Con el teatro terapéutico, trabajamos con los cuentos de nuestra vida para poder acceder desde ellos a los pensamientos que rigen nuestras decisiones más simples al cabo del día.
Para escribir un cuento necesitamos ingredientes, como cuando vamos a hacer una sopa sabrosa que nos caliente y nos alimente. Tiramos de lo que tenemos, de la despensa y de la nevera. Para cocinar un cuento ha de haber por ejemplo… un bosque, un camino a ser posible, y alguna guarida grande o pequeña, castillo, cabaña, cueva, madriguera… con animales, ¿con “buenos” y “malos”?, con personajes mágicos y también con personajes muy terrenales. También necesitamos que exista un reto o riesgo, aventuras que lleven al protagonista a descubrir los misterios de la vida, a descubrir sus propios talentos y a aprender de sus equivocaciones, es decir, a traspasar las fronteras de quien es en el momento en el que parte la historia.
En los cuentos también aparecen las pasiones, y las emociones en sus matices más luminosos y más oscuros.
Suele haber una historia pasada, que en parte es origen de la historia de nuestro cuento, y su final lo escribiremos cuando muramos, o no, quizás nuestro cuento siga vivo en otras personas.
A veces los cuentos se paran y nos quedamos una y otra vez en el mismo capítulo, en la misma trama que no se resuelve. El protagonista pierde la perspectiva, olvida su reto, el riesgo que iba a atravesar, y se acomoda donde está. Pero frecuentemente una tormenta, un nuevo personaje, o el mismo hastío del protagonista con su situación, ayudan a que la historia progrese.
Yo quiero escribir el cuento de mi vida. Quiero contarme este cuento único que se mezcla con los cuentos de las personas de mi alrededor. Tejemos cuentos entrelazados, en red. En red pero sin virus. ¿Elijo ser la protagonista del cuento de mi vida? (¿Me atreveré?) ¿Acepto ser secundaria en los cuentos de otras personas?
Sé que hoy puedo ser el hada de mi cuento, y al rato ser la bruja, y seguir siendo yo misma. Y al rato ser otro personaje distinto, siempre cambiando.
Quiero ser caperucita, lobo y leñador. Ratón de campo, topo, Pulgarcita y la Reina de las Nieves. Emperador sin traje, hermanastra, zapato de cristal, casita de chocolate, bruja y espejo mágico. Barbazul y PieldeAsno. Cisne salvaje y patito feo. Sirenita, bruja del mar, espuma de mar. Quiero vivirlo todo. Quiero vivir mi cuento y escribirlo cada día. Con consciencia. Con reto. Con Amor y respeto por mi vida. Ya no me quiero contar que soy la ceniza de un fuego o el barro de un zapato. Soy también todo lo demás, la luz, el mar, la alegría. Ya no quiero contarme que esto acaba en el fracaso y en la soledad. No sé cómo termina. Sólo sigo escribiendo y cuento lo que veo y lo que creo, la fe que tengo en que todo está bien tal como es.
No quiero reescribir los capítulos ya pasados, sólo quiero aprender de lo que pasó y dejar que los personajes que voy siendo a cada rato tomen lo vivido para hacerme más fácil el camino que me queda.
Elijo menos peñascos que escalar, más fuentes de agua clara. Menos guerras. Más ratitos de claridad. Buenos augurios. Escojo contarme que tengo la mente clara y el corazón abierto. Palabras justas, honestas, pies en la tierra y mirada al horizonte. Siento que formo parte de todos los cuentos, que todos vamos tejiendo juntos una historia muy grande y muy viva, que vibra y se mueve.
Cristina Abellán
Fuente: Gestalt y Vida