Por: Pilar Alberdi
«Cuando el alumno está preparado, aparece el maestro». Proverbio chino.
Se podría decir que vivir en el «Falso Yo» no es vivir para sí sino para otros. La primera vez que vi explicado este tema de un modo sencillo para toda clase de lectores fue en un libro de autoayuda de Vernon Howard titulado Psicopictografía. Un libro anterior suyo era Secretos de la magia mental.
En el primero él habla de «el Verdadero y el Falso Yo». A este «Falso Yo», Erich Froom le había llamado «pseudo yo». Con Freud, seguramente, habríamos acabado hablando de neurosis, también de psicosis; con Jung de «la sombra». Es decir, el Falso Yo es una representación de la persona, que no es la verdadera persona.
Pero ¿qué es estar en el «Verdadero Yo»? Ser lo más auténtico posible. Pero, ¿nos enseñan a ser lo más auténticos posible? Esa es una buena pregunta. A la que ustedes pueden ir ya buscando su respuesta personal.
En el segundo caso, en cambio, la del «Falso Yo» lo habitual es una actuación, es decir, soy como quiere mi madre, mi padre, mis amigos, mi novio, mis compañeros de trabajo, mi jefa, los pensamientos sociales del momento… Y esto supone un gran esfuerzo.
Evidentemente, no ser como otros quieren, también supone un esfuerzo. Y todo depende de cuál querramos hacer. El primero, el del Falso Yo nos conducirá más tarde o más temprano por el camino de la desesperación; el del Verdadero Yo nos afirmará como seres humanos.
Un par de madres que conozco y que se han organizado la vida para cuidar sus niños pequeños en casa se quejan de que otras personas les dicen: «Pero si ya tiene cuatro meses… ¿Cuando lo vas a llevar a la guardería?». Y cuando ellas contestan que no lo van a llevar a la guardería, esas otras personas las tratan como raras. No son raras, lo que pasa que han tomada un camino, quizá eso les suponga una menor entrada de dinero en la casa, pero con menos también pueden arreglarse. Ahora bien, lleven ustedes esta situación a treinta años atrás y las raras habrían sido las que quisiesen llevar a sus niños a la guardería. Explico esto porque muchas veces no somos conscientes de hasta qué punto los modelos sociales modelan nuestras vidas. Cuando Lorca escribió Yerma no tener un hijo era una tragedia pública y quedarse soltera (La Casa de Bernarda Alba) otra peor. Y, por supuesto, un hombre no cocinaba ni cambiaba pañales. Miramos al presente y vemos cuánto han cambiado las cosas.
Dice el autor: «A la gente le asusta dejar de aparentar porque temen que detrás de ello sólo quede un vacío». Pero no queda un vacío, queda la persona verdadera.
¿Qué le pasa a la persona que vive en el «Falso Yo»? Vive en una constante contradicción, tiene que decir sí a lo que no desea, o no a lo que desea. De este modo no se puede vivir, de esta manera uno va camino de la angustia, la frustración y la depresión.
Nos recuerda el autor que uno vive en dos mundos, uno material y otro psicológico, y que es en este en dónde podemos hacer los cambios.
Si se comprende se cambia, y también se pueden usar palabras mágicas: «soy feliz», «puedo conseguirlo», «estoy en el camino correcto». Son unos ejemplos y es lo mismo que utilizan las personas que triunfan, es decir, las que consiguen las metas que se proponen.
Los ganadores de sus metas trabajan con palabras que activan su pensamiento y también lo hacen con imágenes. Un deportista se proyecta imágenes subiendo al podium y recibiendo el primer premio.
Terapeutas de diferentes corrientes de pensamiento utilizan el mismo método. Si has de tener una creencia, que sea la que te beneficie, si has de conseguir una meta recibe el estímulo adecuado.
Nosotros a menor escala tenemos que hacer lo mismo, ese deseo de éxito o de afirmación, hará que la parte consciente de nuestro cerebro que acostumbra decirnos «no lo conseguirás», «no se puede», «eso no es para ti» nos deje en paz. Por cierto: ¿te has puesto a pensar quien metió en tu cerebro esos mensajes negativos? Quizá los sigues oyendo. Sería bueno que identifiques quiénes son los portadores de esos mensajes, puede que vivan o no, pero seguro que los sigues escuchando en tu cabeza todos los días.
También esta uno en el «Falso Yo» cuando tiene una adicción. La mayoría de las adicciones devienen de la necesidad de borrar o suavizar algo de nuestra mente que ocurrió en el pasado, ser fieles y leales a los pensamientos de alguien que probablemente influyó en nuestra infancia y condicionó actitudes de las que después nos sentimos avergonzados por no haber sido valientes para rechazarlas. El embotamiento de la adicción, igual que en el caso de una depresión, consigue ocultar el odio o rabia contenida…
Pero hay un tema que señala muy bien esta obra, apoyándose en otros autores, no podemos resolver el problema que tenemos y en el que caemos una y otra vez si no elevamos nuestro pensamiento, nuestro nivel de comprensión. Y si no lo tenemos, debemos buscarlo, en libros, en personas que lo tengan, porque cuando se ve claro, cuando una explicación entra en el nivel de comprensión que una persona pueda tener en un momento dado de su vida, es cuando llega el instante de la revelación. «¡Ah, era eso!» decimos, y entonces comprendemos. Quizá por eso el autor muy sabiamente recomienda y yo lo repito aquí que evitemos «la presunción de saberlo todo».
Fuente: PSICOLOGÍA.