Por Pilar Alberdi
«Si fuésemos un buen campo de labor, no dejaríamos perecer nada sin utilizarlo y veríamos en todo, en los acontecimientos y en los hombres, estiércol, lluvia y sol». F. Nietzche (Humano, demasiado humano)
Dice Bert Hellinguer, en su libro «Reconocer lo que es»: «Por amor, de lo positivo doy algo más, y de lo negativo algo menos».
He intentado explicar este concepto muchas veces y, por lo general, parece que cuesta aceptarlo, cuando, en realidad, es una práctica que realizamos a menudo.
Pero «¿cómo voy a hacer eso?» se preguntan las personas, negando la evidencia de lo que han hecho muchas veces, y que incluso se lo han escondido a sí mismas, de una manera inconsciente.
Pienso que en ésto, la idea aprendida de que hay que «poner la otra mejilla», tiene su peso. Y la de que no se debe pagar «ojo por ojo», también. Pero ¿y el justo equilibrio?
Digamos que intentar poner, por ejemplo, una relación de amistad o familiar en los términos correctos, sería como exigir nuestros derechos en una relación difícil pero que nos interesa conservar, ya sea por amistad, por temas laborales, sociales, o porque pertenece al ámbito de nuestras obligaciones parentales. Por ejemplo, puede que como hijos hayamos tenido unos padres difíciles, pero si como adulto puedo comprenderlo, estaré en mejores condiciones de poner límites sin necesidad de romper relaciones. Poner límites no es fácil.
Si me dan algo bueno doy eso mismo y más, pero si me dan algo malo, doy un poco menos de eso mismo malo que me han dado. ¿De qué otro modo podría aprender esa persona?
Ese ser tiene que comprender que somos igual de importantes. De lo contrario, es seguro que más adelante y por no haber puesto pequeños límites o aclarado las cosas en la medida en que nos toque, la relación se pierda o se rompa.
Alguna vez me he preguntado porque a la gente que guarda mucho rencor encima, un odio y una rabia acumulados en toda su vida, le molesta tanto la risa de los demás. Les molesta, sí, muchísimo.
Me sorprendí cuando vi esta misma observación realizada por Osho. ¡Qué claro lo tenía él también! Dejó escrito: «Cualquier persona con algún tipo de ansia de poder destruirá la risa del ser humano».
¡Qué certero! Es que es tal cual. Y ¿por qué tienen todo ese odio acumulado? Seguramente por temas no resueltos de su niñez o juventud. Temas en los que alguien se les impuso con la misma fatal severidad, con el mismo odio que ellos intentan imponer a quienes les rodean.
Si observamos lo que ocurre en las guerras, las dictaduras, el terrorismo y otra serie de lacras, lo primero que desaparece es la sonrisa. No la muestran los que detentan ese poder, pero tampoco dejan que los demás la tengan. Piensen un momento y recuerden los rostros de algunos dictadores, no necesariamente tienen que ser de estado; no, hay dictaduras más sencillas, pueden ser familiares, laborales, en fin, allí donde captemos ese deseo de ordeno y mando. ¿Qué imponen? Severidad, dogma, falta de confianza y de sonrisas.
En el imperio del mal, el reino de los peores, de los que menos se quieren a sí mismos y a los demás, cualquier muestra de felicidad en otros, los desespera.
El imperio del mal, siempre ha dado premio a los peores, degradando a los mejores. Y las formas de hacerlo son tantas y tan variadas que estoy segura de que no les faltarán ejemplos. En política: engordan las burocracias y se reparten puestos entre los allegados; el interés suplanta a la ética; la mentira a la verdad. Pero este mismo caos (beneficio visto desde el punto de los adeptos) puede trasladarse a otras esferas más modestas, y seguiremos viendo el mismo mal.
Osho, que fue buen observador en muchos temas, también tenía una frase para este tipo de personas, pero no sólo para éstas, para todos nosotros también. Escribió, y vale la pena recordarlo muchas veces, incluso aprenderlo de memoria: «La última desilusión es intentar convertirte en alguien. Ya lo eres». Es decir, ya lo eres, por el hecho de ser persona.
Pero tener esta sensación de que somos alguien por el sólo hecho de haber nacido y de ser cómo somos, es difícil. Porque por el tipo de sociedad en que vivimos siempre parece que nos falta algo, que no somos lo suficientemente competentes, que nunca acabaremos de gustar a todos el mundo…
Desde luego que hay días tristes y otros alegres, y épocas mejores y otras peores. Y que somos seres sujetos a nuestros cuerpos, nuestras familias, nuestra sociedad y cultura. Pero igual, deberíamos recordarlo, de vez en cuando: ya soy alguien. Y repetirlo. Y repetirlo.
Fuente: PSICOLOGÍA.