Por Pilar Alberdi
Un adulto es como una estrella de la que vemos la luz de su niñez. Y esa luz nos habla de cómo fue su vida desde su nacimiento, e incluso desde antes.
Con los conocimientos que tenemos hoy, le basta a un científico con observar una estrella a través de las lentes de un telescopio para saber en dónde puede estar ese mundo que le dio origen, en qué galaxia, cerca de qué otras estrellas y nebulosas y agujeros negros. También le basta con saber dónde está situada para anticipar a qué velocidad se mueve, en qué campo de fuerzas centrípetas y centrífugas. Y lo mismo ocurre con las personas.
Philip Dick, autor de ciencia ficción, escribió: «Los niños son así. Como toda raza sometida, se les ha enseñado a obedecer». Lo decía por un personaje de uno de sus cuentos. La frase me impresiona siempre que la leo. Aparece en las notas del volumen I de los Cuentos Completos publicados por la Editorial Minotauro (España). Y aunque, como he dicho me impresiona, vuelvo a ella muchas veces. La tengo muy presente, y la recuerdo siempre. Aún escribió Dick en esas mismas notas, otra frase, tan fuerte o más que la anterior: «Los niños comprenden; son más sabios que los adultos… ¡Vaya! He estado a punto de escribir: “más sabios que los humanos”». Sin duda, Dick tiene razón. Los niños lo ven todo. Lo perciben con su maravilloso hemisferio cerebral derecho frente al izquierdo menos desarrollado para su edad, quizá no tengan palabras para explicarlo pero conocen bien cómo es el mundo en que viven y de qué modo se comportan con ellos los adultos que están a su lado. Las llamo “frases fuertes” porque nos hacen sentir incómodos. ¿Así somos? Querríamos ponerlo en duda. Pero algo nos dice que hay mucho de verdad en esas afirmaciones.
El niño que miente es aquel que una vez dijo una verdad y fue castigado, reprimido o humillado. Y, seguramente, ese día como otros muchos, no faltó una comparación. Nadie comienza a mentir por el gusto de mentir. Se aprende a mentir. Mentir no es lo mismo que imaginar o inventar. He conocido niños que crecieron sintiendo miedo a la hora de decir una verdad, porque una vez, la primera que dijeron una verdad muy grande fueron castigados. A partir de ahí, mintieron el resto de su vida hasta hacerse ancianos. Esta imagen me conmueve. Ancianos que hasta el último día de su vida, se morirán sin decir la verdad, porque un día, aprendieron que mintiendo se va más fácil por la vida. Y es posible sí, que mintiendo, puedas disimular tus verdaderos sentimientos, lo que te evitará confrontaciones, y al final, ser tú mismo, precisamente aquello, a lo que toda vida debería aspirar. Pero ¿cómo podemos permitirnos no ser quién deberíamos ser?
Escribió Oscar Wilde: «¿Queréis niños buenos? Hacedlos felices». De acuerdo. Pero ¿cómo se hace niños felices? ¿Lo intentamos? ¿Siquiera eso…? Comencemos por evitar comparar. Hay hogares en los que constantemente se hacen comparaciones. Se compara a un hijo con otro. Por ejemplo, los resultados que alguien obtiene en los estudios con los de un tercero… Un pariente con otro; una familia con otra; la casa, el coche, la ropa, las vacaciones, las enfermedades, la mascota, la pareja, las relaciones sexuales… En fin, cualquier cosa es comparable.
Creo que muchos padres no han leído o no recuerdan ya el libro El mago de Hoz. Como a mí me gustan los libros para niños, voy a hablar de esta obra. Por compararse con otros seres y sentirse inferiores los personajes de esa maravillosa historia desean: el espantapájaros, un cerebro; el hombre de lata, un corazón; el león, valor; y Dorothy volver a casa. Acaso ella es la única realista. Pero son los tres primeros quien por comparación o por lo que han aprendido entre los hombres, están buscando lo que creen que les falta, y la historia se encargará de demostrarles que ya lo poseían. Pero ¿dónde aprendieron a creer que no tenían un cerebro, un corazón o valor? ¿Dónde hemos aprendido nosotros que nos falta algo? Y ¿qué es ese algo? ¿Quién nos lo dijo? ¿Por qué le creímos?
Preguntas así deberíamos hacernos siempre. Podríamos descubrir que no nos falta nada y que somos seres completos, al menos todo lo completos que podemos ser en este instante, haciendo nuestro camino por la vida. Osho dijo: “Sé tu misma, entonces serás perfecta”.
Lo cierto es que desde un falso yo, se vive mal. Desde un yo verdadero, puede que la vida sea dura, pero se vive mejor, más sanamente. Sucede que, a veces, olvidamos que los padres fueron niños, es decir, siguen siéndolo, porque en el fondo portamos todas las personas que alguna vez fuimos, todas las horas que anduvimos por la vida de la adolescencia, y la juventud. A veces, nos sonreímos de cómo pensábamos en aquella época. ¿Nos gustaba tal chica o tal chico? Pero ¿cómo podía gustarnos? ¿Merecía la pena sufrir tanto por aquel o aquella que nos dejó de lado? ¿Y era yo la que decía que iba a ser astronauta, piloto de coches o profesora? ¿Quiénes somos realmente? ¿Es que la categoría “adultos” nos hace seres superiores? Jamás. Y eso es lo bueno.
Así como soy, soy perfecta/o. Soy todo lo perfecto que puedo ser en este momento. Deberíamos decirnos cosas así todos los días, pequeñas oraciones que incidan directamente en nuestra mente. Y no permitir que nadie nos haga daño desde la falsa posición de ventaja que incluya la autoridad de filiación , cargo, o relación.
Que no sea nuestra vida pura comparación, también depende de nosotros.
Fuente: PSICOLOGÍA.