El martes pasado me desayuné con esta entrevista a Miguel Boyer e Isabel Preysler en la edición electrónica de El País, y no puedo evitar hacer algunos comentarios al respecto de lo que en ella se lee, tanto para aclarar aspectos relacionados con el ictus que sufrió como para poner mi contrapunto personal.
Comenzamos, lógicamente por el titular: «Gracias a mi mujer, me he salvado«. Empezamos bien. Casi me da lo que vulgarmente se conoce como un patatús. Ahora resulta que esta señora que no ha dado un palo al agua en su vida (por mucho que cobre por asistir a eventos eso no es trabajar), sabe realizar una neurocirugía de urgencia, ajustar la medicación posterior y hacer rehabilitación tanto física como cognitiva y psicológica. Habrá estado a su lado todo lo posible, le habrá apoyado y dado su cariño. Pero quienes le han salvado han sido los médicos, quienes le cuidaron las enfermeras y quienes le rehabilitan los fisioterapeutas, terapeutas ocupacionales (¿habremos sido incluidos en el equipo?), logopedas y neuropsicólogos que le tratan en su humilde mansión a diario.
Otras perlas: «Miguel Boyer ya se encuentra bien«,«El exministro ha atravesado un largo camino para su recuperación«. Toma ya, hay que ver qué rápido ha logrado volver a llevar su vida normal. No os engañéis amigos, Miguel Boyer se encuentra mejor, se ha recuperado mucho pero no está como antes de sufrir el ictus. Duele leer estas cosas porque dan una imagen ficticia de lo que supone pasar por un proceso así.
«El expolítico se somete cada día a una intensa rehabilitación, desde las nueve de la mañana hasta las siete de la tarde«. Madre mía, no hay cuerpo, cabeza ni cartera que resista eso. Bueno, en este caso el último punto podemos eliminarlo dada su holgura económica. Me molesta que hablen de ello como si cualquiera pudiera permitirse algo así. Voy a evitar imaginar cómo se sentirán las personas que incluso quedan fuera de las ayudas a la dependencia para no aumentar mi cabreo enfado. Por si no he sido clara, esto NO es lo que ocurre en la realidad. (Esto… ¿pero no le había salvado ya su mujer?)
«Parece que el buen humor no se aparta del convaleciente«. Se hace mucho hincapié en este aspecto, que si está encantado, que si sentido del humor, que si dice contento… ¿Alguien recuerda alguna imagen de este señor con expresión de felicidad? Porque yo no. Si hasta cuesta reconocerle en la foto por la sonrisa que muestra. Miguel Boyer tiene una alteración de la personalidad como secuela directa de lo que le ocurrió.
«Daba gracias a las enfermeras en inglés«. Esto es otra consecuencia normal de ictus, no me queda claro si lo saben o si lo cuentan como anécdota.
«El sentido del humor es la mejor herramienta para afrontar este tipo de situaciones«. ¡Más razón que un santo! Como bien añade Isabel Preysler, «se encuentran las fuerzas. Siempre puedes, aunque creas al principio que no vas a poder con ello«. Me ha gustado mucho ese mensaje de esperanza.
«El exministro es consciente de que el proceso de recuperación será lento«. Lo van arreglando, es duro reconocerlo pero es la realidad, ese proceso seguramente durará el resto de su vida. Hay que tenerlo presente, interiorizarlo y seguir adelante.
«Para su hija, Ana, tiene un recuerdo especial. «No podía ir a la universidad, no se podía concentrar en las clases, preocupada por lo que le estaba ocurriendo a su padre”, dice contento«. Uff aquí sí que no puedo, ¿cómo va a estar contento un padre de que su hija esté tan preocupada que no pueda ni estudiar? Aquí se ve claramente que el periodista no tiene ni idea de lo que es esto, por una parte la frase da clara muestra de lo que el ictus supone no sólo para el afectado sino también para sus familiares. Por otro, confirma la idea de la alteración de personalidad y de expresión emocional incoherente ante las situaciones.
Comprendo que personas de clase alta deben dar una imagen de perfección y de vidas de color de rosa donde todo es maravilloso, pero cuando se difunden noticias como esta me resulta inevitable analizar hasta la última coma. Y me entristece ver cómo se muestran de manera tan distinta a lo que sufren las personas «normales».