Las cosas son tan sencillas como cerrar los ojos y dejarte llevar por la fragancia cautivadora que ciega tus sentidos. Cerrar los ojos y huir sin mirar atrás. Cerrar los ojos y sentir. Pero qué difícil es cerrar los ojos… Es tan difícil… Quisiera tener la inocencia que perdí no hace tanto tiempo, y creer en el bien, y en las personas, y en la justicia, pero cuando pierdes la inocencia a base de palos es muy difícil sencillamente cerrar los ojos y dejarse llevar. Me acuerdo cuando vivía por inercia, cuando se me pasaban los días volando, sin apenas darme cuenta de que estaba disfrutando de los mejores días de mi vida, y también los mejores meses, y por qué no decirlo, los mejores años. Hoy, sin embargo, no me acuerdo qué hice con aquellos días, con aquellos meses, con aquellos años maravillosos en los que sólo era plenamente feliz y estaba despreocupada por completo del trabajo, del dinero, del futuro y otras metas que hoy se antojan imposibles. Qué feliz era cuando no tenía metas. Qué feliz cuando no tenía nada más que alegre ignorancia del mundo que me esperaba. Qué fácil era todo. Qué asequibles los deseos. Qué realizables los sueños. Ojalá pudiera tener veinticinco otra vez, y volver a comerme el mundo, antes de que el mundo se te atragante en mitad de la garganta… Esto no es un juego, esto es la vida, lo que pasa es que cuando pensaba que era un juego, me lo pasaba mejor. Ahora no tengo ganas de jugar.
Qué pena haber perdido la inocencia… qué pena.