En honor a mi abuela Lola
Lola, mi abuela materna, fresca en mi memoria, dirigía toda la logística de la preparación de las hallacas y los bollos para Navidad y Año Nuevo.
Cuando era niña recuerdo que “robaba”, junto con mi hermano Carlos, los pimentones finamente picados en tiras que aún hoy tanto me gustan, y mi abuela “se hacía la loca” y no nos decía nada, en su complicidad de abuela consentidora. La hechura de las hallacas era un acontecimiento familiar, muy femenino en las tareas, o por lo menos así quedó implantado en mi memoria.
Recuerdo cómo a medida que iba creciendo, mi abuela me iba ascendiendo en el escalafón de ese magno evento que era hacer las hallacas y los bollos.
El aprendizaje era practicando, nada de recetas ni medidas… aprendí el “punto” de la masa sintiéndola con mis manos, y a extenderla sencillamente en un acto de equilibrio entre muy fino y grueso y el amarre lo aprendí sintiendo con mis dedos ese punto preciso en el que la hallaca estaba segura mas no “ahorcada” con el pabilo. Lo mismo sucedía con el llenado de la hallaca… la mesa estaba puesta en un orden que con los años se fue manteniendo, para “garantizar” que las hallacas tuvieran todos los adornos.
Por supuesto que el máximo peldaño era participar en la hechura del guiso… Comencé aprendiendo a lavar las hojas, a pelar y rebanar las papas y los huevos después de haber sido cocinados, y posteriormente fui aprendiendo a picar los pimentones, extender la masa, que durante años realicé adquiriendo cada vez mayor maestría, y también a llenar y amarrar las hallacas, que realmente era la especialidad de mi mamá… Por último, ya mujer, comencé a compartir con mi abuela ese día íntimo y casi secreto, que era la hechura del guiso que en nuestro caso tenía un toque dulzón típico de mi abuela y una textura firme y suave a la vez, como era ella.
La recta final hacia la celebración de la navidad y el año nuevo implicaba reuniones con la familia y una preparación especial, que iba desde pintar la casa, poner los adornos navideños, preparar algunas comidas navideñas como el dulce de lechosa, y por supuesto escoger el sitio de reunión para ese año, que en ese tiempo sería en la casa de la abuela…. Recuerdo que me preguntaba si el Niño Jesús sabría que no iba a estar en mi casa de costumbre, y la verdad es que nunca se equivocó… estuviera donde estuviera el Niño Jesús siempre llegaba con sus regalos para mi hermano, mis primos y por supuesto para mí.
Y en este momento, en el 2012, miro a alrededor y me doy cuenta de que una gran cantidad de familias está desperdigada en diferentes partes del mundo…
Hijos, padres, primos, tíos, amigos cercanos, parejas están viviendo fuera del país… y eso de alguna manera no sólo ha traído la “internacionalización” de la hallaca, los bollos, el dulce de lechosa, el pan de jamón y el pernil en Navidad, sino que además ha implicado que las mamás y las abuelas separadas de sus hijos y nietos, las esposas o esposos que no se han visto en meses, los hijos, los primos o los tíos, ahora se trasladan no a la casa de la abuela, sino al país o países donde viven sus hijos, sus nietos, sus cónyuges o cualquier familiar que esté lejos…
En el caso de los que no tienen esa posibilidad de viajar físicamente, celebran la navidad en sus casas y comparten (parejas, madre e hija o padres con sus hijos), los preparativos y la reunión a través del Facebook, colocando las fotos del pan de jamón recién horneado o la hechura de las hallacas o se encuentran por el Skype y se “ven las caras”, seguramente con sus “pintas” de Navidad o Año Nuevo, para seguir de alguna manera la tradición, que ahora en lugar de ser en casa de la abuela, implica hacer un viaje físico o virtual por distintas ciudades e incluso países para poder compartir en familia, como regalo del Niño Jesús.
Fuente: Psicoterapia Gestalt en Caracas