Las horas que quedan de los días que quedan

En estos días no quiero que se haga de tarde. Pero las tardes son inevitables. Salgo de la oficina y las horas no se terminan. El vacío se hace más hondo en estos días infinitos que no acaban. Ese vacío insustituible, ese que me hace rechazar los abrazos hasta de la gente que me quiere, ese que me hace mirar por las ventanas buscando lo que no está, ese vacío me anestesia. Debo continuar. Tengo que aprender a continuar. Allí voy, sin muchas fuerzas. En estos días no quiero que nadie más me diga que esto pasará porque no quiero que pase. No deseo que los días pasen. No quiero olvidar. Me duele pensar en que todo se volverá un recuerdo. Lloro frente al computador o frente al espejo del baño. La tristeza me consume y me vuelve lento. La engaño a ratos, pero no por mucho tiempo. Todos los días irremediable llega la tarde para anunciarme que el día aún no se acaba. Salgo del trabajo y la gente que se mueve en todas las direcciones me marea. No siento mis pasos. El vacío se hace aún más profundo. Cierro los ojos en el metro cuando voy camino al apartamento. Y al abrirlos todo sigue igual. Mi respiración se hace más forzosa porque el aire no alcanza para tanto vacío. Llegan las noches que no terminan. Es inminente. Estos días no se acaban fácilmente. Abro la puerta del apartamento con poco ánimos y luego me doy vuelta para girar con la llave la cerradura. Enciendo la luz. La noche apenas comienza.

José Roberto Coppola

Fuente: Terapia de piso

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