La vida es muy complicada. Es tan complicada que si me preguntan cual sería para mí la vida perfecta, no sabría qué contestar. Sé perfectamente todo lo que me gustaría hacer, ahora que apenas puedo hacer nada. Pero si pudiera, ¿lo haría? Todo es muy difícil, y mientras las vidas ajenas te parecen perfectas, tú sigues divagando entre todas esas cosas que te gustaría hacer, y que, por desavenencias con tu propia vida, no puedes llegar a hacerlas. Me gustaría estar, al menos, segura de mí misma, de las posibilidades que tengo en este mundo infinito de competencias y competidores, que corren ansiosos hacia sus objetivos. Alguien dijo que el éxito no estaba allí esperando a los mejores, sino sólo a los más rápidos, lo cual hace que la carrera sea más angustiosa. Yo sólo quiero ser yo, conmigo misma, y aunque me repito a diario mis oraciones: “yo, me, mi, conmigo, por mí, por todos mis compañeros, pero por mí primero”, al final caigo en el pecado mortal de no llevarlo a cabo.
Me encantaría ser una de esas mujeres cuyo atractivo se fundamenta básicamente en su propia autoestima y la seguridad que demuestra de su persona. Estas mujeres impasibles que saben qué decir en el momento idóneo, quedando mudo a todo el auditorio. Quiero ser yo, vista desde fuera. Estoy segura de que si llegara a ser así, sería una persona increíble, pero siempre acechan los miedos, las dudas y los temores que sólo dejan ver de ti esa pequeña persona insignificante que ven los demás.
No obstante, los pequeños también tenemos nuestros pequeños ratos de gloria, con nuestros pequeños éxitos y los pequeños protagonismos que nos damos el lujo de disfrutar pocas y pequeñas veces. A veces algo muy pequeño, del tamaño de un garbancito, lo cambia todo, envolviendo el mundo en un aro de felicidad y esperanza.
Hoy ha sido un gran día en mi pequeña e insignificante vida.