Capítulo 2 Genealogía de la Ética.
1. ¿Cómo nace la Ética?
Históricamente la ética ha sido fundamentada en las religiones y en la razón. Ni unas, ni la otra, han pasado de moda, siguen siendo valiosas. Pero ante la crisis ética de nuestra sociedad se abre una posibilidad de ir a la raíz.
La razón no es la base última de la existencia, no es el primer momento ni el último de la existencia, por eso no explica ni abarca todo. Es la afectividad la que está en el fondo y también en lo más alto, hacia el espíritu, cuando la conciencia se siente parte del todo. Por lo tanto, la experiencia fundamental no es «pienso, luego existo», sino «siento, luego existo». En la raíz de todo está la pasión (pathos), entrar en comunión, en un sentir profundo. Daniel Goleman lo llama el afecto, la emoción.
Por la pasión -recordar a Kierkegaard y su vida apasionada- captamos el valor de las cosas, el carácter precioso de los seres, lo que los hace dignos de ser y apetecibles. Sólo cuando nos apasionamos vivimos valores. Y por los valores nos movemos y somos.
Para los griegos, «Eros, el dios del amor creó la tierra. Antes todo era silencio, desnudo e inmóvil. Ahora todo es vida, alegría, movimiento».
Pero la pasión es una energía que necesita límites, márgenes y justa medida. Aquí entra en función la razón que ordena, disciplina, ve claro. Si hay un exceso de razón triunfa la rigidez, la tiranía del orden y la ética utilitaria. Si la pasión prescinde de la razón, domina el delirio de las pulsiones y la ética hedonista, del puro disfrute de las cosas. Si se impone la justa medida entonces emerge la ternura y el vigor.
La ternura es el cuidado para con el otro, el gesto amoroso que protege y da paz. El vigor abre caminos, supera obstáculos y transforma sueños en realidad. Ternura y vigor, son la personalidad integrada, el animus y el anima. Son dos principios capaces de sustentar un humanismo sostenible.
2. El Fundamento: Ethos y Daimon.
En estas palabras griegas podemos encontrar el sentido de un comportamiento ético que nos pueda ayudar hoy día.
El daimon es el ángel bueno, el genio protector. Ethos es la morada humana. Heráclito, filósofo griego del 500 a.C., unió las dos palabras en un aforismo: «El Ethos es el daimon del ser humano», es decir, «La casa es el ángel bueno del ser humano».
El Ethos/morada, existencialmente es una experiencia originaria y un dato irreductible. Es el conjunto de relaciones que el ser humano establece con el medio, separando un pedazo para sí. Es donde guardamos recuerdos queridos. Morada es donde podemos mostrarnos como somos.
Para que sea habitable, la morada debe tener un buen espíritu, eso lo proporciona el ángel bueno/daimon. El bien que él inspira hace que nuestras relaciones sean amorosas y si todo sale bien, morimos tranquilamente.
Platón, recogió las palabras de su maestro Sócrates que dicen: «Daimon es la voz profética dentro de mí, proviene de un poder superior», o también, «la señal de Dios». Nosotros diríamos que es la conciencia, la voz interior, el sentimiento de lo justo y lo conveniente.
Todos poseemos el daimon, el ángel protector, es un dato tan objetivo como la inteligencia.
Morada (ethos) termina siendo la ética que debemos tener, y el ángel bueno (daimon) el tacto para lo justo y bueno, el feeling para lo que hay que hacer en cada situación.
Todo lo que hagamos para que podamos morar bien juntos (seamos felices) es ético y bueno; lo contrario es antiético y malo.
Lo trágico de nuestra historia es que el daimon fue olvidado. En su lugar, los filósofos pusieron los sistemas éticos, con normas y leyes «universales». Estos sistemas se separan de lo vivenciado. Se hacen abstractos, cuando la ética debe ser práctica.
Esos sistemas se vuelven rígidos, inflexibles, a-históricos. No pocas veces las normas funcionan como imperativos, como superego castradores, más que como inspiradoras de comportamientos creativos. Cuanto más complejo es el sistema, más se aparta del daimon, hasta considerarlo inexistente o reducirlo a un mecanismo psicológico o un producto cultural.
Pero el daimon es intrínseco al ser humano, es su dimensión ontológica indestructible, la voz de ese ángel bueno que no deja de hablar. Puede ser condundida con las otras mil voces de los ideólogos, de las religiones, de las iglesias, de los Estados o de otros maestros. Pero él es soberano y su voz es persistente.
Figuras ejemplares que supieron escuchar al daimon y se dejaron guiar por él fueron los profetas, como Isaías y Amos, Jesucristo, Buda, Sócrates, Francisco de Asís, Gandhi y otros, que dan testimonio de la existencia y la persistencia de esta voz interior.
La revolución ética para nuestro tiempo comienza con la liberación del daimon interior y su escucha. Por ello, tenemos que rescatar el buen sentido ético, aquello que simplemente debe ser. El daimon es la fuente de la creatividad ética y moral. Él nos sugerirá cómo ordenar la «casa».
3. Ética y Moral: distinciones y definiciones.
La ética es una parte de la filosofía. Determina principios y valores que orientan a las personas y las sociedades. Una persona es ética cuando se orienta por principios y convicciones. Decimos entonces que tiene buen carácter.
La moral trata de la vida concreta de las personas, se expresa en costumbres, hábitos y valores culturalemente establecidos. Una persona es moral cuando actúa de acuerdo a las costumbres y valores consagrados. Éstos pueden eventualmente ser cuestionados por la ética. Una persona puede ser moral (porque sigue las costumbres) y no necesariamente ética (que obedece a convicciones y principios).
¿Cómo surge la Ética?
Para los griegos la palabra Ethos (con «e» larga) significa la morada humana, el carácter; la manera, el modo de ser, el perfil de la persona; y Ethos (con «e» breve) que se refiere a las costumbres, usos, hábitos y tradiciones.
Hay una experiencia fundamental, común a todos. La morada existencial es la red de relaciones entre el medio físico y las personas, como ya dijimos antes.
Para que la morada sea tal es necesario ordenar el espacio físico y el espacio humano, según criterios, valores y principios inspiradores, para que todo fluya y esté como es debido. Entonces la casa posee estilo, carácter y su aura propia. Del mismo modo, las personas que la habitan. Esto es el Ethos (con «e» larga). En suma, es la ética el conjunto ordenado de principios, valores y motivaciones últimas de las prácticas humanas, personales y sociales. Ethos es el carácter; el modo de ser de una persona o comunidad.
Además, en la morada, los moradores tienen costumbres, tradiciones, hábitos y modos de organizar las comidas, los encuentros, las fiestas, las formas de relacionarse, que pueden ser tensas o competitivas, o bien armoniosas y cooperativas. Esto es el Ethos (con «e» breve). Son las constumbres, hábitos y comportamientos concretos de las personas que después los romanos llamaron «mores» de donde se deriva la moral.
Procesualmente, diríamos que empezamos viviendo la moral y posteriormente configuramos nuestra ética. Algunos creen que es en la familia donde comenzamos a vivir la moral y dependiendo de eso seremos o no éticos.
Con estas distinciones podemos juzgar diferentes realidades de nuestra vida.
A partir de la Edad Media se comienza a usar el término moral indistintamente para los principios y las actitudes (moral teórica), como para los actos (moral práctica).
4 El Ethos que busca.
El olvido del daimon y su reemplazo por la razón generó algunos peligros:
a) Olvidó el Ser (el Todo) y se centró en el ente (las partes) como la «realidad». Se dejó de oír la voz del daimon, degradándolo a superego, para oír sólo la voz de la norma y el orden, venidos de afuera, pero internalizados.
b) La realidad fragmentada produjo un saber fragmentado y una ética fragmentada en infinitas morales, para cada profesión (deontología), para cada clase y para cada cultura.
c) Separó lo que en realidad va unido: Dios y mundo, razón y emoción, masculino y femenino, justo y legal, privado y público. La ética se dividió en pública y privada, ética de los intereses y ética de los principios, ética de los medios y ética de los fines.
d) El saber fue puesto al servicio del poder, y éste fue usado como dominación. Ahora la sociedad se funda menos en la ética y en la ley que en la legalización de las diversas prácticas personales y sociales aceptadas oficialmente, sin preguntarse a qué sirven: si a los poderosos o al bien común y la equidad.
e) Los principios abstractos, como los de Kant, no llegaron a la mayoría. «Trata al ser humano siempre como un fin, nunca como un medio» y «obra de tal manera que la máxima de tu acción pueda valer como norma para todos». Son principios de razón ilustrada, no de la razón común de la mayoría.
f) Encerrada en la razón, la ética perdió el horizonte de trascendencia que viene del espíritu y de su obra, que es la espiritualidad: aquella dimensión de la conciencia que permite al ser humano sentirse parte del todo e identificar su sentido de la existencia en este mundo. Sin espiritualidad, la ética se transforma fácilmente en moralismo y en legalismo.
g) La ética perdió el corazón y el pathos, la capacidad de sentir en profundidad al otro. La ética surge y se renueva siempre que el otro emerge frente a nosotros. El otro nos obliga a adoptar posicionamientos concretos, no pocas veces nuevos e innovadores.
Un ethos que busca no nos sirve para responder a los desafíos actuales. necesitamos un ethos que no sólo busque, sino que también ame y cuide.
5. El Ethos que ama.
Cuando la razón busca, encuentra en su misma raíz el afecto que se expresa por el amor y, por encima de ella, el espíritu que se manifiesta por la espiritualidad. Y al término de su búsqueda se encuentra el misterio. El misterio no es el límite de la razón, sino lo ilimitado de ésta.
La razón científica nos ratifica ese sentido: empezó con la materia, llegó a los átomos, descendió aún más, a los elementos subatómicos, a la energía y a los campos energéticos, al campo de Higgs, origen de todos los campos, al big-bang, hace 15,000 millones de años, para terminar en el vacío cuántico, que es el estado de energía de fondo del universo, aquella fuente nutricia, misteriosa e innombrable, de todo cuanto existe, que el conocido cosmólogo Brian Swimme identifica como la presencia de Dios.
El misterio se revela más inmediatamente en el otro -recordar a los existenciales-. Por más que se quiera conocerlo y encuadrarlo, el otro siempre se retira más allá. Él es, efectivamente, misterio vivo y desafiante que nos obliga a salir de nosotros mismos y a tomar postura ante él.
Cuando el otro irrumpe ante mí, nace la ética. Porque el otro me obliga a adoptar una actitud práctica de acogida, de indiferencia, de rechazo, de destrucción. El otro significa una pro-puesta que pide una res-puesta con responsabilidad. El otro hace que surja el ethos que ama. Paradigma de este ethos es el cristianismo de los orígenes, influido por la práctica de Jesús, a diferencia del cristianismo histórico influido por los griegos. El paleocristianismo otorga una centralidad absoluta al amor al otro, que para Jesús es idéntico al amor a Dios. El amor es tan central que quien tiene amor lo tiene todo. Él atestigua la sagrada convicción según la cual Dios es amor (1 Jn 4,8), el amor viene de Dios (1 Jn 4,7) y el amor nunca morirá (1 Co 13,8). Y ese amor es incondicional y universal, pues incluye también al enemigo (Lc 6,35). El Ethos que ama se expresa en la regla de oro, atestiguada por todas las tradiciones de la humanidad: «Ama al prójimo como a ti mismo» y «no hagas al otro lo que no deseas que te hagan a ti».
Para el cristianismo el amor es central porque el otro es central. Dios mismo se encarna para hacerse otro -el hambriento, el pobre, el peregrino y el desnudo-, sin encontrar al otro no se puede encontrar a Dios ni alcanzar la plenitud de la vida (Mt 25,31-46). Este salir de sí en dirección al otro para amarlo en sí mismo, para amarlo sin esperar ser correspondido, de forma incondicional, fundamenta un ethos lo más inclusivo posible, lo más humanizador que pueda imaginarse. Este amor es un solo movimiento que se dirige al otro, a la naturaleza y a Dios.
El Ethos que ama funda un nuevo sentido de vivir. Amar al otro es darle razón de existir. No hay razón para existir, la existencia es pura gratuidad. Amar al otro es querer que exista, porque el amor hace que el otro sea importante. «Amar a una persona es decirle: tú no morirás jamás» (G. Marcel), tú tienes que existir, tú no puedes morir. Cuando una persona o una cosa se hacen importantes para el otro, nace un valor que moviliza todas las energías vitales. Por eso, cuando alguien ama, rejuvenece y tiene la sensación de que empieza a vivir de nuevo. El amor es la fuente de los valores.
Solamente un Ethos que ama puede responder a los desafíos actuales que son de vida o muerte. Hace que los distantes sean próximos, y que los próximos sean hermanos y hermanas.
6. El Ethos que cuida
Cuando amamos, cuidamos; y cuando cuidamos, amamos. El cuidado es la categoría central del nuevo paradigma de la civilización que pugna por emerger.
La falta de cuidado en el modo de tratar la naturaleza y los recursos escasos, la ausencia de cuidado en relación con el poder de la tecnociencia que construye armas de destrucción masiva y de devastación de la biosfera y de la propia supervivencia de la especie humana, nos está llevando a un impasse sin precedentes. O cuidamos o perecemos.
El cuidado asume una doble función: de prevención de daños futuros y de regeneración de daños pasados. El elemento correspondiente al cuidado, en término ecológico-políticos es la «sostenibilidad», cuya finalidad consiste en encontrar el justo equilibrio entre la utilización racional de las virtualidades de la Tierra y su preservación para nosotros y para las generaciones futuras.
(Fábula del cuidado, pag. 19)
Esta fábula está llena de lecciones. El cuidado es anterior al espíritu infundido por Jupiter y anterior al cuerpo prestado por la Tierra. La concepción cuerpo-espíritu no es, por tanto, originaria. Originario es el cuidado, «que fue el primero en modelar al ser humano». Cuidado es la actitud amorosa. El cuidado es antes y es la esencia del ser humano (M. Heidegger).
El Ethos que ama y cuida es terapéutico y liberador. Cura las heridas, despeja el futuro, da seguridad, disipa miedos e infunde esperanza. Con razón dice Rollo May: «En la actual confusión de episodios racionalistas y técnicos, perdemos de vista al ser humano. Tenemos que volver humildemente al simple cuidado. El mito del cuidado, y sólo él, nos permite resistir al cinismo y a la apatía, males psicológicos de nuestro tiempo». (Eros e repressiio, Vozes, Petrópolis 1982, p. 340).
7. El Ethos que se responsabiliza.
La capacidad de la Tierra para soportar la voracidad del crecimiento mundial y el consumismo unido a ella se está agotando rápidamente.
Es urgente una verdadera revolución molecular a partir de las conciencias de los hijos e hijas angustiados de nuestro Planeta. El Ethos que busca no está en condiciones de ofrecernos el salto cualitativo. Se ha desmoralizado porque no ha conseguido evitar el genocidio, las armas de destrucción masiva, las guerras, la devastación del modo de producción capitalista, que genera cada vez más miseria.
En las conciencias más despiertas está surgiendo la siguiente convicción: o la civilización planetaria deja de ser predominantemente occidental o dejará de existir.
La responsabilidad surge cuando nos damos cuenta de las consecuencias de nuestros actos sobre los demás y sobre la naturaleza. Hans Jonas, el filósofo del «principio de responsabilidad» formuló así el imperativo categórico: «Actúa de tal manera que las consecuencias de tus actos no destruyan la naturaleza, ni la vida, ni la Tierra».
En relación con la sociedad, hay que pasar del eje de la competencia (usada por la razón) al eje de la cooperación. En lo económico, hay que pasar de la acumulación de la riqueza a la producción suficiente y digna para todos. En relación con la naturaleza, urge celebrar una alianza de sinergia entre la utilización racional de lo que precisamos y la preservación del capital natural. En relación con la atmósfera espiritual, hay que pasar de la magnificación de la violencia, especialmente en los medios de comunicación masiva, a una cultura de la paz y del bien común.
Estamos obligados a desarrollar un Ethos de responsabilidad ilimitada hacia todo lo que existe y vive, como condición de supervivencia de la humanidad y de su habitat natural.
8 El Ethos que se solidariza.
¿Quién piensa en los 1,400 millones de personas que viven con menos de un dólar al día?
Los países ricos no tienen el menor sentido de responsabilidad, pues destinan menos del 1% de su riqueza a luchar contra este azote. Urge una revolución ética para despertar un profundo sentimiento de hermandad y de familiaridad que haga intolerable esa deshumanización y el vandalismo individualista.
La solidaridad está inscrita objetivamente en el código de todos los seres, pues todos somos interdependientes unos de otros. Coexistimos en el mismo cosmos y en la misma naturaleza con un origen y un destino comunes. Los cosmólogos y físicos cuánticos nos aseguran que la ley suprema del universo es la solidaridad y la cooperación de todos con todos. La solidaridad se encuentra en la raíz del proceso de hominización. Fue la solidaridad la que permitió el salto de la animalidad a la humanidad y a la creación de la socialidad, que se expresa en el lenguaje. Todos debemos nuestra existencia al gesto solidario de nuestras madres, que nos acogieron en la vida y en familia.
Estos datos objetivos deben ser asumiso subjetivamente como proyecto de libertad que opta por la solidaridad como contenido de nuestras relaciones entre todos.
El imperativo es, por tanto: «Solidarízate con todos los seres, tus compañeros en la aventura planetaria y cósmica, especialmente los más perjudicados, para que todos puedan ser incluidos en tu cuidado».
9 El Ethos que se compadece.
Para ser plenamente humano, el Ethos tiene que incorporar la compasión. El sufrimiento, la soledad, la injusticia, la incomprensión, la amargura de todas las personas -que, en el fondo, somos cada uno de nosotros- cabe en la casa humana, donde hay acogida y donde las lágrimas pueden ser lloradas sin vergüenza o enjugadas cariñosamente.
La palabra compasión tiene en el lenguaje común, el significado de sentir pena por el otro, un sentimiento que lo rebaja a la condición de desamparo, sin energía interior para erigirse. Pero en el cristianismo, tener compasión significa tener un corazón capaz de sentir a los míseros y salir de sí para socorrerlos. Compartir la pasión del otro y con el otro, sufrir con él, alegrarse con él, caminar con él. sin embargo, predominó la concepción moralista y menor de quien mira hacia abajo y desliza una limosna a la persona que sufre. Se entendió como hacer caridad.
Para los hinduistas la compasión es el medio para liberarnos del sufrimiento. Implica dos actitudes: desapego de todas las cosas y cuidado para con todas las cosas.
Por el desapego nos distanciamos de las cosas, renunciando a poseerlas y, aprendemos a respetarlas en su alteridad y diferencia. Por el cuidado nos aproximamos a las cosas para entrar en comunión con ellas, responsabilizándonos de su bienestar y socorriéndolas en el sufrimiento. El nivel de desapego revela el grado de libertad y madurez de una persona.
El Ethos que se compadece no conoce límites. El ideal budista es la persona que lleva tan lejos el ideal de la compasión que puede renunciar al nirvana e incluso puede pasar por un número infinito de vidas sólo para poder ayudar a otros en su sufrimiento. La figura del buda de mil brazos y mil ojos expresa la compasión de la cultura tibetana.
10 El Ethos que integra.
San Francisco de Asís encarna e integra en su vida el sentido originario del Ethos: hace de este mundo la morada benéfica del ser humano. Francisco es el ejemplo del inconsciente que llegó a su Centro y, con él, el misterio de ternura que integra todas las cosas.
La Ética se transforma entonces en mística, en experiencia abisal del Ser. Así como una estrella no brilla sin aura, tampoco una ética adquiere vigencia sin una visión mística y encantada del mundo, donde la Tierra y el Cielo, y todos los elementos que surgen de ambos, se transforman en valor y en señal de bondad.
Leonardo Boff
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www.scribd.com/doc/104013080/Etica-y-Moral-Leonardo-Boff
Fuente: Gestalt Terapia