Capítulo 2. La fuente religiosa de las exigencias morales.
La pregunta sobre lo que se debe hacer no ha quedado sin respuesta, pero la respuesta «debemos llegar a ser lo que esencialmente somos, personas» es tan formal que no ofrece ninguna orientación concreta.
Son necesarios ciertos principios para las decisiones morales.
¿Cómo se relacionan estos principios reguladores con las situaciones cambiantes? ¿Es el relativismo ético una opción?
Para algunos, la ética está culturalmente condicionada, por lo tanto, no habría un terreno común para establecer principios generales. A ellos podríamos decir que toda realidad viviente es una unidad estructural, una Gestalt, y no un compuesto mecánico. Las culturas son unidades totales que no se pueden comparar partes de ellas con partes de otras culturas, sino que es necesario comprender el significado de los particulares a la luz del todo.
También podemos aludir a la doctrina de la ley moral natural. Es una teoría muy vieja, famosa y todavía vital que dice que el ser humano, por naturaleza posee consciencia de las normas universalmente válidas; aun cuando la posea distorsionada por la cultura, la educación y su alienación existencial de su auténtico ser.
Defender la teoría de la ley natural también significa atacar el rechazo nominalista y su intento de explicar todas las exigencias éticas como expresión de necesidades sociales o de estructuras de poder políticas.
La discusión sobre el relativismo nos ha mostrado que las normas éticas básicas deben unir un elemento absoluto (universalmente válido) y un elemento relativo (adaptarse a la situación). Esta tensión se manifiesta en la doctrina católica que afirma que podemos deducir las exigencias particulares a partir de ciertos principios universales. Sin embargo, parace que la Iglesia quiere conservar la prerrogativa a la hora de decir cuál es ley natural verdadera, por su carácter de infalibilidad cuando trata asuntos doctrinales.
– ¿Qué quiere decir «ser persona dentro de una comunidad de personas»? ¿Cómo se sintetiza el elemento absoluto y el elemento relativo?
La teoría ética contemporánea ha acentuado fuertemente el encuentro de persona a persona como la raíz experimental de la moralidad. Pensadores como Martin Buber, Heidegger, Rogers, May y los humanistas, quieren recuperar la relación como la clave del ser humano que existe auténticamente.
Del imperativo de reconocer al otro como persona se derivan varios conceptos: justicia, igualdad, respeto, libertad, responsabilidad, por decir algunos.
– La palabra comunidad explicita compromiso, participación, unión. Y este deseo de unir lo separado es amor. Todas las comuniones son encarnaciones del amor, del impulso a participar en el otro. Así, el amor se convierte en el principio moral último, que incluye la justicia y al mismo tiempo la trasciende: el amor ágape.
Si se entiende el amor de este modo, obtenemos una segunda respuesta a la pregunta sobre la religión y la moral. La primera era el carácter incondicional del imperativo moral. La segunda es el carácter trascendente de la fuente última, el ágape. Esto vuelve a demostrarnos que la moralidad posee una calidad religiosa, aun cuando sea independiente de cualquier sistema de ética que pertenezca a una religión.
El amor une el elementos universal e inmutable, con el elemento relativo que aplica en situaciones concretas. La justicia incorporada al amor presta oídos a la situación concreta y se convierte en «justicia creativa», en ágape.
La teología cristiana se ha ocupado del problema de la decisión moral en términos de la doctrina del Espíritu divino. La «Presencia Espiritual», la presencia del Divino Fundamento del Ser hacia y en el espíritu humano, abre los ojos y los oídos del ser humano a la exigencia moral implícita en la situación concreta. «La letra mata», no solamente porque juzga a quien no puede cumplir la ley, sino porque elimina las posibilidades creativas del momento único. El Espíritu, por el contrario, abre la mente a estas posibilidades y determina las decisiones del amor en cada situación particular. El amor, como principio es el mismo. El amor, incorporándose en cada situación única, en el poder del Espíritu, es siempre diferente. Por lo tanto, el amor nos libera de la esclavitud a las tradiciones éticas absolutas, a la moral convencional y a las autoridades que pretenden saber cuál es la decisión correcta, sin haber escuchado, probablemente, las exigencias del momento único.
En resumen:
Por la justicia, cada ser humano es persona.
El amor que incorpora a la justicia es el principio último de las exigencias morales.
La exigencia moral debe considerar el carácter único de cada situación concreta.
¿Cuál es la función de las leyes que han sido formuladas para regir la acción moral? Representar la sabiduría del pasado respecto al ser humano, su relación con otros y consigo mismo, su situación en la existencia temporal, y el «telos» o meta interior del ser.
Paul Tillich
Fuente: Gestalt Terapia