Cierta mañana un apuesto príncipe del lejano oriente muy valeroso e inteligente aunque no muy querido por su pueblo por su falta de cercanía para con los ellos, observó dos puntitos rojos en su muslo izquierdo.
Creyendo que se trataba de las picaduras de un insecto no le prestó mayor atención y cumplió con sus obligaciones del día, ya que era muy cumplidor con sus tareas.
Al caer la noche sobre su reino se dió cuenta que los dos puntos se habían convertido en dos ojos que le acechaban furiosamente, pronto se quedó dormido tras el duro trabajo del día, y a la mañana siguiente al despertar dos orificios nasales se habían añadido a la espantosa imagen.
Aterrado el jóven príncipe vendó su muslo para ocultar ante todos aquel extraño mal e ignoró durante todo el día el sonido de la respiración de su pierna.
Durante las obligaciones que tenía que cumplir a lo largo del día, en un instante que reposó su mano sobre el muslo casi pierde los dedos ya que había desarrollado nuevamente algo más en él, en esta ocasión una boca plagada de dientes afilados y amenazantes.
De inmediato llamó al cirujano de palacio para que lo resolviera, extirpando el mal.
Parece que tras la intervención del doctor todo volvió a la normalidad, aunque no todo eran sonrisas en el reino, un buen día de otoño mientras paseaba por sus jardines escuchó un grito procedente de su pierna.
Aquellos ojos, nariz y boca habían vuelto para quedarse. Pronto se extendió por el reino un rumor acerca de que el principe estaba poseído por un maléfico mal que nadie sabía como solventar.
Pobre príncipe pensaban muchos, con lo inteligente, valeroso y trabajador que es, es una verdadera lástima que se esté volviendo loco y no sea feliz.
Un monje errante se adentró en el bosque en el que nacía el río sagrado amparado por la diosa de la compasión a solicitarle ayuda para el valeroso jóven, la diosa le díjo que el jóven fuera al bosque desprovisto de armas y comenzara el camino por los caminos más tortuosos, hasta encontrar el nacimiento del río de la compasión.
Y así lo hizo el jóven príncipe, comenzó el árduo camino por los caminos más tortuosos del bosque hasta llegar a dar con el nacimiento del río, como estaba muy agotado procedió a beber agua del río y a refrescarse con ella, derramando un poco sin quererlo en su muslo izquierdo.
Cuando de repente el rostro maléfico gritó: En todo este tiempo nunca me has mirado ni tampoco has tratado de comprender una sola palabra de lo que te he dicho ¿Acaso no me reconoces?
El príncipe tras observar muy detenidamente la cara, se reconoció de inmediato, vió como la cara de su muslo era él mismo un poco distorsionado con marcas oscurecidas y arrugas fruto de la edad y rompió a llorar.
Cuando lo hizo los ojos, nariz y boca de su pierna se enternecieron y súbitamente se transformaron en los ojos, nariz y boca de la diosa de la compasión, quién le respondió: No posees un corazón compasivo jóven príncipe, tienes muchos valores aunque este no era asimilado en tu ser hasta hoy.
A partir de entonces el príncipe y la diosa estuvieron hablando hasta el amanecer del sufrimiento secreto que había vivido el príncipe por esta dolencia y que había perturbado su sueño desde el momento en que apareció.
Al salir el sol el príncipe ya no padecía tanto sufrimiento dado que había comprendido las razones de esa vivencia tan dura que le atormentaba.
Los sufrimientos secretos pueden terminar enfermándonos ya que pueden terminar desterrando de nuestra mente y confinadas en los músculos sus causas, a veces en los nervios, otras en la sangre, huesos, células o el mejor lugar que las acomode de nuestro cuerpo.
Y ahí descansarán en silencio mortal hasta que nos demos cuenta que son partes de nuestra sombra no asumida, integrada o polarizada.
Parte de la solución sería detectar qué parte de nuestra sombra está encubriendo ese dolor físico o sufrimiento que nos atormenta.
Un abrazo. Mari Cruz
Fuente: Cruz Coaching