Al fuego, desde muy antiguo, se le ha dado un cariz sagrado debido a su asociación con determinadas deidades animistas primitivas y también con los cultos teístas solares. Es un elemento vinculado a lo que tiene poder.
La humanidad ha otorgado al fuego significados que representan aspectos positivos y negativos del mismo: Es a la vez dador y destructor de vida, emanación divina y elemento de castigo, fuerza que desvela los misterios e ilumina y causante de la devastación que precede a la oscuridad, da calor, protege del frío pero puede dañar.
En algunas culturas se creía que los espíritus, mediante las formas que conferían a las llamas, elaboraban un lenguaje de signos para comunicarse con los que estaban capacitados para descifrar sus mensajes.
El fuego también representa la fuerza interna de la intuición y la claridad mental que nos ayuda a purificarnos y a vencer nuestros miedos.
Representa la polaridad que está presente en nosotros mismos y en todo lo que nos rodea. Según el diccionario:
“Condición de lo que tiene propiedades o potencias opuestas, en partes o direcciones contrarias, como los polos”.
Sentados frente el crepitar de las llamas es cuando más cerca estamos de esclarecer hacia donde nos dirigimos, porque aparece de repente nuestro vínculo secreto con la naturaleza.
Fuente: Jordi Milian – Coaching