Camino y camino y camino. Mis pies van y vienen. Me llevan todas las mañanas al trabajo. Me llevan todos los martes, jueves y sábados a mis clases de yoga. Me llevan todos los domingos en la mañana a comprar el periódico y al supermercado. Veo mis pies entre muchos otros en el metro. Los veo fastidiados o impacientes debajo del escritorio de mi oficina. Los veo apenas los bajo de la cama y apoyo en el piso frío de mi habitación. Camino y camino. Veo mis pies corriendo cuando troto. Los veo dejar deslizar la espuma del jabón que va al desagüe cuando me ducho. Cuando bailo hasta el cansancio en una disco. Cuando tienen que saltar un aguacero de la calle en un día de lluvia. Los veo apuntando al cielo cuando hago la posición de la vela en yoga. Camino y camino y camino. Mis pasos van. Siempre van. A veces corro. Mis pies se inquietan y se aceleran. En ocasiones pegan brinquitos cuando estoy feliz. Los veo en zapatos de goma cuando voy a hacer ejercicio en la terraza de mi edificio. Los veo en pantuflas caminar por la cocina. En alpargatas cuando me atrevo a llevarlas al trabajo. En sandalias los fines de semana. En las espadrilles que me traje de Marsella. Camino, camino y camino. Estoy cansado de caminar y no llegar. Quiero cambiar de dirección, de ruta, de destino. Camino, pero no tengo camino. A veces me estoy amarrando las botas de cuero alguna mañana antes de ir al trabajo, y justo al terminarme el nudo, me detengo y pienso en cuándo voy dejar de caminar por costumbre y empezar de una vez por todas a caminar hacia donde verdaderamente quiero.
Fuente: Terapia de piso