Moralidad y algo más, capítulo 3

Capítulo 3. El elemento religioso en la motivación moral.
Tal como lo indica la experiencia, el imperativo moral es un mandamiento y, si se lo generaliza, una ley.
Al hablar de la motivación, cabe la distinción entre leyes naturales y leyes físicas de la naturaleza. Solamente experimentamos como ley a la ley moral porque el ser humano vive alienado de su esencia, que es llegar a convertirse en una persona integrada. Aunque esta ley le pertenece, es su naturaleza, la vive como extraña, ajena, al existir fuera de su esencia. Si el amor determinara nuestro ser, si fuera nuestra esencia que nos identifica, no podría convertirse en ley que ordena amar. Sería una expresión natural de la persona.
Las leyes aparecen cuando se presenta la separación, cuando el primer hombre rompe la inocencia del estado original, de existir en Dios. La ley fue una advertencia, un llamado a regresar a la inocencia original. Una línea entre la culpa y la tentación.
La ley tiene dos acepciones: como estructura y como exigencia de actualización.
¿Esta exigencia de actualización es tan poderosa como para motivar a cumplir el imperativo moral y sus exigencias comcretas? ¿Puede una ley motivar nuestra transformación de lo actual a lo esencial? No, porque la alienación es señal de división. Una orden como «pórtate bien», no nos lleva a la acción. Hasta es posible que nos empuje al mal. La ley no vence las compulsiones. El analista que sabe esto no expresa mandatos sino aceptación como persona. La recibe tal como está y no le pide que cambie de condición para ser aceptable. En algunos casos, el analista acepta porque reconoce que él mismo sigue siendo esclavo de alguna condición similar, o de la condición que afecta al paciente, de manera que la relación se transforma de sujeto a sujeto y no ed sujeto a objeto.
En psicoterapia se distingue entre aceptar y permitir. En ella no hay órdenes ni autorizaciones, sino aceptación y terapia. Roto el poder de la compulsión del paciente, si se logra, puede presentarse la cuestión de qué hacer con la libertad recuperada y el analista podrá convertirse en amigo o consejero del paciente.
En la educación, primero en familia y luego en la escuela, es necesario distinguir entre las órdenes basadas en la autoridad y las órdenes basadas en la racionalidad. Para el educanfo es muy importante comprender la necesidad racional de la orden o si ésta llega a él como un mero ejercicio de autoridad incomprensible.
Si las órdenes son más la expresión de una autoridad que quiere imponerse, el niño es arrastrado a una genuina rebeldía, y pueden suceder tres cosas: que la rebeldía triunfe y se desarrolle una independencia creativa; que la rebeldía fracase interiormente y se implanta como rasgo, o que la rebeldía fracase dentro y fuera, dejando un carácter sumiso. Con este panorama, algunos creen que es mejor desaparecer las leyes y vivir en la permisividad organizada.
– ¿De qué forma motiva la ley?
Todos los sistemas están determinados por la ley, sean religiosos o seculares, son sistemas de transición. Sucede porque la ley moral se incorpora a la ley de la nación, a las normas convencionales, a los principios de educación y ejerce su poder motivador a través de la tradición, la opinión pública, el hábito personal y las amenazas y promesas que están relacionadas con todos estos. De este modo la ley posee el poder de producir una acción moral. Desde el punto de vista del imperativo moral incondicional, y del amor como principio último de todos los mandamientos morales, son buenos pero distantes de la verdadera naturaleza de la moral.
«No es el cumplimiento de los mandamientos sino la aceptación del mensaje de que somos aceptados, lo que motiva nuestra actuación moral».
– Si la ley moral «desnuda» no posee poder motivador, ¿dónde se encuentra?.
Recordemos dos conceptos del humanismo griego. Uno de ellos ha sido expresado por Sócrates cuando habla del conocimiento del bien que crea la acción moralmente recta.
¿El conocimiento es capaz de crear una acción moral? ¿De qué tipo de conocimiento se trata? Parece que Sócrates se refería como «conocimiento» a lo que nosotros llamamos «intuición». El ser humano sabio une a su conocimiento su compromiso personal con el logos universal. La sabiduría se convirtió en la principal virtud en el mundo antiguo combinando en sí el conocimiento y la moral.
El conocimiento socrático es virtuoso porque participa la totalidad de la persona. Es un acto cognoscitivo que está unido con un acto moral y puede causar otros actos morales.
La experiencia psicoterapéutica es una analogía de estas ideas. demuestra de manera clara la diferencia entre el conocimiento frío, desapegado, distante y la intuición del que participa en las luchas interiores en que se debate el otro. Solamente el que ingresa en el proceso terapéutico con todo su ser, el cognoscitivo y el moral, y por lo tanto, emocionalmente comprometido con el proceso y sus diversos elementos, tiene la posibilidad de llegar a curarse.
El otro concepto del humanismo clásico griego para la pregunta sobre la motivación moral es el concepto de eros como lo usó Platón. El eros es el poder mediador que eleva el alma humana más allá de su esclavitud existencial hasta el ámbito de las esencias puras, y finalmente, a la esencia de todas las esencias, la idea del bien, de lo hermoso y de lo verdadero. El eros es cognoscitivo y moral.
El eros, que debe distinguirse, de la filia y de la libido, nos impulsa hacia la reunión con las cosas y las personas en su bondad esencial y con el bien en sí. Para la Teología mística Dios y el bien en sí son idénticos; por lo tanto, el amor hacia el bien es en sí, en un lenguaje religioso, amor a Dios.
Según ambas formulaciones no es el imperativo moral en su autoritaria majestad y alteridas lo que sería moralmente motivador, sino el poder impulsador o de atracción de aquello que es la meta del mandamiento moral: el bien. La justicia personal y comunitaria no proporciona su propia motivación, a menos que se la entienda como una etapa hacia otra cosa, lo divino. La meta de todo lo finito es participar en la vida de lo divino. La esencia moral es una etapa en el camino.
El eros es un poder divino-humano. No puede producirse a voluntad. Posee el carácter de «charis», gratis, gracia: aquello que nos es dado sin méritos previos y que transforma a aquél que lo recibe en un ser lleno de gracia, misericordioso.
Donde hay gracia no hay mandamiento ni lucha interior para obedecer el mandamiento. El que posee la gracia de amar una cosa, una persona, no necesita ser obligado a amar.
– La pregunta respecto a la motivación moral sólo puede responderse más allá de la moral. Porque la ley exige pero no puede perdonar; juzga, pero no puede aceptar. Debe venir desde algo en lo cual la fragmentación entre nuestro ser esencial y nuestra existencia haya sido superada y haya hecho aparición el poder curador. Es en Cristo donde apareció una nueva realidad, más allá de toda fractura. Las enseñanzas de Jesús no son otra ley.
Hasta aquí hemos visto:
La relación entre la religión y la moral no es externa, sino que la dimensión, fuente y motivación religiosas están implícitas en toda moralidad, lo reconozca o no.
La moralidad no depende de religión concreta alguna en particular: es religiosa en su misma esencia.
El carácter incondicional del imperativo moral, el amor como fuente última de los mandamientos morales y la gracia como el poder de motivacón moral son los conceptos que dan respuesta a la cuestión sobre la relación entre la religión y la moralidad.
Paul Tillich

Fuente: Gestalt Terapia

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