé. Ya nos habíamos liado y tal, así que bueno, sabíamos a lo que íbamos… o eso creíamos.
Nos preparamos bastante: tratábamos de hacer paseos por la ciudad (ella – yo aparte de eso ese verano también hice el interraíl, así que tenía los pies curtidos). Al recordar aquellos tiempos, siento nostalgia de mi actitud hacia la vida: exprimía cada gota. Un día sin tener nada que hacer no era un aburrimiento sino una oportunidad de explorar el mundo o de explorarme a mí mismo, o las dos cosas. Quizás la actitud era un poco psicótica y no fue bien encaminada luego, pero bueno, lo recuerdo como una época de vida plena. No me engaño: tampoco recuerdo que fuera feliz, pero sí estaba contento con cómo era. Era como quería ser. Quizá ahí esté el problema: era como quería ser, sentía lo que quería sentir – pero igual mi naturaleza no quería eso. Basta de chorradas y al lío.
Recuerdo los primeros días, con aquello masificado. Durmiendo en las tiendas cno un frío polar, que no dormimos nada porque teníamos únicamente una sábana (llegamos tarde y ya no había mantas) y además tuvimos que dormir al lado de la puerta de la tienda militar (de lona, es decir, entraba el aire). Me bajé a su cama para al menos darnos calor y poder dormir…
En Zubiri, tuvimos que dormir en un frontón ya que los albergues estaban ocupados. Qué bonito era el camino por Navarra, realmente precioso. Eran fiestas en Zubiri y nadie bailaba, así que bailamos nosotros.
En Pamplona dormimos por primera vez en una cama como Dios manda. Es que era en un convento de monjas. Estábamos tan contentos, que además coronamos la experiencia con un buen polvo dentro del recinto propiedad de las hermanas aquellas, que Dios las bendiga en el improbable caso de que exista.
En Puente de la Reina (de esta etapa no me acordaba y he mirado a ver, lo reconozco) cociné unos macarrones, quiero decir que cociné por primera vez en el hostal… y pocas más creo, que yo recuerde, jeje… Un puente muy chulo. Allí entramos a una exposición que había en una torre muy cerca del puente. No me acuerdo muy bien de qué era, pero recuerdo que era interesante. Y las partes del museo, que era como una casa antigua.
Seguimos por las tierras navarras. Camino a Viana nos dieron unas diarreas muy malas, menos mal que llevábamos Fortasec, el amigo del estómago del peregrino. Pero creía que me moría, qué retorcijones. Además el baño de aquél albergue (en un pueblo pequeño) era de los de cagar de pie… un suplicio. A ella también le dio, y fue un espectáculo aquello, vaya pareja…
Nos recuperamos pronto y ese mismo día andamos hacia Viana, donde tomamos arroces y tal. En Ventosa, coincidimos con unos madrileños y un segoviano que iban en bici… pero que eran la risión absoluta. Además traían porretes, y con eso y el vino riojano, y un hospitalero super gracioso que se parecía a Enrique San Francisco pero en tartamudo (qué crack) a mí me dió un ataque de risa de los de verdad, de los de no poder parar… subiendo a la habitación, hasta me metí al baño antes porque me seguía riendo y no podía parar… y me dijo ella que se me oía perfectamente desde la habitación jajaja…
Ya empezamos a notar el cansancio, pero bueno, seguíamos e incluso recuperábamos terreno respecto al plan inicial. Al final empezamos a mandar la dieta del peregrino a tomar viento y darle a los ricos vinos y a las tapas que había en los pueblos del Camino.
Recuerdo que tuvimos nuestro primer momento malo como pareja y como caminantes yendo por una carretera estrecha y en obras por la que pasaban camiones… ella iba andando por el móvil, en mi opinión, despreocupadamente, y yo tenía miedo de que los camiones la pillaran. Le tuve que dar un grito y todo, y ella se molestó mucho… aquél momento sin embargo, no me gustó nada. Me dejó un poso muy malo: en los problemas, no nos entendíamos en la rabia. Yo empecé a tragarme cosas y eso es muy, muy malo. En fin, se ve que no estaba preparado para eso. Me marcó mucho aquello, sí. Vi que no teníamos tanto en común como yo creía.
A mí me dieron unos dolores en las caderas, así que empecé a usar su palo y el mío, y andar de manera rara, como un robot. Así que hice de robot. Además me dolía menos si andaba a grandes zancadas y rápido así que lo hice. Empecé a hacer de robot, de Bender de Futurama, y fue muy gracioso. «Quería matar a todos los humanos» excepto a ella. Eso fue cerca de una valla donde había miles de cruces hechas con palitos del bosque, y se veía la carretera desde arriba.
La entrada en Nájera, fue lo más peor que habíamos visto en arquitectura popular: premio al pueblo más feo del Camino. Una estética cutre ochentera poblaba la entrada al pueblo, incluido el bar donde tomamos el desayuno. Luego ya el centro era más chulo, pero…
En Santo Domingo de la Calzada fue en el único momento en el que no dormimos en albergue: nos dimos el gustazo y fuimos a un hotel como las parejas pudientes. Llegamos bastante tarde, y bastante destrozados, así que ya ni fuimos a los albergues a preguntar. Que les den. Nosotros en nuestra camica doble como unos campeones, qué coño. El peregrino también tiene que cuidar de sí mismo.
En Belorado estuvimos en el albergue de la Iglesia, donde además daban de cenar pero bien y había una buena fiesta allí montada. Recuerdo el estar tendiendo las ropas fuera en un tendedero. Qué curioso que recuerde eso, ¿no? En un pueblo anterior tuvimos también un momento muy bonito, yo estaba cantando mientras lavaba la ropa a mano, y a mi ex le gustó mucho. Yo recuerdo que entonces la voz me salía más libre, más queriendo ser. Era voz, y no sé, ahora me cuesta entonar mogollón – bloqueos psicológicos, está claro.
No dormimos en San Juan de Ortega, porque nos habían dicho que estaba mal, entraba el aire y hacía un frío acojonante, los hospitaleros muy secos, y había poco sitio. Pues fuimos al pueblo siguiente, uno de cuatro letras, pero que no me acuerdo del nombre. Resulta que los propietarios de aquél albergue eran un matrimonio que se conocieron en el Camino, y que luego pusieron un hospital allí en el pueblo. ¡Qué cosas! ¿Qué tendrá el Camino? Desde luego, recuerdo a un cura que una vez dijo, «no hay mejor sitio para ligar que el Camino».
Llegamos a Burgos, punto final de nuestro viaje (por ahora) porque íbamos a casa de un primo mío, e hicimos noche allí. Fue muy agradable la estancia en Burgos. Durante la noche, no sé por qué, le di un susto terrible a mi ex porque en la oscuridad de la cama, hice un gesto y un sonido rarísimo como si estuviera loco, y vamos, casi le da un ataque.
Un pedazo de viaje aquél. Me dejo muchas más cosas en el tintero de las que hay aquí, como el tonto del pueblo que vino a por mí, toda la variopinta gente que se conoce en el Camino, cada lugar y cada rincón… tantas cosas. Contarlo sólo es una pequeña parte: hay que vivirlo.