Caminaba de la mano.
Caminaba de la mano y se hizo tan habitual el contacto que se me olvido que estaba agarrado.
Caminaba en paralelo y cuando me paraba, levemente un susurro me recordaba por donde ir.
Caminaba con paso firme y la seguridad, de que el tropiezo me daba una nueva oportunidad.
Caminaba tan felizmente que en ocasiones no sentía ni el esfuerzo de hacerlo y comprendí que eso era ir en volandas.
Caminaba solo, todos mis encuentros y sin embargo acompañado, desde mi espalda me llegaba el aliento.
Caminaba con mis pasos, aunque los había aprendido, sin darme cuenta de quien sostuvo mi mano tanto tiempo.
Caminaba por senderos, llanos, curvos o torcidos, empedrados, embarrados o podridos, con la tranquilidad de quien tiene unas buenas botas para andar.
Caminaba hasta donde hoy me encuentro gracias al empeño que el amor puso en ese caminar.
Y sobre lo demás, el amor que he recibido me ayuda ha hacer mi camino con conciencia de todo lo que aprendo y he aprendido, de todo lo que me queda y aún no espero, cada día es el primero.
Entretejemos las líneas de los caminos que seguimos, como una maraña de hilos que se plasma en un tejido, de encuentros, acompañamientos y desencuentros. Tejido natural, noble, calido y de muchos más adjetivos, el que humano me sitúa al lado de buenos amigos. Míos, de mi madre, del universo o del destino.
Amigos con los que humanamente nos conectamos, dejando de lado lo cretino, para dar importancia a lo importante y hacer de menos a todo lo impositivo.
He notado hace unos días, como la mano que me acompañaba en mí caminar ha desaparecido. Y como un corte preciso en esa tela, de patrón distinto, al de mí afanar, reanudo mi camino y mi caminar, con la sensación que de un modo eterno me guiará, y que ella, su prenda entallada, ha terminado ya. Siendo tiempo de recoger los elogios de una vida colosal, dedicada a amigos, hijos, amor y mucha paz. Con todos los ingredientes que el costurero quiso elaborar y que a todos, aún con un gran pesar, nos deja enseñanza para dar y tomar.
De personas y de hablar, de grandes palabras y de realidad, amistad, amor, hermandad, familia y comunidad, con gran agradecimiento a una gran verdad, la de ver como gustosamente nos devuelven su gran generosidad, siendo muchos los halagos e inflando el orgullo de saber que mi madre formo parte muy activa y sincera de esta ciudad.
Comunidad de barrio, que con su cuna en los pueblos de los que procede el personal, hace más fácil lo humano, lo emocional y lo sentimental, dando así una pincelada en un cuadro siempre por terminar de relaciones, entretejidas en este telar. Dando por reconocida la necesidad, que todos a nuestro modo tenemos de espiritualidad, la única diferencia es el canal, el de ella la parroquia y todo lo que le daba de tranquilidad.
En la memoria de quienes compartimos la compañía de este ser humano, quedará reflejado el destello de su estar.
Gracias a todas las personas que de un modo u otro nos han hecho llegar sus condolencias y en las que podemos percibir, lo que un alma verdadera puede tocar en los demás.
Adolfo M. Rodríguez
En memoria de Alicia Rodríguez