Llega la hora de la noche en que ya he terminado mi trabajo. Pronto llego a casa, voy bajando las revoluciones, y me siento frente a ese momento como ante un bocado exquisito que estoy a punto de saborear. Este rato lo espero con muchas ganas.
Entro en casa. Aterrizaje corporal y mental. Cambio de ropa, zapatillas. ¡Ay! Me dolían los pies. Es curioso, antes no lo noté. Ni este cansancio, ni todas las emociones que he cargado hasta casa. Si viniera de una aventura de piratas, podría decir que traigo un montón de tesoros. Y también unos cuantos escombros. De momento quizá no distingo los unos de los otros, estoy recién llegando a mi oasis. Sólo sé que vengo cargadita, cansada. Pero sí, aparece como un flash un momento-escombro de hoy: un niño de unos 12 años me insulta porque le he llamado la atención al cruzar en su bici desde cualquier lado de la calle sin respetar que yo tengo semáforo verde para mi coche, y que ya había arrancado. Noto aún algo de rabia y tristeza, el susto, el frenazo, y que no es la primera vez que me los cruzo, aparecen en contradirección muy a menudo con cara desafiante.
Y sigo aterrizando. Vaciando las alforjas. El bolso, y el coco. “Uf, y cuando le he dicho esto a fulano, tendría que haberme callado, o esperar a que él hablase primero….” ¡Aag, parece que mi dvd interno me esté pasando la repetición de las jugadas donde me he equivocado hoy! Respiro. Me lavo la cara, las manos, me cepillo el pelo y me miro al espejo con la cara limpia, despejada y cansada.
“La cena”. Desde que bajé del tren y de camino a casa visualizaba unas verduritas al vapor con aceite de oliva. Me pongo y enseguida están en marcha. Mientras cocino, lavo, preparo, me doy cuenta de que puedo elegir entre hacer todo esto mientras pienso en todos los errores del día, etc, o hacerlo estando atenta a lo que hago, y punto. ¿Qué elijo hoy? Probaré a estar en lo que hago, y nada más. Lavo el trapo de la cocina con jabón, qué bien huele así. Escurro suavemente. Lo dejo tendido para que se airee. Guardo en su sitio los vasos y platos ya secos de mediodía. Me gusta lo que guardan los armarios de la cocina, sus habitantes en armonía, el orden y cierta anarquía al mismo tiempo.
Sigo aterrizando. La cena huele a que casi está. Poner la mesa. Sencillo. 3 cositas. Plato humeante, luces bajas, una barrita de incienso encendida. Parece que he quedado con alguien, y es conmigo.
Puedo elegir entre saborear mi cena, sin nada que me distraiga, o encender la TV y mientras la miro y la escucho, cenar, casi sin darme cuenta de cómo sabe la verdura. Si elijo lo primero, es sencillo. No tengo que hacer nada más que estar presente en lo que haga.
Si elijo lo segundo, mi cuerpo come mientras mi mente está digamos en un 95% en lo que sucede en la Tele, y un 5% en lo que como, para poder llevarme el tenedor a la boca y no a la oreja, por ejemplo.
Siempre puedo elegir entre estar en lo que sucede en el momento, o retirarme a las habitaciones, a revisar los tesoros y escombros que traje hoy, o los de años anteriores. También puedo elegir escapar de lo que hago ahora, no retirarme adentro, y marchar afuera, a una zona intermedia, donde se cuenten historias que me tengan en un limbo agradable, para eso está la programación de turno de la tele, o internet, o una novela, o…
Ni una cosa es absolutamente mejor ni peor. Si hoy ceno pendiente sólo de ello, ese momento lo vivo y lo apuro. De él quizá no surja ninguna revelación trascendente. Pero es mi vida. Es un momento precioso, sencillo, y al mismo tiempo necesario para que vengan otros momentos, y a mí me pille la vida en condiciones de aprovecharla.
Mi decisión de esta noche: no huir a las series de televisión, no marcharme a los concursos, ni a internet. Tampoco quiero hacer repaso de los errores del día, hoy solo quiero hacer las cosas de una en una. Ahora, cenar. Después, lo que decida que será después.
No me quiero dis-traer. No me quiero llevar a otra parte. Quiero estar en mi vida. En la nariz que me pica y me rasco, en el sabor de la bajoqueta tierna. Estos momentos también los necesito, como el aire que respiro.
“Me estoy quitando” de leer en internet mientras como y mientras escribo en diferentes sitios en internet mensajes, “me gusta”. “Me estoy quitando” de conducir y al mismo tiempo hablar por el móvil, abrir la guantera y ordenarla en los semáforos en rojo.
Me estoy quitando de intentar parecer un ordenador, o un robot. Quiero hacer las cosas de una en una. D e u n a e n u n a. ¿A dónde me llevará esto?¿A ser persona?
Fuente: Gestalt y Vida