Con lo fácil que es acostumbrarse a lo bueno… tenemos que vernos de golpe a vivir la cruda realidad de los días. El frio y la soledad se hacen perpetuos en un invierno que nunca termina. Las sombras desconocidas me acechan a cada paso, las dudas, los temores… Deshago la maleta, repleta de vivencias y guardo las risas, las prisas, el calor de tus besos que calientan el deshielo… en un cajón cercano, para que pueda echar mano cuando se vuelva a caer el cielo. Olvido lo feliz que fui por un segundo para volver a la rutina del que nada tiene que hacer, más que buscar y buscar, como una aguja en un pajar, algo con que entretener el tiempo que decae, muerto casi, en el segundero del reloj. Las prisas hoy son de otros que miran y escuchan y ríen y juegan por las calles y aceras, saltando los charcos que la lluvia va dejando, mientras yo, una vez más, vuelvo a morir ahogada en esta realidad que no es más que un al sueño.
Gracias a Dios, de vez en cuando despierto…