Hoy no puedo más que hacerme eco de lo que escuché ayer en el telediario de la Primera, y es que resulta que algunos sectores se han puesto en pie de guerra por la retrasmisión en directo de los toros durante esta semana en horario de tarde, alegando que se incumple la normativa de protección infantil, y yo me pregunto: ¿en qué momento nos volvimos tan gilipollas? Lo digo porque todos nosotros (o casi todos), los adultos de hoy, crecimos viendo a nuestros padres o abuelos en las redondeadas televisiones de entonces, disfrutar de las corridas que amenizaban las tardes de la feria de San Isidro, o la de Abril, y, que yo sepa, a ninguno nos ha traumatizado dicho recuerdo nostálgico. Ni siquiera entonces, que no teníamos la amplia gama de canales que se tiene hoy día para elegir. Y lo digo yo, que ni soy pro- ni anti- taurina, pues este siempre ha sido un tema que me es indiferente. De hecho, no me gustan los toros y punto, de la misma manera que no me gusta la Fórmula 1. Simplemente no lo veo y ya está. Pero vamos, que analizando un poco el asunto me pregunto: ¿Por qué estos sectores ponen el grito en el cielo cuando se habla de toros y no mueven ficha para erradicar de una vez por todas el Sálvame, ese programa anti-social, que se emite en riguroso directo de lunes a viernes en horario de cuatro a ocho de la tarde?, ¿o las sempiternas telenovelas, cuyo argumento, ya manido, resume las diferentes maneras que tiene una mujer de dar un buen braguetazo, con sus dosis de cama, sexo, cuernos, hijos ilegítimos, etc, etc, etc? Os diré por qué. Porque en realidad, tras esta denuncia cuyo objetivo es salvaguardar la sensibilidad, ya insensibilizada, de los niños se esconde una oportunidad de seguir con una campaña anti- taurina que existe en nuestro país exactamente desde que empezamos a convertirnos en gilipollas. No puedo soportar que nos obcequemos en una redundancia de prohibiciones, por el mero hecho de prohibir. Y menos que se utilice la imagen del niño, como posible dañado, (imagen, no lo neguemos, siempre impactante y recurrente para mentes justas y bondadosas) para conseguir objetivos absurdos. Está demostrado que los niños de hoy pasan una media diaria de cuatro horas frente al televisor o al ordenador, sin control alguno de un adulto. ¿Por qué de repente ese interés por proteger al menor contra los agravios y perjuicios incurables que las imágenes de la corrida pueden provocar en el cerebro del menor?, ¿ le explicáis a vuestros hijos cómo se elaboran las hamburguesas de los Happy Meals que se comen en sus cumpleaños?, ¿habéis estado en un matadero?, ¿os parece esa una muerte digna? Quizás prefiráis obviar ese pequeño detalle de la vida cotidiana, creyendo que la ignorancia nos hará más felices… Me parece que (y esto es una opinión personal e intransferible, pues para eso este es mi blog y opino lo que me da la gana, hasta que me dejen…) es un absurdo tremendo y unas ganas inmensas de llamar la atención sin argumento. Si queréis proteger a vuestros hijos, sinceramente, cambiarle la tele por un libro, por un cuento, por un juego, por un puzle, por una guitarra, por un perro, por un paseo, por una piscina, por unos patines, por un amigo, por una siesta, por una bici, por una merienda, por unos gusanos de seda, por un parque, por unas pinturas, por unas botas de fútbol o unas zapatillas de ballet… francamente, no creo que sean sólo y precisamente los toros lo que no merece la pena que vean tus hijos…