¿Hasta qué punto podemos nosotros mismos ser los artífices de la percepción de nuestra propia realidad?
Está claro que a veces nos viene la sensación de que nuestro camino se va conformando, va tomando forma y entidad en base a una más que complicada mezcla de circunstancias del entorno, decisiones propias y una serie de sucesos que “aparentemente se nos escapan”, son casuales, pero que hacen que encaje todo, más o menos, para dibujar nuestro mapa de vida. Es curioso y sorprendente, pero parece que todo termina encajando. Pero lo que realmente impone nuestro estilo de vida, ese camino que alineó un ladrillo, varios ladrillos, un escalón con otro, para que yo vaya pisando y pasando de uno a otro, lo que en realidad va determinando nuestra existencia, la de cada cual, y el modo de vivirla, son las pequeñas (y a veces no tan pequeñas) decisiones que tomamos sobre cómo pensar y cómo actuar.
Pueden parecer un poco enrevesadas estas primeras líneas que están comenzando a tomar forma ante vosotros, pero la reflexión pausada ante los problemas conceptúan nuevas formas de situarse ante lo que acontece tras un episodio que nos sacó de quicio, nos trastocó y nos hizo, por qué no, hasta “morir un poco”. La consciencia aparece entonces intentando pausar el estado de ánimo negativo creado, suscitando pensamientos con la necesaria distancia para que la perspectiva cambie y el resultado sea otro pensamiento distinto que “ponga luz” en nuestra mente, queriendo asumir la propia responsabilidad de cambiar nuestra actitud hacia algo, hacia alguien o hacia nuestra relación de pareja, para obtener el objetivo de tener que concentrarnos primero en cambiar nuestros pensamientos o valoraciones hacia esa situación o persona, ya que estos son los responsables de dar el brote inicial a partir del cual nace y se desarrollan todo el resto de cosas.
Una vez que conseguimos cambiar nuestros pensamientos, primer objetivo, para que desde dentro no se remueva esa tormenta de arena que nos forzamos en contener por fingir aceptar situaciones que realmente están en “trámite de aceptación” (y aún no dominamos), repito, una vez conseguido cambiar los pensamientos (irracionales ante sucesos ancestrales), es preciso materializar esa transformación modificando nuestras acciones, pero, como dice una compañera mía, “desde las vísceras…desde la realidad de tu interior,…sin fingir.” Este paso es importantísimo porque pone de manifiesto y potencia el cambio anterior para ir modificando lentamente nuestra actitud hacia las circunstancias, haciendo que las recibamos mejor y actuemos ante ellas de forma más tranquila y eficaz. En el momento en que logramos que esta consciencia y aceptación entren en nuestra vida, nos sorprenderemos al contemplar como la fortaleza y la capacidad de superación las acompañan cogidas de la mano, ya que no existe nadie más fuerte que el que conoce bien su debilidad y ha hecho las paces con ella.
Aún así sé que se puede fallar (errare Humanum est.), y no pasa nada, pero desde ese interior interno (permítanme la licencia de enfatizarlo así) y consciente, hemos de saber que el secreto es la perseverancia, la fe, la constancia, ya que sin ellas la transformación sería efímera y carente de sentido. No podemos olvidar que no somos perfectos, como apunté con ese latinajo de antes, y ante esos traspiés que seguramente alguien no perdone (puede suceder), no debemos desesperarnos ni sentirnos autodefraudados, sino más bien ser conscientes del hecho y estar atentos para detectar cuándo y por qué suceden,…”aceptar su existencia y seguir adelante con el mismo empeño y ganas de mejorar que habíamos conseguido al analizarnos nosotros y nuestra vida.”
V. Narváez, psicóloga clínica, comenta respecto a lo que trato de comunicaros en este artículo que:»… es igualmente importante entender que las maneras de funcionar que tenemos incorporadas a nuestro repertorio y que nos generan sufrimiento se gestaron siguiendo el mismo proceso: la semilla inicial fueron los pensamientos, que nos hicieron reaccionar de una determinada manera que, al repetirse, se afianzó en nuestras vidas en forma de un hábito o costumbre que ha pasado a influirnos en nuestro presente y nuestro futuro. Tener claro este mecanismo es crucial para comprender que para romper estas cadenas de acontecimientos es necesario sustituirlas, poco a poco, por otras más saludables.
Es altamente recomendable y eficaz poner consciencia a nuestros pensamientos porque son ellos los que llenan de creencias y formas lo que nuestra vista subjetiva opina de los acontecimientos a los que nos enfrentamos en la vida. Esta toma de consciencia de nuestra vivencia emocional tiene sin duda numerosas ventajas, ya que nos permite dotar de significado a nuestros sentimientos relacionándolos con nuestras circunstancias y vivencias, posibilitando así la compresión e incluso la modificación de nuestro mundo interior. Y es por todo esto por lo que creo razonable aquella sentencia que rezaba:
“Siembra un pensamiento y cosecharás una acción.
Siembra una acción y cosecharás un hábito.
Siembra un hábito y cosecharás un carácter.
Siembra un carácter y cosecharás un destino.”
o aquella otra…
“Pido perdón a los que ofendí por no dejar que conocieran al que realmente soy.
Pido perdón a los que enfadé por dejarles ver lo que quiero cambiar de mí.”
Darnos permiso a nosotros mismos para experimentar lo que nos toque nos hará más tolerantes a la hora de comprender los sentimientos de los demás, ayudándonos así a respetar el espacio que todos necesitamos para experimentar libremente nuestros pensamientos y los sentimientos y emociones a los que nos lleven. Aún así el objetivo es controlar, dominar, cambiar y sustituir pensamientos ineficaces, irracionales, por otros que me hagan vivir la vida de forma eficiente y eficaz.
Juan José López Nicolás
Basado en datos de
V. Narváez Peralta
Fuente: TERAPIA Y FAMILIA