“Lo que yo necesito,… ¿Qué es lo que yo necesito? Sí, eso es. Necesito cambiar de casa. No puedo seguir tan sola rodeada de tanta gente. Somos tres, a veces cuatro en el piso. Cada uno en una habitación, cada uno encerrado con sus propias miserias. Y cuando nos vemos, se dicen cosas que no ayudan. Por lo menos a mí lo que se dice no me sirve de nada.
Aunque a veces me parece que la solución pasa por hablar menos y respetar más. Te aseguro que lo que Yo necesito, la verdad es muy sencilla. Mira que le doy vueltas, pero nada. Verdaderamente temo el día que diga que no pueda más. ¡Si pudiera decir que No! Sí, eso es. Yo necesito que no toquen más mis cosas. Que dejen de meter las narices en mi lado del frigorífico. Que me pidan permiso si quieren algo. ¡¿Qué les cuesta?!
Yo soy muy generosa, y te aseguro que no me importa compartir con otros, sólo que nunca se reponen las cosas que dicen tomar prestadas. Y pasan los días y yo les veo tan a lo suyo, que vuelven a llenar la despensa y de lo mío, lo que dijeron que me devolverían, ni se acuerdan. Y no quiero pensar mal, pero termino haciéndolo. Un día sí y otro también. Ya es costumbre que sea yo quien suministre. ¡Estoy harta!
Y aunque esta mañana el frío entumecía en gran medida mi atrevimiento, seguro que esta vez me empujará más lejos que la última vez. ¡Me cuesta tanto decidir! No, no es cierto. En realidad creo que es cuestión de enfrentarse. Tengo que aprender a decir que no. Ya está bien de hacer lo que no me gusta, de pedir permiso para respirar, de andar de puntillas por en medio del pasillo de este lugar que me ahoga.
¡Da igual lo que haga! No se dan cuenta que estoy aquí, en medio de nada, de platos sucios que no se lavan, de pelos en el fondo en la bañera, de muebles en medio de la zona de estudio con lo que me he llenado de moratones. Y es que bastó que Cecilia me preguntara cómo me había ido el otro día con la estantería que me compré para que rompiera a llorar sin venir a cuento.
Ahora sólo me falta que piensen que estoy loca. El otro día sorprendí a uno de los chicos mirándome de reojo, con cara de no entender nada. Es que ya no sé qué hacer para que se enteren. Si estoy con la cara seria, empiezan con las bromitas. Si me sonrío replican con una risita falsa. ¡Ya no aguanto más en esta casa de locos!».
Publicado por Graciela Large en su página
Comunicación en pareja
Fuente: TERAPIA Y FAMILIA