La crisis. Una de las palabras que escucho con más frecuencia en mi práctica de coaching. Crisis personal, crisis de pareja, crisis económica, crisis adolescente, crisis emocional, crisis en el trabajo, crisis social, crisis de identidad, clientes en crisis. Bastante repetido es el pictograma chino de la palabra crisis, con sus significados combinados de peligro y oportunidad. Pero, en nuestro idioma, ¿de dónde procede la palabra crisis? El año pasado un compañero consultor me pidió que le sustituyera un día en un curso que estaba dando sobre la crisis. Entré en crisis rápidamente: “¿Cómo voy a hablar de crisis? ¡Yo no soy economista!”, pensé, aterrorizada. Pero la insensata parte de mí, a la que le gustan los retos, contestó rauda, veloz y antes de que el miedo fulminante apareciera en escena: “¡Claro, sin problema!”
Con el corazón latiéndome a mil, la boca seca y aplicándome todos esos recursos de relajación que llevo en mi caja de herramientas para la vida, me lancé a prepararme la clase. Y lo primero que hice fue indagar la etimología de la palabra crisis, y esto es lo que aprendí:
Proviene del griego κρίσις (krísis) que a su vez viene de κρίνω (kríno), que significa, entre otras cosas, seleccionar, separar, enjuiciar o decidir. De ella evolucionó la palabra “crítica” que tiene que ver con hacer un análisis o una evaluación de una situación. Pero la acepción más interesante que encontré, utilizada en una frase por el mismo Hipócrates, y de uso corriente en la Grecia clásica, es la de crisis como “punto de inflexión en una enfermedad, que luego será determinante de si la persona vive o muere.” ¡Fascinante!
Cuando un/una cliente decide comenzar un proceso de coaching, suele encontrarse precisamente en un punto de inflexión. Algo en su vida está en crisis, y la persona sabe que algo debe transformarse para recuperar la armonía. Lo interesante de las crisis, a las que yo prefiero llamar “etapas de transición” (sólo porque genera en mí mayor sensación de confianza y bienestar), es que uno no está ni al principio ni al final de algo, sino más bien en tierra de nadie. Es como si la persona hubiese atravesado un umbral hacia un mundo desconocido, donde llega con las reglas, usos y costumbres del mundo al que estaba acostumbrada, y se empeña en utilizar esas reglas, usos y costumbres en este nuevo mundo porque es lo que conoce y es con lo que está familiarizada. Pero la crisis, etapa de transición, o ese «mundo desconocido» no necesariamente comparten esas reglas. Y sí, ese “pequeño” vacío donde lo antiguo ya no sirve y lo nuevo es ajeno, puede ser aterrador. La impredecibilidad nos conecta con nuestra propia vulnerabilidad.
Encontrarnos sin trabajo, después de estar toda una vida prestando nuestros talentos al servicio de otros, encontrarnos sin la pareja que creíamos tener de por vida, encontrar que la llegada de un hijo ha cambiado una forma de vida cómoda y familiar por otra familiar, pero no tan cómoda ni conocida, encontrar que los clientes que antes pagaban con asiduidad ya no pueden pagarnos, encontrar que ya no encajo en mis entornos ni entre mis amigos y amigas habituales, todo ello, y más, son manifestaciones del encuentro con esa nueva realidad, con ese «pequeño» vacío, donde los parámetros han cambiado. Y esto realmente es lo normal. Lo que pasa es que los seres humanos convertimos en normal el “no-cambio”. Y aquí es donde radica el punto de inflexión.
Entonces, ante esta oportunidad que me permite, según la etimología, separarme de lo anterior, seleccionar y tomar decisiones acerca de la nueva realidad que contribuiré a crear ahora con las acciones que decida tomar, ¿qué decido? La psicóloga y escritora Gill Edwards decía que «Puedes tener lo que quieres, o tus excusas para no tenerlo» («You can have what you want, or your excuses for not having it»).
Las opciones son infinitas, pero consideremos dos de ellas, por abreviar. La primera está en adoptar la mirada de víctima. Y está puede ser deliciosamente reconfortante durante un breve período de tiempo, y es posible que hasta sea necesario lamerme las heridas y mostrarlas a los demás para recibir el apoyo que necesito en esa primera etapa de desorientación y shock. El peligro está en convertir la crisis (cualquiera de ellas: Crisis o crisis) en mi tarjeta de visita de víctima. Recuerdo un grupo de trabajo personal, de los años ochenta en Londres, cuyos integrantes tenían la cruel (pero a veces hilarante) consigna de decirse entre sí “Victim story!” cuando alguien se afincaba en su historia de dolor y pena, y se negaba a salir de ella. Y es que las historias de víctima (las “victim stories!”) nos hacen sentirnos especiales, diferentes, nos ponen en el lado de la razón y despiertan la simpatía y la indignación de nuestros escuchantes. Una parte de nuestra cultura (y si no observen atentamente determinados canales de televisión) está edificada sobre los cimientos del victimismo. Y repito: es una opción. Y planteo: ¿cuáles son sus consecuencias a largo plazo?
Cuando invertimos demasiada energía en esta opción, mermamos la energía disponible para las otras opciones. Es como estar aferrados al umbral, ante las posibilidades infinitas de ese nuevo mundo, gritando “¡Estoy obligada a estar aquíííí!” Cuando las únicas manos que se aferran a lo antiguo son las mías, y mientras estoy aferrada al umbral, me niego la posibilidad de adentrarme en el nuevo mundo para explorar sus posibilidades.
¿Estás en crisis? He aquí la otra opción. Suelta. Adéntrate en ese nuevo mundo de posibilidades. Date permiso para no tener todas las respuestas de inmediato. Puede que algunos de tus recursos te sean útiles, pero lo cierto es que necesitarás recombinarlos o desarrollar algunos nuevos. Date permiso para equivocarte por el camino, para explorar, para pedir ayuda. Sí, es aterrador, es nuevo, es desconocido, tendrás que agudizar los sentidos, reeducarte, volver a aprender y aprehender, e ir creando nuevas reglas, y habituarte a él…hasta la próxima crisis.
En aquella clase de dos horas que finalmente di, no sin cierta zozobra, una de las participantes hablaba de su manera de experimentar la crisis como una fuerza creativa en la que la adversidad le había permitido manifestar sus talentos ocultos y crear un nuevo camino en su vida. Es como ir por un solitario camino, en una noche fría y cerrada, y encontrar que un enorme tronco de madera te bloquea el paso, y no ves la forma de atravesarlo. Puedes lamentarte, maldecir el tronco, enfadarte, frustrarte, y no hay nada de malo en ello… sólo que… ¿y si enfocas tu energía en crear nuevas posibilidades? Si tuvieras unos fósforos o un mechero a tu alcance… ¿y prendieras fuego al tronco? Podrías disfrutar del calor que te da. Y también de la luz. Como dice el coach Steve Chandler, utiliza el problema para encender tu fuego interior, consúmelo y conviértelo en energía. Y ello cambiará las historias que te cuentas.
Mucha Luz en tu camino. Y gracias por tu compañía.
Fuente: El coaching transformador