Como todas las semanas, Graciela Large me envía sus artículos con los que actualiza su página, y ha habido uno que me ha gustado para la reflexión, porque llevamos varias semanas tratando este tema, fruto de diversas consultas que nos han llegado. Aquí les dejo con este escrito para que les sirva, como siempre esperamos, para una profunda reflexión y un arma para trabajar siempre las crisis emocionales a las que nos vemos sometidos y, en definitiva, para que la conciencia de nosotros mismos sea mucho más efectiva y eficaz. Ya sabemos que el encuentro con nuestro interior es el máximo reto con el que se enfrenta el ser humano, y, tal vez, el problema más grande y dificultoso, aunque también sabemos que el camino se realiza andando y el encuentro comienza por un primer paso y nuestra voluntad.
«Creo que no hay mayor adicción que revivir con otro aquello que nos paraliza en el desamor a uno mismo. Hay síntomas de esa adicción y que nos avisan que estamos enganchados.
Son pequeñas acciones a las que luego restamos importancia, o reacciones emotivas sin aparente lógica, y que sin embargo, avisan de que queremos irnos o alejarnos.
En nuestro ánimo percibimos el malestar, la emoción de alguna manera nos apremia a un cambio, sin embargo, no conseguimos darnos una explicación que nos permita una salida.
La cuestión es que pese a nuestras reacciones esporádicas o viscerales, continuamos enfocados en conseguir algo de la situación o de la persona donde las condiciones creadas no lo favorecen. Estamos enganchados y somos adictos a una situación disfuncional. En estos casos hay un mecanismo emocional que salta de doble manera, tanto para avisarnos de que estamos al límite, como para mantenernos atrapados en el vínculo que se encarga de recrear en el presente un aspecto del pasado que nos limita.
Para empezar a resolver la adicción conviene que reconozcamos esos intentos fallidos de sabotear la relación o de romperla. Hay un sentimiento de impotencia que aborta cualquier intento de alejamiento. Digamos que la impotencia es una especie de súplica para que el otro cambie y resuelva lo que está pendiente en nuestro pasado. Habrá que desengañarnos. Si lo que se recrea tiene las mismas características pasadas el resultado será el mismo.
No obstante nuestra parte ciega se empeña y al escucharla seguimos enganchados hasta que no se aguanta más, esperando que se produzca una solución mágica. Esto ocurre cuando la persona ha tenido vivencias poderosas, donde el sonido, las palabras, las acciones se unen para dejar una huella que permanece en la memoria, en la intención y en la visión de la vida.
Puede que se trate de vivencias como la de haber sido controlado excesivamente, ridiculizado o infravalorado. En el caso de Alejandro,un paciente que veo en consulta, por ejemplo, el miedo que le produce una relación sin futuro, le convierte en una persona hiper-complaciente con lo que cree garantizar que no será abandonado.
Un comportamiento que responde al guión de lo que fue su relación con su madre. Sabe que necesita un vínculo que le dé seguridad, lo busca, lo necesita. Sin embargo, sus relaciones adolecen de solidez y no se concretan en el tiempo. A veces tiene mal humor, otros días se deprime, y últimamente protesta por cosas sin importancia. Se enfada cada vez que comprueba que lo que vive le lleva a sentirse infeliz, sin embargo, lo admite a medias.
En su fuero interno él siente que se somete y que transige con una situación con la que termina sintiéndose menospreciado. Se echa la culpa de no poder dejarle.
El desenganche de Alejandro pasa por el desengaño. Aceptar que lo que busca no se consigue en situaciones o con personas que replican el pasado. Entonces dará una oportunidad real a una experiencia diferente.»
Artículo de Graciela Large
de su página Comunicación en pareja
Fuente: TERAPIA Y FAMILIA