Somos nuevamente como niños pequeños necesitados de cariño, desbordados por silencios, por una distancia que aborta la imaginación y nos encadena a la soledad de quien no se atreve a pedir, a cambiar, a trasformar lo que vive.
La acumulación, el desconocimiento y la fragilidad emocional se combinan para que muchas mujeres opten, como los hombres, por ser infieles. En ellos y en ellas hay un retorno a la infancia, cuando corríamos desesperados a los brazos de uno de nuestros padres sintiendo que el otro nos abandonaba, o nos ponía difícil la vida.
Esa voz predomina cuando nuestros ojos se fijan en otros; cuando empieza nuevamente a hacernos tilín el corazón por algún desconocido; y de repente, dejamos de pasar desapercibidas para el género masculino, al que parecemos resultarles tremendamente atractivas. Recibimos invitaciones, correos, o llamadas que casualmente estimulan esa sensación de consuelo, de ilusión perdida.
La mujer que es infiel busca renovarse en su sensibilidad, a veces, queriendo encontrar a una figura mítica que la rescate del vacío en que ha convertido su existencia.
Sin embargo, la infidelidad puede confundir hasta tal punto que la mujer apueste por irse, creyendo que ha encontrado la panacea a sus miserias, y sin embargo, descubrir poco después que ha sido un error.
No tanto porque la persona con la que te marchas sea la adecuada o no, sino porque la elección se ha dado desde la huída como principio, como motivación escondida en la infidelidad. Y desde ahí discernir, valorar lo que se ha construido, lo que realmente es importante, es un ejercicio negado. La voz que se escucha no atiende ni a razones, ni a valoraciones, ni mucho menos a buscar el sentido de trasformación que pide una relación que se deteriora. Y estos argumentos son igualmente aplicables a la infidelidad masculina.
Quizás la persona tenga que irse de la relación. Sin embargo, la infidelidad la distrae y la disculpa de encontrar sus propias respuestas sin proyectar en otro una tabla de salvación a lo que no es capaz de construir, o de dejar. Porque muchas veces lo que hay en una relación es un apego profundo, sin que esté activo el aprendizaje.
¿De qué sirve una relación fundada en la comodidad, en lo que hacemos siempre, si nos va deteniendo? Y si nos permite crecer, ¿qué sentido tiene una relación si la vuelta a lo esencial se dilata o se anula, porque está basada en lo que es obvio, o en etapas que no corresponden evolutivamente?
La infidelidad en realidad es una llamada de auxilio que pide responsabilizarnos del cambio que queremos, dentro o fuera de la relación.
Ya sea que decidamos quedarnos o irnos el proceso es el mismo. Se necesita primero, aproximarse uno a su propia realidad interior; a lo que me ha estado paralizando, para luego poder ver dónde está realmente el otro; qué hace posible un cambio, y si ese cambio, es lo que realmente quiero para mi vida.
De esta manera podré saber qué pareja tengo; qué tipo de pareja quiero tener; y desde ahí, comprobar qué lo hará posible a partir de esa claridad interior.»
Fuente: TERAPIA Y FAMILIA