Hace muchos siglos en el lejano oriente, un buen día el gran maestro Ikabi propuso a sus discípulos la siguiente tarea, subir a lo alto del monte y una vez allí proceder a relatarles uno de sus cuentos , todos los jóvenes de la aldea recogieron sus mochilas con algo de comida y bebida y se encaminaron monte arriba siguiendo al maestro que no portaba más que una vara con la que apoyarse debido a su avanzada edad.
El camino se hacía largo dada la pendiente del monte, aún así ninguno abandonó el camino ya que el gran premio llegaría al final con el relato del afamado Ikabi, merecidamente ganado por su gran sabiduría.
Hacia mediodía casi todos habían coronado el montículo procediéndose a esperar que el maestro encontrara el momento oportuno para contarles el relato de aquel día.
Una vez todos allí, sentados como si de doce estatuas de piedra en pose de meditación se tratara, Ikabi se acercó y sentándose enmedio del círculo comenzó a contarles el cuento:
– Había una vez un hombre que iba por el camino que atraviesa los valles y de repente tropezó con una gran piedra. La recogió y la llevó consigo en su mochila. Poco después más adelante del camino tropezó con otra piedra algo más pequeña. Igualmente la cargó en su bolsillo. Todas las piedras con las que iba tropezando las recogía y las ponía o bien los bolsillos de su pantalón o bien en su mochila dependiendo de su tamaño, hasta que aquel peso se volvió tan grande que el hombre ya no pudo caminar.
Entonces debido a lo pesado de la carga, el hombre agotado tomo asiento cerca de un arroyo en el que paró a comer y beber ¿Qué piensan ustedes entonces de ese hombre?
– Que es un necio, respondió uno de los discípulos. ¿Para qué cargaba las piedras con que tropezaba?
El gran maestro Ikabi respondió:
– Eso es lo que hacen todos los días todos aquellos que cargan lastrándoles las ofensas que otros les han hecho, los agravios sufridos, y la amargura de sus propias equivocaciones. Todo eso lo debemos dejar atrás, y no cargar las pesadas piedras del rencor y resentimento contra los demás o contra nosotros mismos.
Hay que saber soltar lastre y perdonar a los demás y aprender a perdonarse a sí mismo.
Si hacemos a un lado esa inútil carga, si no la llevamos con nosotros, nuestro camino será más ligero y nuestro paso más seguro.
A medida que se suelta lastre con los demás se hace lo propio con uno permitiéndonos caminar ligeros en el tránsito que es la vida.
Si hacemos a un lado esa inútil carga, si no la llevamos con nosotros, nuestro camino será más ligero y nuestro paso más seguro.
A medida que se suelta lastre con los demás se hace lo propio con uno permitiéndonos caminar ligeros en el tránsito que es la vida.
Y jóvenes discípulos, ya que estamos profundizando en el cuento, podríais decidme ¿Qué ocurrió con aquel hombre que se detuvo en el río a descansar?
– Ni idea maestro, nos puede ayudar usted.
– Muy sencillo muchachos, aquel hombre pereció ahogado tras atiborrarse de comida y bebida ya que con el peso de las piedras cayó al río y no pudo nadar debido a su peso, hundiéndose sin remedio hasta el fondo.
Entonces el afamado y sabio Ikabi se levanto ágilmente recogió su vara del suelo y les dijo:
– Ahora jóvenes samurais procedan a devolver al bosque todo aquello que le pertenece, como las piedras que han tomado como amuleto durante el paseo, las ramas para adornar sus habitaciones y los frutos para comer durante el camino.
Será mejor que continúen el viaje ligeros de equipaje. Nuestra estancia en este lugar es de tránsito.
Será mejor que continúen el viaje ligeros de equipaje. Nuestra estancia en este lugar es de tránsito.
Un abrazo. Mari Cruz
Fuente: Cruz Coaching