Presentación
– Un libro que abre brecha en el pensamiento ético tradicional. Contribuye a la revitalización de la ética cristiana.
– Rompe con esquemas deontológicos que enfatizan reglas y principios universales, absolutos y eternos, para privilegiar la reflexión moral que parte de los contextos reales de la vida, en pro de la toma de conciencia y la aceptación del compromiso con la justicia social y el bienestar del «prójimo». Esta no ha sido la vertiente dominante entre el protestantismo (fundamentalista con su ética deontológica) ni entre el catolicismo (por su dependencia de la ley natural y su deontología rígida y no contextualizada).
– Paul Tillich (1886-1965) reflexiona sobre la gracia y el compromiso moral que surge desde el interior de la persona, no impuesto por leyes externas; como fuentes de la moral. «Un acto moral no es un acto que obedezca una ley externa, humana o divina. Es la ley interna de nuestra existencia verdadera…que exige que actualicemos lo que se sigue de ella».
La ética no es para controlar o fiscalizar la conducta sino para dar fondo o seriedad a la vida. Es por la moralidad que la persona «llega a ser lo que uno ya es en forma potencial, una persona dentro de una comunidad de personas».
– La base de la ética es el amor, en el sentido griego del ágape. El significado de la ética es «la expresión de los modos en que el amor se encarna» (siempre dinámicos, adecuados a muchas realidades). Esto es posible porque el amor ágape se combinan con el kairos-tiempo de oportunidad y cambio.
– Para Tillich el punto de partida de la reflexión ética es la condición real de las personas. Su método es el de «correlación» que «explica los contenidos de la fe cristiana a través de la mutua dependencia de las cuestiones existenciales y de las respuestas teológicas».
Introducción
– El libro trata de responder a la pregunta, ¿cómo lo moral se relaciona con lo religioso?
Aunque añeja, la pregunta adquiere importancia en nuestra circunstancia, cuando la ética filosófica comparte el retroceso en el énfasis de la filosofía analítica a los problemas semánticos, o bien, continúa la discusión de la teoría del valor, o bien, socava la posibilidad de las normas éticas, por un pragmatismo puro o un existencialismo puro. O cuando la predicación cristiana se ha convertido en una multiplicidad de leyes, en parte doctrinales y en parte éticas.
– El «yugo moral», que Jesús quería hacer más liviano se ha vuelto más pesado porque se ha perdido el mensaje de la gracia. Las reglas de comportamiento son de carácter prohibitivo y no expresan la gran paradoja: que hay una posibilidad de reunión con el eterno fundamento de nuestro ser más allá de la obediencia a «una actitud correcta». El mensaje de la gracia se ha perdido. La gracia, como poder para aceptar a la persona inaceptable y de sanar al enfermo, ha desaparecido detrás de la predicación de la ley.
¿Podemos señalar hacia algo que trascienda tanto el moralismo desprovisto de gracia como al relativismo sin normas, sea en la teoría ética o en la acción moral?
Capítulo 1. La dimensión religiosa del imperativo moral.
«El ser precede a la acción en todo lo que existe, incluyendo al ser humano, aunque en el ser humano, como portador de libertad, la acción también determina el ser». (Esta respuesta se opone al legalismo moral y a la anomia moral. Afirma la moralidad y señala más allá de ella, a su fundamento religioso).
Lo religioso está en el corazón de lo moral: como imperativo moral (cap. 1), como fuente (cap. 2) y como motivación (cp. 3).
El espíritu humano, la persona como unidad básica, posee tres funciones: la moralidad, la cultura y la religión.
Podemos decir, de manera concisa, que la moralidad es la que constituye al portador del espíritu, la persona en sí; que la cultura señala hacia la creatividad y que la religión es la autotrascendencia.
(Esquema, pag. 10)
1. La Acción moral.
– La acción moral establece al ser humano como persona y como portador del espíritu.
Un acto moral no es un acto que obedezca a una ley externa, humana o divina. Es la ley interna de nuestra naturaleza esencial que exige su actualización. Y un acto inmoral no es la transgresión de órdenes, sino un acto que contradice la autorrealización de la persona como tal y que la arrastra a la desintegración. Provoca una disrupción de la persona como centro de la vida personal. En su lugar se instalan las pasiones, los deseos, temores o ansiedades que contradicen su esencia. El yo se divide y las tendencias conflictivas hacen de él un campo de batalla. El control del yo se debilita, la voluntad es esclavizada. La libertad es reemplazada por la compulsión. La deliberación y la decisión se vuelven simples fachadas arrolladoras que predeterminan la decisión.
La enfermedad es una analogía de lo que sucede cuando el yo sale del centro de la vida personal, cuando realiza actos inmorales. El problema ético es la atención constante a los movimientos autointegración-desintegración. La meta es la actualización del ser humano como persona centrada y, por lo tanto, libre.
– El imperativo moral es el mandato de llegar a ser lo que uno ya es en forma potencial, una persona dentro de una comunidad de personas. Es un poder natural que él actualizará en el tiempo y el espacio.
– El ser humano se pertenece, está centrado en sí mismo; y a la vez está separado del mundo. Esta relación dual con el mundo -pertenencia y separación- le permite al ser humano hacer preguntas y responder; pero además, es libre del mundo aunque responsable.
– El ser humano es capaz de trascender su mundo, no está sometido como los animales. Cada encuentro con un objeto particular que le rodea es siempre un encuentro con el universo.
Es un encuentro en libertad respecto de lo particular y con posibilidad de ver lo universal. La manifestación de esta libertad es el lenguaje.
(- Recomiendo que «ético» se reserve para la teoría de lo moral, y que «moral se use para describir la acción fundamental.)
– ¿Cuál es la dimensión religiosa del imperativo moral?
Su carácter de incondicional en cuanto a la forma, no al contenido.
La «voluntad de Dios» es precisamente nuestro ser esencial con todas sus posibilidades y es por eso que podemos aceptar como válido el imperativo moral. No es una ley externa.
¿Por qué es incondicional? ¿No puedo elegir destruirme?
El imperativo moral es incondicional sólo si elijo afirmar mi propia naturaleza esencial…debido al valor infinito de toda alma humana, por lo menos a los ojos de Dios. No es una prohibición externa lo que nos impide autodestruirnos sino la voz silenciosa.
¿»Llegar a ser persona» es una exigencia incondicional? La respuesta depende de la idea que tengamos del objetivo intrínseco del ser humano: ¿Para qué he sido creado?, ¿cuál es mi «telos»?
Si la meta implica algo superior a lo finito y transitorio, la realización de esa meta es infinitamente significativa o de seriedad incondicional.
– Para Aristóteles, la meta del ser humano es la participación en la eterna intuición divina de la misma divinidad. Este estado sólo puede alcanzarse plenamente al entrar en la vida eterna, por encima de la finita. El individuo no posee la inmortalidad pero puede participar con el tiempo, a través de la «theoría» o contemplación, en la vida de intuición. Donde se alcance esta estado de participación hay «eudaimonía», realización de uno mismo bajo la dirección de un «daimon bueno», un poder benefactor semi divino. Alcanzar esta meta es un imperativo moral.
– Por «consciencia» entendemos el sendero por el cual se experimenta el carácter incondicional del imperativo moral, y «religioso» se refiere a la captación por un interés infinito, por una inquietud última, por algo que uno ha de tomar incondicionalmente en serio.
Paul Tillich
Resumen pags. 1-24
Fuente: Gestalt Terapia