Parece una contradicción en términos comenzar una serie de reflexiones acerca de las relaciones de pareja hablando de ruptura, pero empiezo por aquí porque deseo compartir una experiencia reciente en la que tuve el honor de participar.
Finalizar una relación de pareja puede ser una de las experiencias más intensas, en todos los sentidos, que podemos experimentar; una experiencia que nos conecta con un amplio espectro de sentimientos, recelos, dudas y, sobre todo, miedos: miedo al abandono, miedo a la soledad, temor a no volver a experimentar lo mejor del amor que experimentamos con la persona de la que nos despedimos, temor a no volver a ser atractivo, duda de ser merecedora del amor.
Podría seguir. Los he experimentado todos en repetidas ocasiones, porque a lo largo de mi vida he vivido diferentes rupturas como procesos dolorosos. Pero también las he vivido como procesos sanadores, tal y como ocurrió con las personas cuya experiencia comparto a continuación.
Hace unas semanas recibí una llamada de una de mis clientes: ella y su pareja habían decidido finalizar su relación y ambas partes solicitaban mi apoyo para crear un cierre amoroso. Claro que la primera pregunta que puede suscitar esta petición es: ¿Un cierre amoroso? Pero, ¿no es una ruptura sinónimo de desamor? Y he aquí una de las creencias limitadoras acerca de las relaciones: «una relación se acaba cuando acaba el amor». O: «el amor ha de cesar al cesar la relación». Existen otras opciones, como veremos a continuación.
En cuanto terminamos de hablar, me conecté con estas dos personas y con el Amor existente entre ellas. El ritual ya había comenzado desde el momento en que ambas habían acordado crear ese encuentro-despedida. Había comenzado ya con la mera voluntad de hacerlo de forma amorosa. Esto es lo que Sergio Sinay llama «convertirnos en cartógrafos de nuestra vivencia amorosa compartida». Ninguna de las partes se convertía en víctima de la otra, sino que continuaban creando y transformando su relación desde el Amor, en equilibrio.
Me puse en acción de inmediato. Lo primero que sabía es que deseaba que el encuentro se realizara en la naturaleza, en un lugar hermoso, y relativamente privado. En preparación para el ritual, pedí a cada una de las partes que trajera alguna reflexión, lectura, e incluso objetos que desearan compartir. Convoqué el encuentro para un sábado por la tarde. Nos encontraríamos en un pueblo cercano al lugar indicado, que yo ya había ido a visitar y había preparado desde muy temprano ese sábado por la mañana, creando un simbólico mandala de piedra.
El encuentro-despedida fue una de las experiencias más hermosas que he vivido en los últimos años, y de la cual comparto algunos aspectos.
Crear un camino consciente. Después de hacer un breve ejercicio de centramiento, realizamos el descenso en silencio, de manera consciente, relacionando lo que ocurría en el camino con nuestra manera de vivir y vivirnos en relación a otra persona: momentos de deleite en el paisaje (¡qué maravilla!), momentos de incertidumbre (¿adónde nos conducirá este camino?) y ansiedad (¿cuándo vamos a llegar?), el contraste entre el camino llano y fácil, y el sendero que debemos crear sobre terreno abrupto y por el que no hemos transitado antes, con todas sus incomodidades y obstáculos. Y, cómo no, los momentos de soledad en compañía, y los momentos de compañía en soledad. Así realizamos el descenso.
Presencia plena en el contexto. Al llegar nos deleitamos en el paisaje, en silencio, fuimos conectando con el entorno y con los elementos del lugar. Mantuvimos el silencio un buen rato. Sin anhelo, sin espera. Plenamente presentes en el momento y en el lugar. Sabíamos cuándo tocaría el siguiente paso, y no había prisa por acelerarlo.
Honrar la presencia de la otra persona. Después de tomar la palabra, invité a ambas partes a expresar lo que desearan acerca de la elección que habían tomado de transformar la forma de la relación.
La primera persona leyó un hermosísimo texto que había escrito. Un texto lleno de ternura y de agradecimiento a su pareja, honrando con conciencia lo que había aprendido de ella, lo que le había aportado e incluso lo que iba a echar de menos de ella. Fueron palabras profundamente conmovedoras que resonaron y que nos conectaron con la universalidad de toda relación.
La segunda persona abrió El libro tibetano de la vida y la muerte, y leyó un texto acerca de cómo afrontar los cambios desde el desapego, y que reproduzco a continuación. Antes de comenzar, nos pidió que tomáramos una piedra en la mano, lo cual puedes hacer tú también ahora, para que lo vivas como lo vivimos allí (puedes hacerlo con un pequeño objeto como un anillo o algo similar):
“Coge una piedra. Imagínate que representa el objeto [la persona] al que te aferras. Enciérrala en el puño bien apretado y extiende el brazo con la palma de la mano hacia el suelo. Si ahora abres el puño o aflojas tu presa, perderás aquello a lo que te aferras. Por eso estás apretando. Pero hay otra posibilidad: puedes desprenderte y aun así conservarla. Con el brazo todavía extendido, vuelve la mano hacia arriba de forma que la palma quede hacia el cielo. Abre la mano y la piedra seguirá reposando sobre la palma abierta. Has dejado de aferrarte. Y la piedra sigue siendo tuya, aun con todo ese espacio que la rodea.
Así pues, existe un modo en que podemos aceptar la impermanencia sin dejar de disfrutar de la vida, todo al mismo tiempo, sin aferrarnos».
Estuvimos varios minutos en silencio, sonrientes, respirando. Y, después de unos pasos adicionales más en nuestro pequeño ritual, concluimos, y el compromiso para la transformación de la relación quedó sellado con un espléndido atardecer, con abrazos y corazones plenos de amor, y con un espontáneo intercambio de pequeños obsequios que habíamos traído para compartir, sin saber que las otras dos partes harían lo mismo.
No obstante, el don más duradero, y que permanecerá en mí para siempre, es esa profunda conexión con nuestra Sabiduría Interna, que sabe que las formas de una relación cambian continuamente, pero que a un nivel que va más allá de lo físico, jamás dejamos de relacionarnos con las personas que han sido importantes en nuestras vidas.
Quiero agradecer a estas dos personas, la lección profunda de Amor que recibí de ellas, el permiso para reproducir parte de esa ceremonia aquí, para ustedes, y el que, un vez más, mis maestros y maestras se me presenten en forma de clientes y amigos. De Corazón y con profundo Amor: GRACIAS.
Gracias por tu Compañía. Y mucha, mucha Luz en tu Camino.
Los seres humanos, más que nunca, necesitamos más modelos de creatividad en las relaciones, en el Amor. ¿Tienes alguna experiencia que deseas compartir? Puedes hacerlo aquí…
Fuente: El coaching transformador